viernes, 13 de noviembre de 2009

ADIOS LUZ, QUE TE GUARDE EL CIELO- EUFEMIA

ADIOS LUZ, QUE TE GUARDE EL CIELO
Un alarido de terror de un hombre torturado por una pesadilla, pasadas las doce de la noche, despertó a Florylana y sus vecinos del barrio La Paz. No era la primera vez que a su marido Cólor Majagua, un hombre de cincuenta años, lo despertaba ese mismo sueño que como una rémora enquistada en sus recuerdos de sangre y droga, lo alborotaba cada vez con más frecuencia su tranquilidad aparente. Florylana, a pesar de la continuidad, ya sistemática y horario definido, se alteraba como si fuera la primera vez que la sacudía convencida que iba quedar involucrada por ese sueño malvado de alguna manera, del que nada tenía que ver y sumisa cual oveja, obediente y leal, la mujer prendía a esa hora de la noche la luz del cirio, especialmente adquirido para alumbrar esos despertares de sobresalto y angustia sostenida por el temor; y con aquella dulzura que rayaba en el llanto seco, le dijo esta vez: “¿Soñaste con el patrón?”, a lo que contestó temeroso él: “Si, mija, con el primo Pablo.” Entonces casi llorando agregó la mujer: “Tienes que hacer algo, porque nos va enloquecer desde donde esté. Mándele decir varias misas, te estoy diciendo hace días” y pensaba: “lo va a volver loco”. Contestó: “Por ahí no es la cosa. Yo sé donde está, mujer, no insistas que está en el Purgatorio, porque me habla desde un lugar donde la candela apenas le llega a la cintura. Y eso no es de misas. ¡Dizque lo saque, me dice siempre!”.
Florylana le provocó decirle que su primo estuvo en vida acostumbrado hacer con su riqueza lo que le daba la real gana, hasta cambiar la Constitución nacional. Pero que ya muerto la situación era distinta, más bien debía someterse al rito de los muertos; pero se contuvo en decirlo y agregó para sí: “Ese fue un hombre muy perverso y a éste lo va a enloquecer”. Cólor fue testaferro de Pablo, y el mismo que le consignaba en sus cuentas de los bancos de los paraísos fiscales.
Sentado sobre la cama, aún respirando exaltado por la violencia del repentino despertar, Cólor temía seguir durmiendo. Estaba seguro que su pariente había quedado rondando y le exigiría, con su característica arrogancia, que lo liberara del tormento. Cuando empezaron a pasar las primeras motocicletas, al amanecer, el sueño bueno lo arropó y lo acompañó hasta que Florylana le despertó con el aroma de un café. Se levantó luego con la viva agonía del encargo dispuesto a enfrentar lo que no había querido. Salió para donde su jefe inmediato Dulibrondo, quien es el Secretario General del Primer Ministro y además de haber sido parte de la organización de Pablo, los unía un parentesco de sangre “O” negativa. Cólor estaba convencido, que al hablarle a Dulibrondo de su problema que lo estaba enfermando, perdería el control de su reciedumbre; pero se equivocó. Narró con todos los arreos y campanitas, con los gritos y el crujir de la leña infernal que había escuchado desde que empezó el llamado de salvación de esa alma, hace dos




