viernes, 13 de noviembre de 2009

LOS AMIGOS TENERIFANOS

LOS AMIGOS TENERIFANOS
Así veían a la familia Escobar de Plato los amigos tenerifanos. Artículo publicado en el diario el Siglo de Bogotá. Por Rosendo Miranda Jr.:
‘Por una polvorienta carretera que, a partir de Fundación, quiebra en Bosconia y llega a Plato, salí de viaje la semana pasada en busca de un verdadero descanso entre familiares y viejos amigos que forjaron conmigo retozos de niñez y travesuras de infancia. De Plato a Tenerife hay que viajar ahora en “ Chalupas” porque la pasada creciente todo le destruyó. Entre esas cosas que desaparecieron está el viejo sendero que une a Plato y Tenerife, trillado por generaciones que, de una a otra población, íbamos y veníamos a las fiestas patronales de la Concepción y San Luis Beltrán. Godofredo Escobar, descendiente en línea en interrumpida de los más preciados varones de la región, y Virgilio Difilippo, un italo-momposino de parecida estampa a la de don Godofredo, eran los cantores de las misas solemnes de San Luís Beltrán en Tenerife, entre nubes de incienso oloroso y salpicadas de repiques de campana, que también han desaparecido, como el sendero de las querencias, en vórtice de la revolución religiosa de la nueva iglesia de Juan XXIII.
Con gran nostalgia se recuerdan esos fenecidos días porque había que ver ese momento litúrgico cuando el sacerdote venerable alzaba la Sagrada Forma en la consagración de la misa, cantada en puro gregoriano, ya que se gestaba la revolución clerical que ahora conmueve al mundo porque don Godofredo y Virgilio Difilippo cantaban en sordina al son del armonio y don Pepe Barros, otro plateño de la “Dulce Vita”, sacaba magia de su flauta a la que acurrucaba su boquita de arcángel y abrazaba con sus manos nerviosas y caballerosas. Eran tres místicos ante el altar de la divinidad.
Después de la misa, los tres mosqueteros de la amistad litúrgica, de la sombra casi cardenalicia, se trasladaba al mesón de Mocha Mejía, rasgaban guitarra y tiple, y la flauta encantada de Pepe Barros, entonaba viejas canciones. Trago y buen sancocho de bocachico, versos y la clásica juma en una hamaca hilada a mano, grande como de matrimonio, alrededor de la cual seguían trago los célebres contertulios. Ahora se me ocurre que aquello era como la danza ritual del borracho bueno.
Estos fueron, entre otros, los que formaron la generación de oro de la comarca de Plato, Tenerife. Hubo otros. Mimo Peña, ventrudo como un tonel, Luis Enrique Alfaro el más acentuado vate de las riveras magdalenenses; el monito Escobar, que si se le exprimían los sesos debía destilar inteligencia pura y física, porque era asombroso en el pensamiento; Manuel Ortega y Becerra, garafión y valiente; Pachin Paternostro y otros que no alcanzo en el recuerdo. Ya casi todos han sucumbido a la alegre existencia y solo se les recuerda como caballeros del ideal, que forjaron con su bohemio un trozo de la más exuberante existencia humana para deleite de una raza todavía primitiva y en agras.
Godofredo Escobar, don Godo, fue presea del decoro y de la inteligencia. Por eso fue exaltado a las altas posiciones en el gobierno del Magdalena: Diputado, prefecto, secretario de hacienda, entre otras. Casó en Plato con Angélica Ballestas, otro tronco fecundo, descendiente del hidalgo español Manuel José Ballestas que en el fuerte de San Sebastián de Tenerife fue el legatario del derecho de asilo en esa América Meridional. Debió ser varón justo y de connotada alcurnia y talento porque ostentó el privilegio de establecer la llamada Casa del Perdón en aquella entonces notable Villa sita a orillas del Magdalena. De la Unión de don Godofredo y Angélica Ballestas se desprendieron Alberto, notable médico higienista; Germán; abogado de la rama laboral; Alejandro (a) El Blanco Alejo, médico veterinario que carga en sus alforjas de viajero el alma campesina; Daniel, que sestea en Plato cultivando el fruto familiar; Carmen, Mercedes y Lula, esta última que en sus años juveniles derramó elegancia y un alud de admiradores frustrados.
Godofredo Escobar rindió su jornada vital en esta ciudad que pudo apreciar su prosapia en el buen vivir y en sus ademanes de noble caballero. Sé que hubiera querido, seguramente, desintegrar su cuerpo bajo el amparo eterno de la misma greda que deleitó con su fecundo y alegre periplo vital. Pero aquí, como allá representa, en su yacente sepultura, el andante caballero de superiores ideales.
He querido deshojar esta nota recordatoria y post mortem, en memoria de este varón que exprimió el jugo de la vida sin problemas; que rindió culto a la existencia alegre y fue, junto con sus entrañables amigos, forjador del progreso por cuanto en el remolino de su sana bohemia, marcó los hitos culturales de la comarca. Lo hago hoy cuando encuentro que todo ha cambiado y la crisis de los valores en la amada región languidece en una aguda y desenfrenada rebatiña del poder y de intereses sin grandeza.’
(Es copia del periódico El Siglo, de fecha sábado 13 de marzo
de 1971

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