viernes, 13 de noviembre de 2009

A LOS AMIGOS DE INTERCUENTO

Samar, abril 9 de 2009

Amigos de Intercuento.

Reciban mi cordial y alegre saludo con la presente nota.
¡Ah!, noche aquella, a la luz de las luminarias literarias, que caminaba por las calles de mi conciencia, y por callejuelas estrechas de mi voluntad armado con mi pluma como lanza en ristre por lo que pudiera suceder.
Les digo amigos del taller de Intercuentos, que hube de pasar, pasado el quiebre de las doce, por ése lugar de trabajo. Como vi en el interior una luz encendida, pensé que alguno de ustedes estaba allí, o varios armando la red para salir a pescar palabras o argumentos, a lo bien temprano. Como la puerta estaba apenas abierta me dije: entro y saludo para seguir mi camino.
Cuando pasé el umbral de los prólogos, además de la sorpresa de no ver a nadie, me asusté al escuchar un lejano coro de lamentos. Inmediatamente se prendieron las alarmas de control y miré detenidamente a mi alrededor, porque puede suceder que haya sido profanado el lugar; pero al ver todo en el mismo lugar deduje que fue un descuido del último en salir que no cerró con el debido cuidado. Volví a escuchar los lamentos, y no me dio miedo, más bien confusión y pensé “a no ser, que sea política de la escuela narrativa dejar las puertas abiertas y no me haya enterado de la normatividad del lugar de trabajo. Pues los nuevos somos así: entramos desorientados, asustados, produciendo suciedades; aunque en la vida de los seres vivos hay el llamado desperdicio biológico, en nosotros, en nuestro particular mundo, también existe el desperdicio narrativo. No todas las semillas, todos los óvulos, mejor dicho: todas las células reproductivas llegar a Ser, algo en la vida. Lo masculino narra, y lo femenino lee, se encuentran amorosamente y editan la obra, que si está bien criada como educada, pasa como Pedro por su casa a la posteridad, o al deleite pasajero de la ama de casa, o a los tenebrosos anaqueles de la inadvertencia”.
Cuando me di cuenta que no había nadie, caminé por todos los espacios los que, como ustedes bien saben, los hay en un orden meticuloso, como otros en un completo de desorden de metáforas y oraciones regadas por todas partes. El llanto lastimero no era otra cosa que alguien había dejado destapada la tinaja que contiene llantos del siglo diecisiete. La tapé y seguí observando el reguero de palabras y verbos regados. Descubrí, con asombro, que las palabras malas les pegan a las candorosas; que hay palabras que sufren por el olvido absoluto; y lo más grave, me enteré que en el sótano había una orgía con una música estrepitosa, pues al parecer alguien dejó una caja de viagra a la vista de todos, y al mirar por una rendija, vi como perseguían a una bella e inocente margarita, dos grandes moscardones.
En ese instante, escuché que llamaban a la puerta. Corrí a atender, pues el que toca, no es de la casa, deduje. Era un personaje que me habló como si me conociera: “¿No necesitan personajes aquí para desempeñar algún pape, señor?l”. “No señora, aquí, hasta donde yo sé, todos los artesanos traen sus personajes” le dije. “Es que a mi me crearon con tres senos”. “Entonces, –le hablé así- debe mejor hablar con su autor, o si lo desea, someterse aquí a un cambio extremo de su físico, y a una mutación sicológica de su carácter; aquí hay expertos que la dejan como nueva”

Con una expresión de frustración me ha dicho esa extraña mujer al escucharme: “Definitiva y francamente, yo soy de esos seres con poderes sobrenaturales que solamente existimos en las mentes de quienes nos necesitan”. Tomó su escoba, y se elevó, volteo para despedirse, con tan mala suerte, que tocó al mismo tiempo los cables de, alta imaginación y corriente alterna que llegan al trasformador del taller. Inmediatamente hubo una explosión y el fluido se suspendió.


Volví al sótano. Así como no puedo leer todos los cuentos que deambulan por el taller en paños menores, toqué insistentemente y no me abrieron los que alegremente se divertían. Salí, muy impresionado y decepcionado. Al otro día, encontraron en la calle el cadáver de una lechuza.

David Escobar Gómez

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