viernes, 13 de noviembre de 2009

EL DIVINO

Capitulo I

Un saludo a mis lectores. Soy el hijo de un alma egipcia y un padre nórdico fantasma, quienes me bautizaron con el nombre propio de Divino, cuando nací hace muchos años en lo más profundo de lo recóndito de este mundo, en medio de una tempestad de sueños que se estrellaban contra las leyendas como si fuese un enfurecido mar, apenas alumbrado por un lejano faro intermitente.
Desde entonces, recorro libre media tierra, pues los espectros del más allá de mis fronteras occidentales no lo permiten. Pero eso no quiere decir que no tengamos alguna relación comunicativa, pues a ellos les agrada ver la vida de nosotros que vivimos tan lejos, y una narración de exótica manera de vivir agrada tanto a ellos como a nosotros los de por acá. Mejor les explico: escribo para que nos lean los que nunca nos han visto, ni tendrán la oportunidad de venir a conocer nuestros paisajes y personajes, que como yo, tienen su doble entre sus mitos y leyendas; que, por convenios no muy claros: ni uno puede ir, ni ellos venir. Así de fácil, mis queridos lectores de todas partes se convierte el trasegar, en una rutina de mi vida que perdura. Para que tengan una idea concreta del contenido, y la estructura de lo narrado, dejando el debido margen para que agreguen sus respectivas obsesiones y objeciones, si es que las tienen, o si no, que se apruebe para que quede constancia en sus recuerdos gratos y brille, en cada una de las conciencias, la luz antineblina. Eso es lo importante.
Para contar hay muchas cosas, desde luego que sí. Y contaré tratando de mostrar no más lo que veo, dejando a la conciencia de ustedes el juzgar y el opinar de lo observado por mí. Si quieren, porque tema les doy; y ganas de leer, eso si que no se puede porque es un asunto muy habitual y se debe respetar la inapetencia. Porque no hay cosa más dañina al cerebro, que obligarlo a leer sin el gusto y sin la habilidad de ayudar al narrador; peor, la posición enérgica de que se tiene la verdad de los hechos inventados por otro.
Ya en el terreno del mundo de los que viven la vida atada a constituciones y leyes, vamos haber que se ve. Haré un sobrevuelo, no por el bosque sino por este poblado a orillas de este río grande y de buen caudal que, me parece, ese es un asentamiento humano que puede tener algo interesante para ver de cerca y por supuesto cosas que narrarles. Porque de eso se trata.
Se ve que las calles no obedecen a ningún trazado en busca del paramento uniforme, más bien parece una desordenada red tirada a la orilla de un caño que desagua en el río que le pasa más abajo. Los techos de las casas son de palma con gorra de latas de cinc en el lomo; otras, muy pocas, de material para pegar ladrillos cocidos. Los árboles están en los patios, algunos de ellos sacan sus ramas a las vía angosta para sombrear y de paso conversar con los vecinos. De los edificios que veo desde arriba, hay uno que sobre sale a la distancia, por la cúpula deduzco que es el templo. Desde las afueras veo dos tanques enormes de metal, al parecer sus emanaciones, se trata de petróleo o sus derivados. Hay un puerto de canoas de todos los tamaños amarradas a un barranco que le pueden decir albarrada o atracadero. Que también es mercado.
Desciendo en círculos y ya puedo ver a sus gentes caminar. Por la arena de los senderos peatonales puedo asegurar sin temor a equivocarme, que hace mucho no cae un agota de agua desde las nubes, diferente al rocío de la mañana.
Ya se escucha el ladrido de los perros, el canto de las lavanderas al compás de los garrotes con los que sacan violentamente mugre de la ropa costosa, y se escucha el trinar de los pájaros, que entre otras cosas, abundan en especies por estos solares tropicales. Deben ser más de la nueve de la mañana, porque ya me queda difícil ver el sol y es que me molesta; me agrada más andar de noche. Salgo a esta hora por mero compromiso y así poder contar lo que a esta hora se ve.
