viernes, 13 de noviembre de 2009

MINGA, LA CAUTIVA Y VENGATIVA HERMANA

Por el derecho a la vida, al respeto que toda mujer se merece, y a la libre expresión, Prima, entonces me pronuncio para dejar constancia de lo sucedido una vez en el mismo terruño donde han sucedido todos estos casos que le he contado, cuando Gloria Inés Valencia –llamada afectivamente Minga–, rechazó a su manera el cruel trato que le daban sus tres hermanos: Pablo el carnicero; Pedro el carcelero, y Álvaro Benito el citador del juzgado único penal. Ella, de treinta, y sus hermanos dos años mayor cada uno del otro en el orden descrito terminando con la única, o sea la benjamina, si es que se les puede decir también a las mujeres cuando son las ultimas en nacer en un hogar. Desde muy pequeña, por iniciativa del machismo de la madre, Gloria Inés fue enseñada a atender como sirvienta de sus hermanos; sí como sirvienta, porque nunca le pidieron un favor con cariño, siempre fue triste para ella el escuchar: “Minga, tráeme agua”, “Minga, sírveme”, “mis medias, Minga”, “échame fresco”, “ábreme, Gloria”. Pero eso no era nada; no le permitían tener amigos, mucho menos noviecito cuando era niña, ni macho de compañía cuando el despertar de su sexualidad se lo exigía y él y ella lo demandaban en lo más íntimo de sus seres. Pero como eran jóvenes pobres, indígenas los pretendientes, les declaraban la guerra los crueles hermanos de Gloria Inés Valencia. Crueldad que aumentó al morir la madre; sin ninguna oportunidad de resarcir a la victima, sin tener la más mínima esperanza de una vida mejor, como si pudiera llegarle el bienestar por arte de magia, y no por su esfuerzo, sin darle oportunidad a la reflexión y lograr una vida plausible. Cuando todo el mundo esperaba una reacción de ella, en el pueblo, veían una resignada mujer mal vestida llevando el mercado, cortando leña, moliendo caña, barriendo el patio, remendando calzoncillos, y lo más grave de todas las afrentas: las muendas que le daba Pablo, los cocotazos de Pedro, y las patadas de Alvaro Benito. Hasta que se convirtió en algo normal ver tanta humillación; como se acostumbraron los conquistadores al asesinar a los pueblos indígenas, porque ellos dizque se oponían al desarrollo económico, que no tenían alma, y que eran terroristas.
No se entendía, entonces, por qué, Gloria, de un momento a otro, mostró una preocupación por prepararles los alimentos a los hermanos. Pero con una conducta diferente y contraria para la seguridad alimentaria de la casa que ella llevaba; en el sentido, de que avisaba que iba a darles sopa de coroncoro, y les servía yuca con suero y carne molida. Les decía que les iba a dar mote de ñame, y les daba mazamorra de maíz verde; “¿Quieren, higadete al almuerzo?” Y les daba sancocho de bagre. Fritaba chicharrones, y cuando llegaban a la mesa, no había cerdo por ninguna parte. Y así, en los tres golpes alimentarios, los hermanos Valencia se preparaban mentalmente por un sabor y a la hora de comer se encontraban con una versión contraria al ofrecimiento. Pero Gloria, sin inmutarse, mostraba su pesar ante los reclamos, pero siempre una excusa que la tenían que aceptar, porque no le dieron nunca mucha importancia sus hermanos.
Su propósito, para Gloria, se volvió en una obsesión: cambiar de menú a última hora. Y llegó a dominar de tal manera el trastrueque, que se volvió normal cambiar las ollas de comida con las vecinas, cuando el intercambio de la sustancia cocinada era valorado de igual a igual. Les mataba pato, y esparcía las plumas por toda la casa; pero al plato llegaba un guiso de iguana. Hacía dulce de leche, y cuando le preguntaban porqué no lo servía, contestaba haciéndose la loca: “Aquí no se ha cocinado dulce de leche”, y era que hacía “cortados” para venderlos en las tiendas y con ese dinero tener para comprarse sus cosas femeninas. A los años, de estar en esa régimen alimenticio los Valencia, sintieron que su estomago ya se quejaba; pero ninguno se le ocurrió pensar que el grado de insatisfacción gástrica y el engaño, les estaba afectando la autonomía alternativa de prepararse a comer lo que su gusto así lo quería disfrutar. Una mañana de octubre, el cielo estaba encapotado. Gloria esperó a sus hermanos a la hora del almuerzo con un olor de guiso de la cebolla y tomate, achote, ajo y aceite de ajonjolí, más sin embargo otra vez; repitió el cambio brusco: pretendió hacerles ver que había bistec, y a cambio les dio empanadas de maiz cariaco rellenas de maicena cruda y cebolla blanca, y de plato fuerte, peto caliente, abundante. A la media hora, sus hermanos empezaron a sufrir cólicos estomacales. El vientre se le infló, tanto, que se podía casi ver los órganos. El médico Peña, no pudo hacer nada diferente a ordenar lavado; pero no hubo necesidad, los estómagos de los tres explotaron con una hora exacta de intervalo. El fermento alimenticio penetró en los pulmones y con treguas de una hora cada uno, fallecieron. Intentaron culparla, pero no había una contundente prueba de intoxicación; al contrario, se registró un viento de alivio en toda la región de influencia, porque era la primera vez que hubo un acuerdo moral de reflexión para superar el maltrato y violencia a las mujeres.
Gracias, por no interrumpirme, prima.

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