meses. Pero más le sorprendieron las palabras de su corpulento y gordo jefe, el que como intelectual puro, saboreando las palabras, ensalzándolas con ese tono magistral y acento preciso pero muy nasal, le ha dicho fríamente sin mover no más la lengua: “Con profundo sentimiento de solidaridad, admiración y aprecio, te digo: lo hecho, hecho está, primo. Los barrotes de tus equivocaciones te tienen enjaulado.” Extrañado, preguntó Cólor: “¿Pero, por qué a mí?”
“Hombre, que te has dejado llevar por el temor, y eso te cierra todas las puertas de la razón, y te sumergirá más hasta que te lleve. Las lágrimas no te dejan ver con claridad el camino de la luz redentora. Te autorizo para que convoques a todas esas personas que se lucraron con nosotros. Y como veo que no entiendes, piensa entonces en toda la gente que se benefició con el proceder de Pablo. Estamos en este mundo para servir al prójimo. Sabes muy bien quiénes son, y los que te falten te los acomodo al margen; pero libérate, te aconsejo.”
Cuando Cólor preguntó que si era para mandarle decir misas, se arrepintió. “ ¡No, hombre, déjate de maricadas! Ahora hay otros mecanismos más expeditos y más modernos. Uno que está cerca del poder supremo, de la tecnología aprende mucho. Con ese dinero armaremos la estrategia para sacar esa alma de las llamas, y lo que quede; ¡ven a nuestras arcas, ven no tardes tanto!”
“ Ah, se va a valer de los cardenales amigos, ya entiendo.” Palabras de Cólor que se quedaron en el aire, porque Dulibrondo, desde el otro lado del escritorio, apenas lo miró de reojo con disgusto mientras sacaba un habano de un cajón y lo encendió. Luego lo miró fijamente para decirle al secuaz y pariente:“No, hombre, por esa vía no se logra lo que queremos, además piden mucho. Por ahora, el paso a seguir es lograr una buena suma de dinero, porque lo que vamos emprender vale un potosí. Precisamente, esos cardenales están allá por Pablo y serán los primeros que deben meterse la mano a la sotana púrpura. ¿Tú sabes con cuánto colabora la fanaticada alemana al Vaticano y con qué le pagaron éstos?. Cólor no atendió las preguntas inesperadas, ni estaba en condición de llevar un diálogo normal; al contrario, la confusión lo hizo violento.
“¡Por qué a mi no más!” Gritó de repente. Inmediatamente reaccionó el Secretario: “¡Desagradecido! ¡Lárgate!” Y agregó tratando de sacar su arma : “ ¡No me hables así!”
Inmediatamente Cólor se levantó de la butaca y salió casi al trote, ahora, con ganas de llorar.
Cuando iba llegando a la portería, un guardia le ordenó regresar. Trayecto que le sirvió a Cólor para reflexionar: “Verdad que Pablo me ayudó mucho, que el gobierno me haya quitado todo, es problema mío”. En el momento que entraba nuevamente a la amplia oficina, una camarera servía dos tazas de café y la voz nasal resonó nuevamente: “Siéntate, en realidad comprendo tu ofuscación. Tómate el café antes que se enfríe, que la mañana está helada”. Mientras degustaba




la bebida y como buen académico, explicó lo concerniente a la máxima captación de dinero necesaria para lograr sacar a Pablo de su cautiverio, y entre muchos argumentos y estrategias, le quedó en la mente a Cólor: “Entre más ancha sea la base, más alto será la punta de la pirámide. Porque, mi querido Cólor, has de saber, que los principales, o fundamentales mejor, materiales con los que los faraones construyeron sus pirámides, fueron la Fe, y la Ambición”
Cólor salió del edificio estrenando yo, el de ahora, optimista, resuelto, lo primero que hizo fue sentarse en un Café a repasar lo escuchado y para conversar con su nuevo yo como si fuera un amigo nuevo, y en voz alta repitieron: “Ya te dí la solución. Entretente con lo que te digo, que eso tranquiliza a Pablo en donde se encuentre. Y si te habla nuevamente, trata de ver lo más que puedas, porque con seguridad nos ha de servir todos esos datos. Claro, que si duermes con un GPT, seguro te da las coordenadas exactas” –
Cólor se consiguió el aparato y empezó el operativo de recaudo entre todas las personas que se habían enriquecido con el negocio sucio de Pablo, y a los que habían logrado sacar del presidio después de haber cometido infinidad de delitos en compañía. Cada semana, Dulibrondo recibía gruesas sumas de dinero, pero se incrementaron más, cuando llamó a los 10 primeros contribuyentes y les devolvió tres veces lo depositado, además, la frase promocional: “No olviden, tres por uno, que todos tenemos que morir, y bueno es tener amigos como Pablo allá. Han tomado una decisión inteligente para asegurar la felicidad perpetua. Reinviertan”.
No obstante la buena captación, no satisfacía la demanda del contratista que exigía cuatro fortunas para sacar el alma de Pablo del purgatorio, y porque el estudio de suelos, en la clandestinidad, encarecían la labor trascendental, y porque además, parecía estar más abajo.
Cólor, en realidad ahora dormía mejor. Todas las noches se acostaba con el aparato de medición encima de su mesa de noche, un lapicero y una libreta de apuntes.
Una madrugada, mientras dormía, Cólor empezó a sentir el calor sofocante de las llamas danzando, el rechinar explosivo de la leña y el lamento de las almas en la intranquilidad calurosa. La voz de Pablo acompañada con su rostro de maldad, se repetía como tantas noches anteriores, y como si ya supiera, le dictó éste las coordenadas desde donde estaba sufriendo, que coincidieron por donde estaban haciendo el estudio de suelos. Esta vez Cólor no gritó de miedo ni de cobardía, despertó alegre y anotó las cantidades. Florylana, al verlo en esa actitud tan distinta, se persignó convencida que su marido ya se había vuelto loco: “…se lo llevó en vida”, dedujo. Tal vez si la hubiere convencido su esposo del plan, no hubiera llamado al manicomio esa mañana en el que quedo recluido como otro “ido” más.