Alcanzo a ver el interior de una habitación que da a un patio que me llamó la atención, me acerqué. “No es posible” me dije con disgusto “haciendo el amor a ésta hora”. ¡Ya! Debe ser una infidelidad, pero no lo puedo asegurar todavía, si es que me quedo en este pueblo. El hombre es blanco tirando a rubio, y ella es morena moviéndose con franqueza sobre la cama de soltera, pues apenas caben. De maldad o picardía: les cerré la ventana con brusquedad; me imagino el susto. Seguí sobrevolando como si nada hubiese visto.
Hay una casa que llama mi atención porque es muy diferente a las demás. Es alta, de ventanas grandes con rejas bien hechas, puertas bien labradas por las cuales ningún humano, por muy alto que sea, necesita bajar la cabeza. Pero tiene además unas figuras arabescas de adorno semejante a toldas de Babilonia sobre los marcos a manera de capitel que sobresalen, y en verdad que adornan esos relieves de ribetes a manera de moño arquitectónico. “Aquí hay billete” concluí. Aunque en todas las familias adineradas, –dicen los que saben – pasan por las mismas aventuras, vamos a mostrar si en ésta se cumple, pues en las casas de pobres, ¡vaya que si hay problemas que contar!
Para no armar alharaca, asumí ser ave nocturna dormitando desde lo alto de un frondoso árbol llamado: palo silvestre de naranjuelo, y que está en una esquina del patio. Esas frutas deben ser venenosas, porque las aves no las comen. A la sombra de él, en un corral mal hecho con maderas y pencas viejas que rodean la raíz, puedo ver unas tortugas en cautiverio a las que le dicen “morrocoyo” y según las creencias, traen fortuna; pero lo cierto es que la suerte de tenerlas es porque siempre hay comida. Porque de ser irrefutable, no hubiere tanta pobreza como huele desde arriba. La carne de esta animal de la especie de los galápagos, es de un sabor agradable; pero dolorosa su muerte: aún en la olla hervida en que se cocinan todavía tiene contracciones sus músculos. Por esta razón, en tiempos de los bucaneros del Caribe, se comercializaban a buen precio porque podían quitarles partes a las tortugas y no morían, lo que significaba tener carne fresca en los largos recorridos por el mar, a falta de refrigeradores de los que hay hoy.
Como les dije, en esta casa hay dinero. Hay un establo para alojar bestias de jinetear y por los arreos, pues confirman el poder económico de la familia. Además, hay un remedo de jardín consistente en varias bacinillas viejas con arbustos ornamentales; ya que la falta de acueducto domiciliario y la misma región árida no permite tener un jardín de lujo como lo intentan tener aquí. Se me había olvidado decirles: en el patio hay una casa de palma que sirve de cocina, es independiente de la casa grande y señorial. De ahí escuché unas voces femeninas que salían. Conversaban y reían.
– ¡No van a mandar echá el agua!
Escuché que decían desde la calle. Me asomé, y vi un hombre montado en un burro, de unos cincuenta años y vestido con harapos de trabajo.
– Es Mardoqueo, Niña[DE1] Felipa –informó una joven que salió a ver quién ofrecía los servicios de echar el agua que traían del río.
– Ya salgo; dile que me espere –habló una voz de matrona, la de la Niña Felipa. Quien salió regando unas matas mientras se acercaba al portón que da a la callejuela. Es una señora de más de cuarenta años, cuyo cabello suelto y abundante cubre una espalda ancha, y es elegante, como todas las señoras que llaman de asiento[DE2] Calza chancletas y viste una bata de levantar para irse a bañar. Es alta y de manos muy finas y bien cuidadas. Llega hasta el portón, mira al hombre con una sonrisa educada para contestar los buenos días y le dice tapándose la boca con una toalla, disimuladamente:
– Me trae tres viajes de agua, pero si saca el agua del centro del río; si no, no me traiga nada.
– De la misma mitad, Niña Felipa, yo soy serio, y usted sabe.
– Ya veré. ¿a cómo el viaje?
– Le vale un poco más; usted sabe.
– ¡No señor!. Ustedes deben sacar siempre el agua de la parte limpia, déjese de vivezas que Dios castiga.
