viernes, 13 de noviembre de 2009

GABRIEL ESCOBAR BALLESTAS

GABRIEL ESCOBAR BALLESTAS

Prima, usted me va perdonar; pero no puedo dejar de mencionar una figura muy significativa para mí como lo fue Gabriel Escobar Ballestas.
Si usted alguna vez regresa a Plato, o se encuentra con un plateño, indague por un colegio oficial que lleva su nombre, y la respuesta es que sí, que sí existe. Empero, de ese personaje se sabe muy poco. Y es bueno que la gente de la Republica del Caribe se entere de esos motivos públicos con sus figuras insignes que enaltecen el terruño, y digo la República, porque la historia para que tenga algún efecto como factor de progreso debe ser vista a nivel regional, ya que entre más alcance se tenga en la información, mayor su beneficio. Y así el sentido de pertenencia nos ha de llevar con toda seguridad, unido al recuerdo de lo gozado y sufrido, a un nivel superior.
El único colegio que había cuando Gabriel inició sus estudios de bachillerato, se llamó: “La Segunda Enseñanza de Plato”. Me contaba su profesor Enrique Bustos que, mi tío Gabriel y padrino de bautismo católico, -porque a mi me bautizaron sin mi consentimiento- era un estudiante supremamente inquieto y que además de rendir académicamente, jugaba con su intelecto impaciente. Una mañana, se formó un conato de pelea en el patio de recreo del colegio. El profesor Bustos intervino. “ Qué está pasando aquí?” Y un estudiante muy agitado e indignado contestó: “ Profe, lo que pasa es que Escobar creo que uno es idiota, o maco, dizque no son las diez de la mañana, que es de tarde, como si uno fuera maco, ¡Eche!” Entonces el profesor llamó aparte a su discípulo admirado para reprenderlo: “por qué te pones a inventarles esas cosas, Gabriel, ¿ha? “ Profe, para ver como se defienden, no se preocupe” Contestó con la risa característica de una burla heredada y llena de picardía. Todo lo quería saber. Todo le llamaba la atención. Y como buen Escobar, ya tenía fama de inteligente. Además de la humildad, era un chico jovial, atractivo para las niñas, no tanto por lo de rubio, alto de ojos azules; no, su carisma era del agrado de todo el pueblo. Pero el terror de los profesores; en una ocasión, una señora fue a suplicarle a su mamá, que le dijera a su hijo que no le hiciera tantas preguntas a su esposo que era profesor de Gabriel: “Niña Angélica; lo tiene al borde de la locura a mi marido con tanta preguntadera. Usted sabe que aquí no hay más trabajo. Gracias al doctor Antonio que le consiguió esa chamba, ajá, y cómo se hace, tenemos que comer; yo le agradezco”. Es que no era para más, no todo el mundo le tiene paciencia a un niño preguntón.
Como el “benjamín” de la familia estuvo al amparo de sus hermanos, sobre todo del mayor, Alberto, quien le absolvía de buena gana todas sus dudas académicas y científicas, que de su mente inquieta brotaban como volcán en erupción las preguntas, hasta dormido.
Facilitó su desarrollo intelectual e investigativo, todo ese ambiente familiar, dice uno. No todo el mundo tiene un hermano inteligente y capaz de comprender el entorno y sobre todo, de ser consiente de la responsabilidad de guiar a los menores. Gabriel tuvo esa fortuna inconmensurable. Anote, Prima. El infortunio golpeo de lleno a Gabriel: su padre Godofredo había quedado arruinado por la política, y usted sabe: la bebedera y la mala economía. Lo poco que se lograba en la amarrada riqueza del pueblo se utilizaba para sostener a sus hermanos mayores en las universidades lejanas. Pues la prosperidad había que echarla al “cara o sello”, o se les da estudio y nos quedamos sin nada; o lo contrario viceversa. La maldita hacienda que no se sabía manejar a falta de un desarrollo económico, no permitía la reinversión, ni mucho menos colocar los dineros de las ganancias en fondos de inversión, en la Bolsa de Valores. ¡Como se les ocurre! ¿Para que nos tumben?, y la solidez económica estaba sustentada en tener tierras y ganado. Entonces Gabriel no pudo salir a estudiar a fuera, le tocó quedarse en la “Segunda” que apenas tenía hasta segundo de bachillerato, aunque no era nada, sí era un logro significativo para los pobres ribereños y playoneros. De una mañana a otra, mandan a mi tío a una escuela agropecuaria en Pueblo Bello, en las estribaciones de la Sierra Nevada del lado de Valledupar para que estudie agricultura rudimentaria, como cualquier campesino adelantado. Resignado, hizo dos años. Afortunadamente para él, fue rescatado y enviado a estudiar el quinto de bachillerato al famoso Liceo Celedón de Santa Marta. Y como era de esperarse, se distinguió desde el primer día de clases como el mejor alumno. Al año siguiente, mi padre se lo llevó para Manizales y lo matriculó en el colegio nacional