Dulibrondo, tan pronto se enteró, usó sus influencias para sacar a su vasallo del hospital siquiátrico, aprovechando el poder de penetrar en las instituciones del régimen y en los corazones ambiciosos. La recriminación a Cólor por el contratiempo no podía quedar en el aire, y le ha dicho el jefe: “En la lucha por la superación, así sea en el intento, debes mostrar fidelidad a tu mujer, no olvides que abogamos por la excelencia en el más allá, y ellas son nuestra mejor compañía con la gracia y el amor aquí en la tierra”. Cólor, en una acto de contrición, en asocio de su nuevo yo redentor excelente, continuó con el plan con mucho entusiasmo, y por supuesto involucró a Florylana.
Así las cosas, la compañía Lessep&Akenaton, recibió una cantidad de billetes euros y de libras esterlinas; que a pesar de la cantidad exagerada, resultó menos de la esperada. Debido a dos razones: una, debería quedar un buen porcentaje en las cuentas particulares de los organizadores, precisamente, en las de Dulibrondo Arredondo&Cólor Majagua. La otra, que llevar el alma de Pablo al lugar donde quedaría, costaba lo mismo que la extracción, incluyendo el soborno, lógico.
El representante legal de la compañía perforadora, mister Capotello, al ver que el dinero que solicitaba era insuficiente, resolvió convertirse en socio, y para atraer más capitales, éste señor se comprometió llevar mensajes y traer pruebas de permanencia en el Purgatorio.
Con las firmas de los representantes de cada una de las partes, un viernes de verano a las doce de la noche, después de firmada el Acta de Inicio de Obra, se dio comienzo a la perforación del pozo jamás intentado por el hombre con toda su tecnología; conducto que bajaría al centro de la tierra y por donde rescatarían una alma secuestrada por Sotanás. Gracias al triple propósito
del Plan: un rescate humanitario, rendimiento financiero, y una vida eterna sin pesadillas, como lo habían imaginado los faraones para llegar con sus dádivas ante Osiris en la otra vida. La esencia del egoísmo místico occidental, o la ilusión que movió la economía del antiguo Egipto.
El alma saldrá del purgatorio en la cápsula, luego en el plan, entraría en una cámara menos
ardiente de adaptación térmica por dos horas. Tiempo prudente, en el cual trescientos treinta y tres mil consignatarios ilusos entonarán himnos de resonancia bienaventurada, para que se les cumpla el sueño de la gracia mística multiplicadora y se le tribute al alma rescatada las honras fúnebres antes de enviarla por medio de una cinta rígida de carbono y tela de araña, la que como tubo sideral se elevará hacia el espacio, y ha de llevar el alma de Pablo al Cielo, después de pasar por todas las nebulosas planetarias.
FIN