– Bueno, usted es la que manda, ya le traigo los tres viajes y le cobro lo mismo; pero le agradezco me regale un vaso con agua.
– ¡Juanabel! Hazme el favor y le traes un vaso de agua a Mardoqueo en el vaso limpio, tú sabes cuál es.
El hombre bebe con ganas, devuelve el jarro de peltre a Juanabel, se monta nuevamente y puya el burro. A lo que la señora Felipa ordena hacer con el jarro:
– Lávalo con agua hervida de una vez y lo pones al sol, y te vas a ver si Mardoqueo trae el agua del centro del río. Pero que no se de cuenta. O si ves a la nena, la hija de Pedro mi hermano, por los lados del caño, que le eche un ojo. ¡Apúrate!
El que se fue primero a ver si Mardoqueo cumplía fui yo. Lo distinguí entre varios aguateros montados en burros y burras, aunque también los había de a pie con sus balanzas en cuyos extremos cuelgan dos grandes calabazos. Unos iban livianos y otros venían cargados de agua. Mardoqueo llegó hasta el puerto, buscó la sombra de un árbol de camajón, amarró su burro, bajó las ánforas vegetales y las depositó en una canoa. En ese lugar de mercadeo público y punto de entrada de salida fluvial, hay gritos esporádicos de vendedores ambulantes como en cualquier parte, hasta donde yo conozco, ofreciendo los productos de la región como anunciando a los lugares para donde han de zarpar las lanchas, las que salen siempre a la hora exacta: “Ya casi, no más falta que se llene” dice el chalupero, que es como se le dice al conductor que maneja las chalupas, naves de poco calado impulsadas por el remo y lata. No sé que se me hizo Mardoqueo. A la que vi fue a Juanabel hablando con un flaco moreno que parece ser su novio que vende mangos; no creo equivocarme, la risa permanente de ella la delata. No tiene más de veinte años la pareja.
Buscando a Mardoqueo en el puerto, dejo de ver a Juanabel. Me siento algo frustrado y regreso al árbol de naranjuelo a seguir viendo los quehaceres de esa casa que he mostrado en parte, y que me ha llamado mucho la atención.
La señora Felipa está en una ceremonia preparatoria a su baño diario, por lo que veo de ella. Una joven de menor edad le lleva el agua que antes ha puesto a hervir para que le de el sol.
– Rosario, llévame el agua esa que ya boy a entrar a bañarme –le dice la señora distinguida y ama de la casa grande señalando la olla grande que está en la mistad del patio.
El baño, a un extremo del solar, es una caseta de tablas de un poco más de un metro cuadrado, cuyo techo metálico está protegido del viento con una piedra de buen tamaño en cada esquina. En su interior, hay un banquito de piedra en donde se sienta la señora para su rito que dura una hora. Primero se cerciora por entre las rendijas que no haya mirones, mira hacia arriba, me ve y me hace mala cara, y queda apenas con una bata ligera. Parece que nunca queda desnuda. Ahora canta una canción patriótica popular con la que conmemoraron la independencia de España. Digo yo por la letra que escucho. Lo cierto es que canta bonito y con dulzura.
–¡Niña Felipa, no hay sal! –grita bonachonamente la cocinera en jefe, María Toro, desde la cocina.
– Cuando venga Juanabel, la mando para que le pida al señor Aristóbulo los dos centavos y compre una libra. ¿No ha llegado?
– ¡Ya llegué, Niña Felipa!
– ¿Te fijaste bien si es agua del centro del río?
– Si señora, para allá salió en una canoa, yo lo ví.
– Bueno, ve y pídele a don Aristóbulo para la sal. Debe estar por los lados de la Alcaldía, o donde don Pacho. Tú sabes ya dónde buscarlo, ve mijita.
Este detalle me impresionó, ¿será un símbolo para demostrar que es el que mantiene la casa y haya que hacer ese ceremonial cada vez que falte el alimento básico?; pero veré, veré. No pudo afirmar nada.