de bachillerato, -Ale ya era veterinario y ya estaba casado con Rosa Helena Gómez Rendón, hija de Luís Eduardo y Eva- y se distinguió el tío Gabriel como el mejor alumno desde el segundo día de clases -mientras se adaptaba a las circunstancias en una tierra completamente desconocida-; y para que vea, Prima, lo que es el liderazgo, el reconocimiento y la actitud mental positiva de este muchacho: fue elegido para representar a Caldas en un congreso de juventudes conservadoras que se realizó ese año de 1947 en Bogotá. Al año siguiente, ya bachiller de honor, se matricula en la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional en la fría ciudad de la changua caliente, Bogotá. Gracias a que su otro hermano, Germán, ya vivía en esa ciudad; pero en medio de muchas vicisitudes económicas. Contaba mi tía Fabiola, esposa de Germán, que no le podían dar más de los diez centavos para que se fuera en el tranvía; jamás tuvo para el tinto, ni mucho menos llevar a una niña al cine. Pero esa dedicación al estudio es ejemplar. Se metió de lleno, con una voluntad férrea, a la disciplina académica que tan sólo se ve en los que progresan. Una Noche la tía Fabiola lo encontró llorando en su pieza: “Que le pasa, mijo” y entre sollozos de vergüenza intelectual confesó la causa del dolor: “Es que temo no poder salir adelante en los estudios” Y la tía política antioqueña supo, afortunadamente, darle el apoyo mental: “Usted si puede. A todos sus hermanos le ha tocado pasar sacrificios, dicen que Alejandro pasó muchos trabajos, y vea, ya está ganando”. Al año siguiente era un estudiante connotado ganándose el aprecio del decano de la Universidad Nacional. Primera vez que un estudiante de los primeros años entraba y salía de la decanatura como si fuera un profesor. Y así terminó su carrera con un promedio en las calificaciones de 4.22, sobre cinco; esfuerzo que le fue reconocido con un premio especial en dinero, dicen mi tía Mercedes que de la Fundación Alejandro Ángel Escobar, de Medellín, a la que recurrí en una ocasión para averiguar, y me dijeron que no sabía nada de esa distinción. Bueno, ya profesional, no consultó el padrino con sus hermanos lo que haría de su vida; y con justa razón: bastante adulto estaba como para pedir conceptos; sobre todo lo esperaba Alberto, quien también era médico de la Universidad de Cartagena.
Dio el menor de los Escobar Ballestas el próximo paso trascendental en su vida, y se metió al ejército en un batallón de profesionales en Bogotá. Cuando lo vieron con el uniforme, estaba de Director del hospital de Arbeláez, en Cundinamarca. Y un día, el entonces presidente de la República de Colombia: Gustavo Rojas, de Boyacá, su persona, llamó al decano de la Facultad de Medicina para que le recomendara un facultativo joven para que fuera su médico de cabecera, o su edecán de la salud. Y la respuesta inmediata desconcertó al dictador: “usted lo tiene más cerca que yo: Gabriel Escobar Ballestas ha sido el mejor estudiante que he tenido yo como decano; acaba de ingresar al ejercito como profesional” Y la suerte hizo un giro un poco brusco en la vida del médico, pero recompensado por la consagración, que no es suerte, pues para eso se preparó: y al ver la figura del teniente médico de sanidad, quedó de una vez como el médico del jefe del Estado. Mejor no le podía ir. Tenía entonces 26 años de edad y en uso de su soltería. Le faltaba no más la especialización, la que pensaba hacer en Houston Tx. Rojas le tomó mucho cariño, y sus dotes de manejo de gente decente, su áurea agradable, un atractivo nórdico con sus vistas inteligentes, buena conversación le sirvieron para moverse con soltura en el poder, no para usufructuarlo indebidamente; pero sí podía ayudar a sus paisanos y parientes, ayudaba.
En el mes de febrero de 1957, viaja Rojas a la ciudad de Santa Marta, y con sobrada razón lo acompañó su médico, el teniente Escobar. En ésta ciudad vivía su querida madre, y sus hermanos Alberto, Alejandro, y Lula. Recuerdo ver a mi padrino sentado en un mecedor con un trago de “güisqui” en la mano, su pistola en la axila, su corte militar, sentado frente a su hermano médico, Alberto. Conversaban en casa de éste. Pero lo que escuché me dejó perplejo. “Es que mi general me tiene aburrido; quiere que todos los fines de semana me vaya a jugar ajedrez con él a Melgar” Y agregaba: “Yo lo que quiero es irme pronto a especializar”. No podía yo entender que fuera motivo de fastidio andar con el presidente de una nación; claro: lo fue de manera para nada democrática. Después que fuera leal al régimen centralista, se aceptaba de entrada; y al final; se le buscó su salida: al dictador que rompió con la civilidad en el poder más antigua de Latinoamérica.