EUFEMIA
Dedicado a mi amigo Alejandro Saravia.
Hace muchos años, antes de que el mundo conociera la televisión, vivía en una aldea ganadera a la orilla de un río de aguas mansas, una familia propietaria de un buen lote de ganado. Tal cantidad, suficiente para ser considerados como los más ricos de la región holgura económica que les permitía tener cuatro hijos estudiando en la ciudad más cercana a setecientos kilómetros de distancia. Cuatro hombres, atléticos e inteligentes muy sanos de cuerpo y mente, eran la esperanza de la comarca; pues se esperaba que ellos tuvieran la facilidad de transformar la economía pastoril que los mantenía apartados de los grandes inventos de la Humanidad. Había una hija, la cuarta en el orden de nacimiento, llamada Eufemia, a quien no merecía sacarla a estudiar por dos razones: una, que no era costumbre darles educación a las mujeres, y segunda razón, porque la pobre era extremadamente fea; no obstante, sus padres estar en la lista municipal de las personas con buen porte y distinción. No se explicaban, entonces, cuál fue el ancestro que había determinado que Eufemia tuviera un cuerpo desproporcionado y sin ningún rastro físico atractivo.
A pesar de la fealdad de Eufemia, su padre la consentía y le daba mucho cariño; la madre le tenía lástima y los hermanos ni la determinaban.
Cuando su padre se sentaba en el porche de la casa en su mecedora, cuando ordenaba a sus trabajadores que le pasaran el ganado escotero por frente a su casa, era normal verlo con su hija en las piernas y un vaso de ron en la mano, y decirle con mucho cariño:
– Hija, tú puedes ser fea, pero ese ganado es tuyo, y habrá quien te lo crea.
En el mismo sitio, cuando quedaba sola, su madre la sentaba en un mecedor más pequeño y le ponía un antifaz para que los niños de la escuela que pasaban todos los días no se burlaran de ella.
Al pasar los años, la niña fea fue creciendo con su defecto; pero al mismo tiempo, cantaba cada día con una dulzura tal, que hasta las mismas vacas se detenían a escucharla. Canto que se opacaba cuando llegaban sus hermanos de la universidad, quienes borrachos, armaban parrandas estrepitosas y las que casi siempre terminaban en insultos. Lapso en el cual la hermana solitaria inundada en su misma tristeza dejaba de cantar y, sin que nadie lo hubiera notado, dejaba de llover en la región y coincidió además con la irrupción de una guerra civil que duró novecientos noventa y nueve días, en la que murieron dos de sus hermanos.
Murió el padre, sus otros dos hermanos se casaron y se fueron de la casa; entonces, Eufemia





quedó con su madre en la casa solariega cantándoles indiscriminadamente a todos los seres, en especial a las pocas vacas que quedaban y a cuanto ser vivo podían escuchar las bellas melodías de su preciosa expresión, y, como siempre, al otro día llegaba la lluvia y las flores silvestres agradecían. Una tarde de un diciembre, mientras cantaba Eufemia, vio que dos jinetes montados en inquietos corceles se detuvieron a escucharla. Eran padre e hijo, ganaderos de otra región que estaban comprando ganado, y al escuchar cantar a Eufemia, quedaron anonadados. Eufemia apenada, dejó de cantar y se entró a su habitación y lloró otra vez su desgracia. Dejó de llorar al oír que llamaban en la puerta y salió aún con las lágrimas que le salían en dos direcciones diferentes.
– ¿Qué se les ofrece, señores?
– La escuchamos cantar, y queremos saber si usted tiene marido –habló el padre.
– No. ¿Por qué?
– Porque siendo yo ciego de nacimiento, estoy seguro que seré el hombre más feliz del mundo si usted acepta ser mi esposa, estimada dama –dijo el joven.
– Apenas sé que es un hombre que no puede ver; si viera, con seguridad cambiaría de parecer, caballero.
El joven no contestó. Se acercó a su cabalgadura y tomando su violín en sus brazos, y con las cuerdas que vibraron de amor, le dedicó una bella melodía que escuchó una vez interpretar a unos campesinos de los Alpes.
Al otro día, en medio de un torrencial aguacero, sacó el ciego a Eufemia de su casa para llevársela para siempre. Sin embargo, a la semana siguiente, a medio día, el cielo pareció nublarse sin que hubiese el canto llamador de la preciosa voz; una nube de langostas cubrió los pastos y las cementeras.
Eufemia, entonces, así, se convirtió en la esposa de un gran violinista, y al irse con su marido a vivir a Nueva York con la esperanza de dejar a sus descendientes en mejor pasto, dejó de llover y la sequía en la región ancestral trajo el hambre y la desolación.

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