En esas estaba, cuando salió al patio un niño de aproximadamente cinco años, su cabello es blanco y liso, delgado de cuerpo y se agachó a jugar con la tierra. Quise estar cerca y me volví palomo, pues hay un pie de cría de más de treinta, y es de la europea, así que me acerqué al menor. Desenterraba una lombriz de tierra desde su posición en cuclillas. La observaba detenidamente, tanto que parecía un científico anciano; de pronto, mirando hacia la caseta de baño gritó:
– Mami, ¿las lombrices pican?
En ese momento entraba Mardoqueo con el agua por el portón y le contestó al niño, que se llamaba Angel.
– Si pican pero en el borde del culo, nene.
– ¡Mardoqueo! ¡hazme el favor y respetas! Esta es una casa decente –dijo con furia doña Felipa desde el baño y agregó –no faltaba más, ni mi marido es capas de una vulgaridad para que venga usted con esas groserías con el niño. ¡No señor!
– Ay, niña Felipa, si es verdad…
– ¡Ya! Déje el agua en las tinajas y viene a la nochecita por la plata.
– Niña Felipa, don Aristóbulo dejó para el agua los tres centavos, están en la repisa del comedor.
– Bueno, Rosario, dáselos y que no vuela más nunca. Y te lavas las manos con jabón de bola.
La señora salió a vestirse a su aposento muy privado, donde hay un escaparate lleno de ropa femenina. Al lado, en una mesa de ceiba cubierta con un mantel de blanco curtido por el tiempo, hay una especie de altar con muchas estampas, candelabros, flores y por supuesto un crucifijo en la mitad rodeado de imágenes de yeso de vírgenes y santos. Al fondo, otro escaparate. Una cama nupcial, dos mecedores viejos, un baúl rústico de viaje y otro de abolengo. Una hamaca guindada de una argolla, cae pegada a la pared de un extremo, y enrollada sobre sí misma en espera de su uso tropical. Hay una escupidera de plata. Hay en el ambiente un aroma de tabaco de mujer, revuelto con perfumes, parafina y orines de murciélago. Hay fotos de dos bellas jóvenes, de las que supe, estudian en la ciudad de Robledo en un colegio de monjas. Claro, no estaba equivocado, en esta casa sí hay billete, les repito; porque mandar a estudiar a dos niñas a un colegio de monjas católicas, es porque hay con qué pagar. Ellas se llaman: Lucrecia, la mayor, y Bonifacia, y el que les sigue Romualdo Segundo estudia en la capital del país en el mejor colegio de bachillerato. En la capital provincial estudia José, dos años menor que Romualdo. En Barranquilla, está estudiando Darío Federico, también dos años menor en el orden que los estoy presentando. Luego siguen Alvaro y Rosa, que estudian en la escuela de la señora Marina Renal, pues apenas están en los estudios primarios. Y el último es Angel que aún no ha salido a estudiar a ninguna parte; pero por lo que veo, estudia más que todos. Su mamá le enseña las oraciones, y lo que quiere saber, lo pregunta sin ninguna clase de prevención. Por esa razón y no por otra más me interesé en quedarme en esa casa, porque para mí ha sido también punto de aprendizaje. ¡Porque ese niño lo pregunta todo! Puedo ser que un Divino de naturaleza, como lo soy yo y la gente crea que me las sé todas; pero eso era antes que se dominaba todo el saber de los humanos, y lo que no se sabía se inventaba con algún subterfugio místico. Ya eso pasó a otro nivel del conocimiento, para que lo vayan sabiendo sino lo saben. ¡No se preocupen! Vamos a aprender entre todos en la medida que se pueda; y si no puedo ayudarlos; ese no es mi compromiso fundamental: simplemente quiero mostrar una manera de vivir de una comunidad caribeña, en medio de las dos grandes guerras mundiales, y por lo que he visto hasta ahora, parece que apenas están a principios de siglo, pues el atraso se vive, se siente la ignorancia está presente.







[DE1]Niña: término cariñoso y de respeto para las señoras ams de casa.

[DE2]Dama de asiento: señora que no trabaja dada su posición social.

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