En ese viaje regresó el edecán de la salud a su sede del Palacio de San Carlos en compañía de su mamá; se la llevó para tenerla mejor en la capital.
A fines del mes de marzo siguiente, el avión presidencial estaba en Montería con el presidente y su comitiva. Era una avioneta grande, y la tripulación necesitó ir a Barranquilla por unos repuestos; oportunidad que aprovechó el edecán médico para que lo dejaran de paso en Plato y en donde lo debían recoger al regreso del mismo día. Como en efecto se cumplió el plan de vuelo. Regresaba así, triunfante, como ningún otro lo había hecho en toda la historia de Plato. El sueño de todo el que se va joven a explorar un mundo desconocido; y desde luego partiendo de una tierra seca que no da muchas oportunidades de progreso; y llegar triunfante gracias al esfuerzo intelectual, era una proeza que llena de orgullo a cualquiera en cualquier parte del globo. La familia no hizo nada para llevarlo a la diestra del todopoderoso militar. Ni se enteraron sus hermanos. Hacía más de diez años que había salido de su pueblo natal. Y el júbilo al verlo llegar en el avión presidencial a uno de sus mejores hijos fue apoteósico, el pueblo se volcó a las calles polvorientas y la noticia se derramó delirante; todos lo querían saludar. Se alegraban hasta los que nunca en su vida lo habían visto. Fue de casa en casa de sus familiares, de sus amigos, de sus vecinos. Cuando pasaron por frente a la casa de la profesora Maria Cote, la comitiva se detuvo, y ella salió hasta la mitad de la calle con un vaso de jugo y con inmenso cariño le dijo a su vecino que vio crecer: “Mira Gabrie, el jugo de guayaba agria, que tanto te gusta” Se lo tomó con ganas, y comentó. “Tía, esto no se ve por allá, gracias, siempre me acuerdo de usted.” Al tiempo que visitaba recibía invitaciones; pero él explicaba que no podía demorar más. “Yo mejor vengo el domingo, yo le presto el avión a mi general y me paso el día con ustedes, por favor no insistan” Y el militar con sus gafas oscuras, sus botas media caña, continuaba con su jovialidad, a todos saludaba con cariño. Hasta que llegó la hora de regresar a Montería. El avión sobrevoló el pueblo en señal avizora y de inmediato fue al campo de aterrizaje que estaba entonces en la periferia de la zona urbana. Se elevó nuevamente la nave, y el pueblo íntegro quedó comentando y repitiendo todos los pasos que dio su paisano que estaba a la diestra del hombre más poderoso de la nación, incluso, el único que le podía tocar las nalgas. Otros lamentando no haberlo visto: “Yo si vi el aparato ese revoloteando por encima de los techos de las casas; pero qué me iba imaginar que era Gabrie; de haberlo sabido, ¡No joda! Me vengo volando, si yo no mas estaba en la Loma del Golero cerrando un negocio. ¡Hombe, que vaina!, pero el domingo lo veré” Le decían Gabrie. Si, le decían Gabrie a mi padrino.
