tag:blogger.com,1999:blog-60018024590379176172024-03-08T06:32:57.248-08:00Cuentos de DavidBarrabás Ramónhttp://www.blogger.com/profile/18153138042325254188noreply@blogger.comBlogger24125tag:blogger.com,1999:blog-6001802459037917617.post-34535856244537443872009-11-25T07:30:00.000-08:002009-11-25T07:31:48.061-08:00COMUNICADO UNIVERSAL NUMERO UNOCOMUNICADO UNIVERSAL NÚMERO UNO<br />Por David Escobar Gómez<br /><br /> “En todos los tiempos, siempre ha habido personas que se han quejado del presente, y mofado del futuro con nostalgia del ayer. ¡Parece que no existieran!”<br />Anónimo<br /><br /><br />Analizando la vida del hombre por sus vicisitudes inmediatas, he tenido en cuenta, para analizar, las siguientes consideraciones: <br />1. Que el calentamiento global, como la ira no disminuyen, y los niveles de injusticia marcan alerta amarilla, principalmente, en los países del Bojo, Tercer y Cuarto Mundo.<br />2. Que el rencor hace metástasis en el pegue de la indiferencia, convirtiendo el odio en un mal que huele a pandemonio, las yermas tierras de antes, ahora son almacigas, para que sufran más lo que entre los trópicos cantan y bailan.<br />3. Que se ha desbordado la maldad en los territorios sometidos y la candidez es acusada de rebeldía, y la inteligencia se desborda en nuevas armas; pero nunca ataca la ambición desmesurada de los dictadores y las multinacionales.<br />4. Que la privacidad de los magistrados de la justicia es violada de manera consuetudinaria.<br />5. Que la venganza está que no cree en nadie y se ufana por la sangre que derrama de los inocentes que asesina.<br />6. Que está represada la libertad de las naciones sin territorio, y de las etnias sin esperanza.<br />7. Que el egoísmo irracional dice que aumentará la dosis de terror, siempre y cuando, la envidia se alimente de resentimiento y la frustración exaspere los ánimos de los idealistas.<br />8. Que como se han unido en una congregación maléfica el resentimiento, la fe, la inferioridad, el temor, apoyados por la mentira y el desmedido ánimo de lucro, urge un cambio en sentido contrario.<br /><br />Por lo anterior expuesto en homenaje a la grandeza del Ser humano y al ideal supremo de vivir en armonía, no queda más remedio, ante ese futuro horrendo y por la supervivencia de la especie por el lado que ama, entonces, que buena cosa es curar los males con la misma enfermedad como la mejor solución y por ello urge tomar medidas que, aunque fuera de lo normal, no debe afectarse la gravitación y la rotación alrededor de la principal fuente de energía: la democracia o el amor repartido para que alcance para todos.<br />Se expone, sin más allá, ni más acá, de manera amplia y categórica, sin sentimiento de inferioridad ni culpa manifiesta, menos con el dolor de la incertidumbre que, para lograr la tan anhelada paz entre las naciones y entre las mentes, descontaminar los aires, enfriar lo que se calienta, lograr el amor integral, la sencillez, el caminado elegante sereno y virtual, es menester que el mundo gire al revés. Que quede constancia: avisamos.<br />Por las anteriores consideraciones, con la alegría que queda adobada de bondad y con un tsunami de sinceridad ambicionando el cambio global, con el sano deseo en medio de la humildad y la potestad sideral e imaginada que se nos ha dado, sin alardes de machismo ni menos erudición, y en pro de la virtud aprovechando –como dicen- que los años pasan más rápido que antes, anunciamos que la orbe se viene de regreso. <br /><br />Resuélvase: A partir del minuto menos supuesto, quizá solsticio, quizá verano, llueva, truene, o se caiga la señal: que el planeta gire en sentido contrario, de Oeste a este lado y todo quede en su puesto como hasta el presente se ha mantenido.<br /><br />Observaciones: Cuando empiece el nuevo amanecer para unos, cuando el día se repita en un lado, y en el otro sea la noche la que se queda durmiendo, no debéis tener temor, ¡nunca! Ni aprovechar el instante para sacarle provecho económico a la circunstancia como en el pasado hiciesen los que se hacen ahora los de la vista gorda, lo que debéis aprovechar es, ver la cara oculta de la Luna, pues ésta continuará girando como lo viene haciendo desde que el mundo es mundo, pues ella, haciéndose la desentendida pero con la amplia franqueza que la caracteriza, ha cumplido su misión de protegernos de los asteroides que envían los terroristas infinitos y de magistral manera sabe Ella, subir la sabia de nuestros vegetales por entre las obscenas ramas y, si ofusca o altera a algunos mortales con su proceder: ¡allá ellos!