viernes, 13 de noviembre de 2009

BOTELLA DE LECHE

"BOTELLA DE LECHE"
Por David Escobar Gómez/ 42-044
Hasta principios de la década de los años sesenta del siglo pasado, la leche tratada se expendía en botellas por casi medio mundo y entre nosotros, en las principales ciudades. Había entonces un oficio muy popular: el lechero, el lechero mañanero que dejaba el producto lácteo en las puertas de las casas o de los apartamentos, quienes eran obligados a vestir de blanco, y dicen, que más de una vez fueron invitados a entrar a dejar la leche en mejor parte.
Pasados los años, después de ver tanta leche derramada o expulsada por el puño agresivo, recuerdo con la nostalgia caribe, cuando a los cadetes y oficiales la gente de la civil nos gritaba “botellita de leche”, y uno por guardar el decoro, se hacía la imagen que era más bien peto, pero no faltaban las ganas de contestar con un insulto mayor. Pero si era una bella niña de pasados quince abriles, era un pretexto para acercarse y poder decirle: bella dama, no soy botella de leche, pero si tengo una botella de cuero, que si usted tiene a bien degustar su contenido a pico, este humilde cadete gustoso la pondría en sus bellos labios.
En la cosmopolita ciudad de Alejandría, hace más de tres mil años, llegaban al puerto embarcaciones de diferentes nacionalidades, y como es sabido por todos los marinos del mundo, la capacidad de agua abordo, es apenas un pretexto para no bañarse los que de la montaña vienen, aunque los contrarios dicen, es costumbre de calentanos. Sea como fuere, esa poca disponibilidad de tan preciado líquido, por lo cual el aseo no se podía exigir a la tripulación en general, pues éste atraía consigo enfermedades como piojos, ladillas, y por supuesto los malos olores. Por tales razones, los oficiales de las embarcaciones pasaban trabajo cuando se acercaban a los prostíbulos en donde “bailan tan feo”, decía mi tía Susana, para practicar la muy noble y sabrosa “marinería”; trabajo, porque las pulcras egipcias los odiaban sucios. Los egipcios de la antigüedad tienen fama de ser además de vanidosos, pulidos en el aseo, y verlos siempre sin pelos en la cabeza es una de las características de su imagen de hombre limpios; y por supuesto las mujeres fragancia de extracto de la flor de loto, el cardamomo para el buen aliento, los aceites y esencias para hacer de los ambientes lugares agradables; para que llegue un asqueroso y oloroso marino a perturbar el buen ambiente. No, no se les atendía en los mejores clubes sociales así pagaran con contante y sonante moneda. Entonces ante esa costumbre de no atenderlos que se estaba generalizando en todo el Mediterráneo, un antepasado del enfermero Pinto, llamado si no estoy mal, Anometo, para poder entrar a sus prácticas reproductoras virtuales y ser bien visto, se vestía todo de blanco para demostrar que era un marinero limpio y aseado. Al ver sus compañeros que tenía éxito con las doncellas y damiselas, o ceferinos, porque ajá…casos se han visto, no dudaron en igualar a Anometo. Desde entonces, y hasta nuestros días, todos los marinos de las armadas de todo el mundo visten de blanco: ¿entendiste botellita de leche?
Para la Corredera, con aprecio, pero si no me manden mi carta, no habrá más despacho.
"TE VAS, ESCOBAR"
Cuando la guerra con el Perú, la Armada se hizo presente, como es natural, en el frente de batalla con sus dos naves, pero lo que yo quiero recordar o mostrar, es que el capellán que acompañaba a la tropa era mi tío abuelo el cartagenero RAFAEL ESCOBAR STEVENSON, y que este no era un cura común y corriente, no señores, era un eudista que se fue a especializar como doctor en Teología a la Universidad Gregoriana de Roma, en donde tuvo toda la libertad para investigar sus inquietudes. Cuando regresó a Colombia con su doctorado estaba muy joven, porque había sido ordenado a los 23 años de edad, excepción que se hizo dada su inteligencia – el único Escobar bruto es el que les escribe esto- ya que debería tener 25 y para que vean el porqué de ese límite mínimo de edad, tenía su lógica razón. Cuando regresó enfermo de tuberculosis, lo asistieron en su cama en la Parroquia de las Angustias en Bogotá unos protestantes vecinos, quienes además de darle la changua y lavarle la ropa, alborotaron su rebeldía y terminaron publicándole un libro en contra de la Iglesia, Historia de un cautivo irredento, ¡Para que fue eso! Se armó una polvareda en Cartagena de una magnitud de .30 en la escala política sectaria que tanto daño nos ha hecho. Los liberales brincaban de alegría porque el prólogo lo escribió un fogoso liberal: Romero Aguirre. No era para menos. Uno de los mejores ejemplares de la godarria Escobar de la Costa se abría en abierta y valerosa oposición en contra de la Iglesia. Actitud insurrecta que le escondieron a su progenitor, el doctor Francisco Celestino Escobar, quien había sido rector de la Universidad de Cartagena, Secretario de Gobierno departamental, entre otros cargos importantes.