Ese domingo, el del retorno, en Plato era de fiesta. El sitio social público selecto era la “Repostería la Rosa”, lugar de reunión de los notables. Y precisamente ese día tendría mayor importancia porque su dueño, Don Cesar Alfaro, hermano de padre de mi tía Maria Alfaro y ella hermana de madre de mi abuelo Godofredo, lo esperaba para un suculento sancocho de las tres carnes. Ya se puede imaginar, Prima, la llenura de ese negocio a las primeras horas de la mañana del 2 de abril. Pero para que vea como se manejaba la suerte económica del departamento, primacha; a ese establecimiento llegó, a esa hora, un empleado del gobierno departamental en comisión con el objeto de realizar un censo agropecuario en el municipio de Plato. El samario funcionario en vez de ir de finca en finca, resolvió tomar los datos en la Repostería. Fue hasta donde don César, se identificó, le pidió el flojo favor y empezó el interrogatorio.
– ¬¿Don César, cuantas cabezas de bovinos cree usted que hay en Plato?
– Déjeme decirle, aquí lo que hay ganao, pero lo que pasa es que nadie le va decir cuanto ganado tiene. Usted sabe, la gente se cuida.
– Si, yo comprendo, pero ajá, cómo se hace, es un calculo aproximado.
Don Cesar al verse en tremendo compromiso, no tuvo más alternativa que asesorarse de sus clientes amigos que estaban con las orejas paradas. Uno dijo: “¡Eso nunca se sabrá” y agregó don Cesar:
– ¬No se pueden contar una a una, y si se empieza por acá, cuando lleguen a San Angel, ya habrán nacido quien sabe cuantos terneros por acá.
Después de una ligera discusión, se llegó al consenso: en Plato hay como sesenta mil cabezas de bovinos.
– ¿Y cuantos caballares?, -dijo el funcionario.
– Antes que vinieran los gitanos, ¡aquí sí había caballos! –comentó Horacio Saumet Peña.
– Verdad que sí, esos gitanos compraron bestias a montones.
– En Valledupar hay doce mil. –dijo e l funcionario.
– Deje de comparaciones, amigo, que una cosa son ellos y otras nosotros; semos diferentes en todo, más bien póngale un caballo a cada diez cabezas, y ahí van también las mulas.
– Esta bien, digamos que seis mil caballares, -anotó y preguntó después- ¿y burrales?
Todos soltaron la carcajada franca y burlesca cual rebuzno. Y Juancho Arrásola intervino.
– ¿ Para qué quiere el gobierno saber cuántas burras y burros hay?. Por aquí nadie sabe si quiera cuántas reces tiene; sabe el que tiene menos de quinienta vacas, pero para San Angel y el Difícil, si en los playones hay ganado cimarrón, caballos, mulas, burros, que yo creo que lo mejor es que ponga: “bastantes”. Y bueno si es agropecuaria su indagación, falta saber cuantos tigres hay, porque potrero sin tigre, no es potrero. –Todos se sacudieron de la risa. Otro dijo,– ¡Y morrocoyos qué!