<br />Cuando el planeta se detenga; no os preocupéis por la gravedad de la frenada, pues ella misma con su fuerza mayúscula incansable, sabrá mantenernos sujetos a la tierra que nos vio nacer, la misma que está cubierta en gran parte por el sufrimiento azul, la misma que inspiró al poeta, donde la mujer practicó la cantaleta y donde el sabio dijo: más vale tarde que nunca, pero si te conoces, incluyéndote en la naturaleza.<br /><br />Esperanzas: Que las manecillas del reloj se detengan; pero que arranquen en sentido contrario a recorrer el tiempo pasado con la ambición de corregir el daño infringido a nuestros ancestros con sus atrasos y falsas creencias, entonces, todos de la mano unidos, conociendo los entresijos del entorno, más todos los elementos del medio ambiente, cantando, bailando, exterminar de la faz de la tierra de todos los dialectos y de todos los idiomas las palabras ofensivas, las que tanto daño han causado a las generaciones anteriores. Y convenir nuevas palabras, porque con las que tenemos no son suficientes para…<br /> Mientras tanto, que se retroceda hasta los momentos aquellos, infames y desgraciados, que se permitió maltratar a las mujeres y a los niños, el que se perdió el respeto a los Derechos Humanos y en el que gobernante quiso perpetuarse en el poder, y se castigue a los culpables testaferros; pero a su debido turno perdonando a los leales, que por demócratas, le siguen la corriente a las dictaduras.<br />Que en la medida en que avanza el Tiempo transitado de reversa, se destapen las fosas de la impunidad y se aclare la hora, y el día preciso en que el inventor del engaño recorrió caminos, valles y playas colocando sus bancos financieros, pirámides, templos, trampas, minas quiebra patas montado en el potro salvaje del nacionalismo sembrando capital de yuca mansa y cagajón, ya sea predicando la alternativa sonora del rico son, o explotando los recursos sin compasión. <br />Para que se dude de lo positivo porque puede ser falso. Cierto es el dolor que produce el trastoque de un hijo muerto que su madre despidió vivo una mañana, y falsa la ceremonia de recompensa por su eliminación, como la medalla impuesta en marcial ceremonia, ¡Vaya y compre una mortaja!. Que se respete la seriedad de un cadáver y el dolor de la madre, aunque sea ésta una víctima de la pobreza, que no se diga ausente de nobleza.<br />Tampoco se diga que tenemos pacto con el Maligno, ni mucho menos que dejamos empeñada el alma que no tenemos, pues la cambiamos en un remate por la mente que orgullosos mostramos.<br />Queremos aprovechar para pedir de rodillas, con la mayor de las clemencias, después de las siete venias, ¡por favor! que se acaben las indulgencias, que se acaben las militares prebendas, los obscenos subsidios al agro colombiano. ¡Gloria a la solidaridad! ¡Honor a la verdad!<br /> Al retroceder en busca del período pasado, girando en sentido opuesto en que veníamos, que por fin podamos empezar nuevamente a matarnos sin hacernos tanto daño los unos a los otros, por los siglos de los siglos y a robar amores se diga punto com y que vivan las multinacionales, que vivan las condecoraciones, que legalicen lo ilegal.<br /><br />Preparado este comunicado para el día más largo y la noche más oscura de la eternidad, cuando veamos con asombro que, donde se ocultaba el Sol, ahora nazca un nuevo día, pero para todos por igual, y que la vida sea una que no se compre ni se venda como el cariño verdadero. Que se tenga la certeza que esa vida que se fue no volverá jamás a nuestro ser corporal; porque cuando quiera regresar, ya estaremos diseminados en polvareda. Tal vez tengamos la oportunidad de mejorar con el estudio del genoma: allá la descendencia que queremos mejorar con los adelantos científicos si se deja envolatar por la contemplación porque ahora, para adelante, es para atrás. Que en vez de ir directo al Juicio Final, vamos de retro para la creatividad absoluta y redentora: la investigadora. Y así las cosas, el génesis nos espera:<br />Que donde torturaban inocentes, ahora haya un café Internet rodeado de un jardín de mensajes, y seamos atendidos por las once mil niñas con sus sellos de garantía intactos, y dispuestas a danzar con sus velos transparentes, para deleite de los hombres y mujeres de buena voluntad.