El escándalo llegó a la Nunciatura y no demoraron en mandarle a decir “Te vas, Escobar” le dijeron los jefes eudistas y agregaron “ Pero no solo te vas de la comunidad, sino que te excomulgamos hasta la quinta generación, demonio, sabandija inmunda”. El tío se sintió libre. Ya no pertenecía a ninguna religión organizada y se puso a buscar trabajo que, como se sabe, lo único que pueden hacer un exsacerdote es dictar clases con sus conocimientos humanísticos o lingüísticos. Y así buscó trabajo en Santa Marta, pero nunca se imaginó que le fueran a cerrar las puertas en todas partes. La constitución de entonces y el Concordato vigente, establecían en ese entonces que, al que le quitaren los derechos sacerdotales, también perdían los derechos civiles. Mejor dicho, no era un ciudadano que podían meter en la nómina oficial. Desesperado, enfermo, acosado por la familia, no tuvo más que arrepentirse.
Sus tías Tono hablaron ante las autoridades eclesiásticas y llevaron cuanto ejemplar pudieron y lograron levantarle la cruel sanción. Más nunca se volvió a saber de la vida del Padre Rafael. Pasados más de treinta años, un día, mi tía Merce, sobrina del doctor reverendo, iba en un bus urbano en Bogotá escuchando la charla de dos señoras que hablaban del cautivo irredento con nombre propio y detalles de acercamiento; ella no dudó en meter la cucharada, y sí, se trataba del mismo ensotanado, quien había fallecido en 1945 en una casa del corregimiento de Florida del municipio de Cachipay, olvidado de todos. Una buena señora lo acogió en su morada al enfermo canónigo hasta que murió en sus brazos y le dio solemne sepultura. A la entrada de la iglesia del cementerio hay una tumba elegante a las que no le falta nunca flores frescas, y la lápida dice: Doctor Presbítero Rafael Escobar Stevenson 1945, al lado hay una tumba pequeñita. Su gato murió el mismo día. Así se supo en la familia los últimos días de ese personaje incomprendido y rebelde años después, pero que vistió el uniforme naval con decoro.
"BOTELLA DE LECHE"
Por David Escobar Gómez/ 42-044
Hasta principios de la década de los años sesenta del siglo pasado, la leche tratada se expendía en botellas por casi medio mundo y entre nosotros, en las principales ciudades. Había entonces un oficio muy popular: el lechero, el lechero mañanero que dejaba el producto lácteo en las puertas de las casas o de los apartamentos, quienes eran obligados a vestir de blanco, y dicen, que más de una vez fueron invitados a entrar a dejar la leche en mejor parte.
Pasados los años, después de ver tanta leche derramada o expulsada por el puño agresivo, recuerdo con la nostalgia caribe, cuando a los cadetes y oficiales la gente de la civil nos gritaba “botellita de leche”, y uno por guardar el decoro, se hacía la imagen que era más bien peto, pero no faltaban las ganas de contestar con un insulto mayor. Pero si era una bella niña de pasados quince abriles, era un pretexto para acercarse y poder decirle: bella dama, no soy botella de leche, pero si tengo una botella de cuero, que si usted tiene a bien degustar su contenido a pico, este humilde cadete gustoso la pondría en sus bellos labios.
En la cosmopolita ciudad de Alejandría, hace más de tres mil años, llegaban al puerto embarcaciones de diferentes nacionalidades, y como es sabido por todos los marinos del mundo, la capacidad de agua abordo, es apenas un pretexto para no bañarse los que de la montaña vienen, aunque los contrarios dicen, es costumbre de calentanos. Sea como fuere, esa poca disponibilidad de tan preciado líquido, por lo cual el aseo no se podía exigir a la tripulación en general, pues éste atraía consigo enfermedades como piojos, ladillas, y por supuesto los malos olores. Por tales razones, los oficiales de las embarcaciones pasaban trabajo cuando se acercaban a los prostíbulos en donde “bailan tan feo”, decía mi tía Susana, para practicar la muy noble y sabrosa “marinería”; trabajo, porque las pulcras egipcias los odiaban sucios. Los egipcios de la antigüedad tienen fama de ser además de vanidosos, pulidos en el aseo, y verlos siempre sin pelos en la cabeza es una de las características de su imagen de hombre limpios; y por supuesto las mujeres fragancia de extracto de la flor de loto, el cardamomo para el buen aliento, los aceites y esencias para hacer de los ambientes lugares agradables; para que llegue un asqueroso y oloroso marino a perturbar el buen ambiente. No, no se les atendía en los mejores clubes sociales así pagaran con contante y sonante moneda. Entonces ante esa costumbre de no atenderlos que se estaba generalizando en todo el Mediterráneo, un antepasado del enfermero Pinto, llamado si no estoy mal, Anometo, para poder entrar a sus prácticas reproductoras virtuales y ser bien visto, se vestía todo de blanco para demostrar que era un marinero limpio y aseado. Al ver sus compañeros que tenía éxito con las doncellas y damiselas, o ceferinos, porque ajá…casos se han visto, no dudaron en igualar a Anometo. Desde entonces, y hasta nuestros días, todos los marinos de las armadas de todo el mundo visten de blanco: ¿entendiste botellita de leche?
