viernes, 13 de noviembre de 2009

ALMACEN LA CACHAZA

Almacén La Cachaza
Por David Escobar Gómez

Tres años sin verse siquiera de lejos, y ahora repentinamente, aparece Juan caminando como arrastrando un pesado pasado. Tomás, en vez de alegrarse por ver a su amigo de infancia, le llamó la atención la cruz que llevaba sobre sus hombros el que fuera siempre un alegre y deportivo compañero de parrandas, que por cuestiones del destino o por la intrincada red urbana habían quedado fuera del camino.
– ¡Ajá cuadro! ¿Qué estás haciendo ahora?
Y Juan le contesta apesadumbrado.
– Hombre, Tomás, ahora, vengo de donde mi tía que se acaba de pasar a vivir por aquí…pero…ya llevo dos años sin trabajo, hermano.
– ¡No joda! ¿Y cómo haces?
– Si no es por mi mujer, mi tía y mi hermana, yo no se que sería de mí. ¿Tú no me puedes ayudar?
– Bueno, no se me ocurre nada en este momento. Pero dime mas o menos a qué estas aspirando, de pronto yo conozco más que tú…que se yo.
– ¿Tú conoces al turco Jorge Palaut, el que tiene un almacén en la plaza del mercado, “ La cachaza” que vende ropa y telas?
– Bueno, amigo así de mucha confianza, no; pero, dime, ¿tú quieres trabajar con él.?
– Aunque tengo mejor perfil, tú que me conoces, como están las cosas podría trabajar en ese almacén, si me recomiendas. Yo te agradezco.
– Bueno, no faltaba más. Yo te conozco desde pelao, y a tu familia; con mucho gusto hablo con el viejo Palaut, yo lo conocí en el Club de Leones. No joda, ojalá te nombre. Mañana nos vemos aquí otra vez. Chao, nos vemos.
– Nos vemos, hermano, te agradezco lo que puedas hacer por mi –dijo Juancho arropado en su tristeza con la cabeza gacha.
Al otro día, en el mismo lugar, se encuentran el par de amigos.
– ¡No joda, cuadro! Tú si eres de buenas. El viejo me dijo que fueras, yo le hablé bien de ti. Ojala te de el puesto; es de ayudante, ajá, pero por algo se empieza.
– Yo no tengo inconveniente en empezar de ayudante, no te preocupes.
– Bueno, visítalo; y no me vayas a quedar mal.
– ¡Como se te ocurre!
A la semana siguiente se encontraron los dos amigos en la misma esquina un domingo por la tarde.
– ¡Aja viejo Juancho! Me imagino que estás trabajando, porque ya no te veo deambulando ni con esa cara de tragedia.
– Sí, mi hermano, gracias a ti.
– ¿Qué te toca hacer?
– Bueno, ahora estoy en la bodega ordenando la mercancía y llevándola a los estantes. Tú sabes, y la barrida…
– Por algo se empieza, y vas a ver que te va a ir bien.
– Pues eso creo, le he caído bien al viejo, y tengo muchas ganas de progresar.
– Te dejo, Juan, mi mujer me está esperando. Suerte.
– Hasta luego y gracias, te estaba esperando para agradecerte, el domingo te invito a unas cervezas.
– No te preocupes.
– Ve que vienes. Chao.
A la semana siguiente, el domingo en la tarde, los dos amigos se encuentran, entran a la tienda más cercana y chupan vidrio que da gusto.
– ¿Cómo va ese trabajo en el almacén?
– Ya me ascendió don Jorge.
– ¡No te lo puedo creer!
– Así como lo estoy diciendo. Ya soy vendedor de mostrador.
– ¡No joda! Que buena noticia me has dado, Te felicito.
– Si, el viejo me tiene una confianza única, y ve que yo le pongo mucho entusiasmo a mi trabajo; tú me conoces.
Pasan un mes desde el anterior encuentro y vuelven a la misma tienda otro domingo por la tarde el par de amigos.
– Te veo bien, Juan, cuéntame, cómo va todo.
– Hermano, mucho mejor.
– ¿No me digas que te ascendieron nuevamente?
– Bueno, gano lo mismo, pero ahora soy el que hago los pedidos. Y eso es una distinción que me enaltece.
– Juan, cuanto me alegra, cuadro. Tu mujer debe estar muy contenta.
– Pues… sí –contesta desinteresadamente el vendedor.
Pasan dos meses, y se vuelven a encontrar.
Ajá, ¿ Y cómo va ese almacén? amigo.

–Tú sabes, que yo se desempeñarme en mis trabajos. Siempre aplico mis principios de la planeación estratégica, y en cuestiones administrativas y sobre todo de ventas, pues le puedo dar clases a cualquiera. Las relaciones con Jorge están más bien que nunca.
– ¿Te mejoró?
– Bueno, digamos que yo le mejoré sus ingresos. Las ventas han aumentado desde que yo manejo la caja y las cuentas corrientes, pago proveedores y tengo autoridad sobre los demás empleados.
– ¡Que vaina buena, Juancho! ¿Tú mujer debe estar muy contenta?
– No sé, pues ahora tengo una amiga que sabe comprenderme.
– ¿Dejaste a María?
– Nos dejamos. Es que cuando uno tiene responsabilidades empresariales, la mujer debe ser conciente que al subir uno de nivel, pues las cosas son otras, tú me comprendes.
– Entonces el que debe estar contento es el viejo Jorge.
– Sí, hemos llegado a un buen momento en las relaciones, tanto comerciales como personales. Pues aunque yo sea una persona que me se comportar en la buena mesa como en la buena conversa, creo poder ser un ejecutivo exitoso, no más era necesario que me dieran una oportunidad de demostrarlo. Y te dejo, mi amiga me está esperando para llevarla al teatro. Nos vemos un día de estos para hacerte una buena invitación en el Club del Comercio.
– ¿Cómo? club…
– Sí, Jorge me pasó una acción, no ves que ya somos socios en el almacén.
A los diez meses de esa última conversación en la calle, Juan iba en su carro y le pitó a su amigo que estaba en la esquina de los encuentros.
–¡Vamos, móntate!
– No joda, cuadro, cómo has progresado, tremendo carro. El progreso sigue.
– Si, Jorge me tomó tanto confianza como cariño, y yo di lo mejor que tenía de mí y le trabajé de buena gana, tú sabes como soy yo cuando me entrego a un trabajo. Las cosas iban cada día mejor, y no te había contado, mi amiga con la que vivo ahora, pues es la hija de Jorge. Pero él no sabe nada y ella nada tiene que ver en el negocio
– ¿Cómo así que iban, se molestó porque le está acomodando las entretelas a su hija?
– No, por ahí no es la cosa. Te comento porque me preguntaste por María y ya te dije: nos dejamos.
– Entonces…
– Sí, me ofreció ser su socio y yo acepté, come te dije. Ajá, si uno cree en la gente. El movimiento del almacén nos daba buenas utilidades. Y lo que tenía que suceder sucedió ayer, y lo he lamentado mucho.
– ¿Qué pasó, cuadro?
Juan no contestó inmediatamente. Tragó saliva y como si algo se hubiera atrancado en su garganta, casi a punto de llorar, confesó:
– Me tocó botar a Jorge, el desgraciado turco me estaba robando –dijo con los ojos llenos de lágrimas.
FIN
Samar, 2009-04-01

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