<br />Que cuando la Humanidad recuerde que hubo vicios, vulgaridad, desmadre en el deporte, corrupción en los fiscos, abuso sexual a menores, la usura; a la sazón, se conviertan en capullos las flores, las esmeraldas en dulce de guayaba y los demás males en deliciosos aromas, y por qué, no: en palabras de amor, cantos de alabanza para que la justicia sea la que grite entusiasmada por cada anotación, y ahí sí, alborote la afición; y la ambición más grande, la sublime rompe pecho: que nadie viva del temor ajeno sino de su propio trabajo, el que mejora el Producto Interno Bruto, así sea del estrato más bajo sembrando estropajo.<br />Que cuando el cielo se desborone y caiga sobre los incautos los pedazos de vana ilusión podrida, haya voluntarios honestos que reparen con mucha pasión la tronera que quede, y con largas escaleras de sabiduría esgrimida, reparen las goteras y hagan de la ignorancia las obras de arte jamás imaginadas, para cuando la madre pregunte con dulzura: “¿Qué quieres, mi vida?” El robot conteste como el cerdo: “A-ce-i-te- ma-ma- mía”<br />Comando Central Sideral<br /> Divúlguese hasta los confines de ambos lados del Universo con toda la seriedad del cosmos y la solemnidad de sus misterios, y que alumbre en perpetuidad para bien de las generaciones venideras desplazadas por la robótica estrambótica, la dignidad y el descontento. Para que todas las naciones tengan autonomía en su territorio y respetados sus principios enmarcados en patrióticos ideales.<br />¡Agarraos los unos a los otros!<br />Firmado: Código de barras 010101020201Barrabás Ramónhttp://www.blogger.com/profile/18153138042325254188noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-6001802459037917617.post-88522639472681762182009-11-17T06:04:00.000-08:002009-11-17T06:06:53.015-08:00ZACARIAS, SE NOS OLVIDO TU NOMBREZACARIAS, SE NOS OLVIDÓ TU NOMBRE<br /><br /><br />Dedicado a mi primer y último amor: Josefina<br /><br /><br /> Zacarías, lleva el apellido Terqueiro de la mamá, pero le queda muy difícil esconder el carácter pendenciero de su progenitor, el coronel Valentín Ozasa, quien lo tuvo con Eva Angélica, pero más de veinte hijos con otras mujeres, éste señor de armas tomar. A sus dieciséis años cumplidos, el adolescente montarás se entera que su familia ha decidido que su tío Oscar debe llevarlo a estudiar a otra localidad de mejor nivel educativo. <br /><br />Es un cambio brusco: trasportarlo del pueblo lejano escondido en el piedemonte de la serranía de Montes de Oca, por donde anida el desconocimiento y los mitos propios de la región luchan con los occidentales; llegará el pollo Terqueiro a Samar, la capital provincial de Mardearena, a estudiar bachillerato en el único centro de enseñanza secundaria -en miles de kilómetros a la redonda- el Liceo del Obispo.<br /><br />Tampoco es que Samar sea lo máximo en educación y desarrollo de las ciencias; se tienen que conformar, porque las otras ciudades del Caribe están muy distantes. Tienen el mar de por medio y la ciénaga y la selva por dos costados, las que no los dejan pasar con facilidad. Dicen sus habitantes, en su permanente nostalgia, que están peor que en una isla abandona en la mitad del inmenso mar. Les queda la remota posibilidad, que algún día, sus recursos naturales sean un atractivo turístico; pero con el mismo patrón cultural educativo, otros lo dudan.