¬El domingo mismo, en Montería, el 2 de abril de 1957, el piloto titular le cedió el timón al copiloto: un joven antioqueño, y partió nuevamente la nave número uno de la Fuerza Aérea rumbo a la población de Plato, tal como quedó hablado y programado. La ruta era salir en dirección al oriente hasta interceptar el río Magdalena, y luego girar hacia el norte por todo el lecho hasta la tierra que lo vio nacer. Cuando estaba frente a Pinto, seguro se asomó el padrino para ver mejor los playones en donde había pasado parte de su niñez. Faltando tres minutos para hacer contacto en la pista, ya el “brichi crafc” echaba humo por la cola y volaba a poca altura. Trató de elevarse, y fue peor; la nave chocó contra las aguas del río y se sumergió rápidamente. Ya se puede imaginar Prima linda, el desarrollo de los acontecimientos de angustia y dolor de todo un pueblo y sus alrededores. No quedó ningún rastro, el río se los tragó con todo y humo. Al día siguiente encontraron primero la cabeza del piloto, luego el cuerpo más abajo de la población de Real del Obispo; pero el cuerpo del buen estudiante no aparecía por ninguna parte. Un equipo de buzos y una draga llegaron al lugar del siniestro, y a los tres días suspendieron el operativo de búsqueda. Hasta que la acción valiente de Elías el pescador del barrio Culebra quien, de manera voluntaria y osada, se hizo amarrar por la cintura y se tiró en medio del río desde la draga. Al tercer intento, subió a la superficie por estribor y después de tomar aire, dio parte: “Aquí está, de este lado” Y fue cierto, la draga metió el brazo hacia ese lado de las aguas e hizo contacto con el fuselaje. Al moverlo, saltó el cadáver de mi tío rumbo a Barranquilla. Ya se puede imaginar niña, un cadáver de más de tres días en el agua. El pantalón estaba arremangado del lado derecho hasta la rodilla, y le faltaba la bota de ese mismo pie, y se supuso, que estaba preparándose para lanzarse al agua y que el copiloto buscaba acuatizar de emergencia.
La reunión en la repostería se disolvió con la noticia. El pueblo entró en un duelo que duró varios años recordando la figura de la promesa perdida, ahogada, como se pierde una ilusión amorosa o como se difuma la esperanza de ser libres.
Doce años después, me correspondió sacar sus restos óseos del Cementerio Central de Bogotá, y al verlos, se apreciaba un golpe en la base del cráneo y una fractura en la mano derecha. Pasaron los años y logré leer su hoja de vida en el Archivo del Ejército donde estaba el informe por medio del cual le negaban la salida a especializarse por necesidad del servicio, y también estaba el acta de la autopsia: murió por inmersión. Al parecer, la mano le quedó atrapada con la puerta al hacer contacto con las aguas turbias. Para honrar su memoria, el colegio de Plato fue rebautizado con el nombre de: Colegio Nacional Gabriel Escobar Ballestas, como homenaje a un buen estudiante que murió a los 28 años cuando apenas empezaba su carrera por la vida. Prima, es que la muerte de los jóvenes duele, y si es un prospecto promisorio, y además una persona agradable e inteligente ya se puede imaginar la pena. Su madre, Angélica Ballestas, tan pronto se enteró de la tragedia se arrodilló a pedir la muerte también. “Señor, llévame al lado de mi hijo. Virgen de la Concepción: llévame al lado de mi hijo”. Murió al otro día de saberlo: el 9 de abril.

2 comentarios:

  1. Yo tuve el honor de ESTUDIAR

    TRES AÑOS EN EL GABRIEL ESCOBAR Y PRESENCIE LOS HECHOS NARRADOS, LO VELARON EN LA CASA DE LA SEÑORA DELFINA ESCOBAR, BIBLIOTECARIA DEL COLEGIO, ERA EL RECTOR EL ILUSTRE HIJO DE PLATO DON VICTOR CAMARGO CUANDO ESOS HECHOS.

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  2. Yo tuve el honor de ESTUDIAR

    TRES AÑOS EN EL GABRIEL ESCOBAR Y PRESENCIE LOS HECHOS NARRADOS, LO VELARON EN LA CASA DE LA SEÑORA DELFINA ESCOBAR, BIBLIOTECARIA DEL COLEGIO, ERA EL RECTOR EL ILUSTRE HIJO DE PLATO DON VICTOR CAMARGO CUANDO ESOS HECHOS.

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