Para la Corredera, con aprecio, pero si no me manden mi carta, no habrá más despacho.
"TE VAS, ESCOBAR"
Cuando la guerra con el Perú, la Armada se hizo presente, como es natural, en el frente de batalla con sus dos naves, pero lo que yo quiero recordar o mostrar, es que el capellán que acompañaba a la tropa era mi tío abuelo el cartagenero RAFAEL ESCOBAR STEVENSON, y que este no era un cura común y corriente, no señores, era un eudista que se fue a especializar como doctor en Teología a la Universidad Gregoriana de Roma, en donde tuvo toda la libertad para investigar sus inquietudes. Cuando regresó a Colombia con su doctorado estaba muy joven, porque había sido ordenado a los 23 años de edad, excepción que se hizo dada su inteligencia – el único Escobar bruto es el que les escribe esto- ya que debería tener 25 y para que vean el porqué de ese límite mínimo de edad, tenía su lógica razón. Cuando regresó enfermo de tuberculosis, lo asistieron en su cama en la Parroquia de las Angustias en Bogotá unos protestantes vecinos, quienes además de darle la changua y lavarle la ropa, alborotaron su rebeldía y terminaron publicándole un libro en contra de la Iglesia, Historia de un cautivo irredento, ¡Para que fue eso! Se armó una polvareda en Cartagena de una magnitud de .30 en la escala política sectaria que tanto daño nos ha hecho. Los liberales brincaban de alegría porque el prólogo lo escribió un fogoso liberal: Romero Aguirre. No era para menos. Uno de los mejores ejemplares de la godarria Escobar de la Costa se abría en abierta y valerosa oposición en contra de la Iglesia. Actitud insurrecta que le escondieron a su progenitor, el doctor Francisco Celestino Escobar, quien había sido rector de la Universidad de Cartagena, Secretario de Gobierno departamental, entre otros cargos importantes.
El escándalo llegó a la Nunciatura y no demoraron en mandarle a decir “Te vas, Escobar” le dijeron los jefes eudistas y agregaron “ Pero no solo te vas de la comunidad, sino que te excomulgamos hasta la quinta generación, demonio, sabandija inmunda”. El tío se sintió libre. Ya no pertenecía a ninguna religión organizada y se puso a buscar trabajo que, como se sabe, lo único que pueden hacer un exsacerdote es dictar clases con sus conocimientos humanísticos o lingüísticos. Y así buscó trabajo en Santa Marta, pero nunca se imaginó que le fueran a cerrar las puertas en todas partes. La constitución de entonces y el Concordato vigente, establecían en ese entonces que, al que le quitaren los derechos sacerdotales, también perdían los derechos civiles. Mejor dicho, no era un ciudadano que podían meter en la nómina oficial. Desesperado, enfermo, acosado por la familia, no tuvo más que arrepentirse.
Sus tías Tono hablaron ante las autoridades eclesiásticas y llevaron cuanto ejemplar pudieron y lograron levantarle la cruel sanción. Más nunca se volvió a saber de la vida del Padre Rafael. Pasados más de treinta años, un día, mi tía Merce, sobrina del doctor reverendo, iba en un bus urbano en Bogotá escuchando la charla de dos señoras que hablaban del cautivo irredento con nombre propio y detalles de acercamiento; ella no dudó en meter la cucharada, y sí, se trataba del mismo ensotanado, quien había fallecido en 1945 en una casa del corregimiento de Florida del municipio de Cachipay, olvidado de todos. Una buena señora lo acogió en su morada al enfermo canónigo hasta que murió en sus brazos y le dio solemne sepultura. A la entrada de la iglesia del cementerio hay una tumba elegante a las que no le falta nunca flores frescas, y la lápida dice: Doctor Presbítero Rafael Escobar Stevenson 1945, al lado hay una tumba pequeñita. Su gato murió el mismo día. Así se supo en la familia los últimos días de ese personaje incomprendido y rebelde años después, pero que vistió el uniforme naval con decoro.

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