<br /><br /> Era tal el desconcierto que, en los tiempos de la Colonia española, no sabían si pertenecían a Lima, Santo Domingo, a Cartagena, a Bogotá, o a Panamá. Para que se tenga una idea somera porque ni siquiera sabían con certeza dónde estaban parados. Tal vez eran una parte de Cipango, o estuvieron visitados por Darío el grande, y en homenaje a la esplendida UR, bautizaron un aparte de esas tierras como Urabá, o tierras del Darién. <br /><br /> Zacarías sabía, con convicción, que algún día le llegaría la hora, pero la de aceptar o quedarse, puesto que era una decisión, no de zoco, sino de hacha, por el grado de dificultad del camino del conocimiento que debía cruzar; porque para el sólo desyerbe, bueno es un zoco o machetilla. Pero también consideraba de machos quedarse luchando con la naturaleza, porque se sentía con todas las cualidades para hacer de la montaña un hermoso potrero para llenarlo de semovientes, díganse caballares, y por supuesto burrales, más uno que otro chivo entre tanta vaca parida.<br /><br />Aunque está embutido en la orden, con todo y abarcas, ya ésta se veía venir varios meses antes, tan pronto la voz rugió y el bigote asomó tímidamente, como tigrillo inquieto recién nacido. No dejaba de ser un acontecimiento pasar de ser un muchacho cualquiera, a un adolescente que debe ser encarrilado para que no lo absorba el monte con sus brotes naturales de venenos y alucinantes y, adquirir un conocimiento del lenguaje de las ciencias, es una solución sensata que, por fortuna, estaba entre las opciones de vida.<br /><br />El también quiere ir a estudiar, de eso no tiene la menor duda, pero le duele dejar su vida semisalvaje y sus primeros amores, los de ver y los de esconder. Reconoce que es un hombre del campo, como lo es cualquier campesino; le gusta montar a caballo, la cacería, jugar a los gallos, y por supuesto beber ron, jugar dominó, a las cartas y bailar con una morena bien sabrosa toda la noche hasta que los sorprenda el lindo amanecer, y que se lo deje recostar, no importa mamita que sea a palo seco, pues habrá tiempo para todo.<br /><br /> Para el joven, el estudio en la ciudad le parece como si fuera un amansadero de cerebros, parecido al tratamiento que se le da a los caballos y mulas, cuando de obedecer se trata. A veces pensaba que se les había olvidado; pero no eran más que ilusiones infantiles pasajeras. Como pasa el ave entre las ramas en busca de cualquier cosa que le agrade, ¿y qué podría ser? ¿Pareja, una bella flor, una semilla grata, su insecto predilecto, o esa fruta que está en cosecha?.<br /><br /> Cuando se iba para la serranía y pasaba más de una semana con los indígenas, le provoca quedarse para siempre; pero también, cuando estaba emparrandado, que se juntaba un domingo con otro de amanecida en amanecida, en la cantina de Ceferino, a pesar de apenas tener esa edad, -el machismo reinante lo permitía- retumbaba en las neuronas unidas las palabras que un día le dijo su tío: “ Para que se haga un hombre y aprenda a beber como un todo un macho”, palabras que llegaban a su conciencia en esas resacas estridentes¬ y tormentosas, cuando el arrepentimiento le decía que peligraba su futuro, y que así no se formaban los abogados o los intelectuales.<br />Como es de familia notable, en un ambiente gamonal y, a pesar de tener el rango de rochela su pueblo, la presión por tratar de salir de ese mundo que pelea para que el monte nos se los coma vivos asando mazorcas, y hablando del qué dirán; es la misma fuerza que lo obliga salir a buscar conocimiento y relación con el mundo que los ha de unir con la palabra del Redentor, con la política y todas esas cosas que se dicen de la ciudad y del universo físico, con todos sus grandes hombres que han hecho de la especie humana un caldero de pasiones en medio del adelanto científico, del dolor y del engaño; según los datos que llegan revueltos con los mitos que traen los evadidos de Cayena o los contrabandistas judíos. Y entre otras cosas, salir a ver qué bueno trajo la independencia de España, y si es verdad que vienen otra vez a reconquistar lo que dejaron perder pendejamente por la mitad, porque en cuestiones religiosas, seguían dependiendo de Europa. <br />La reconquista les preocupaba tanto, que internarse en la montaña se convirtió en una manera de rechazo a la autoridad, viniera de donde viniera, pues también temían que los ingleses y franceses que andaban merodeando por el Caribe se apoderaran lo que de Bogotá repudiaba.. Y ella misma, por miedo, se subió a los páramos y dejó el litoral a expensas de lo que pudiera pasarles.<br /><br />De lo contrario, esas comunidades trashumantes, no tendría sentido refundirse en el monte. Saben que lo hacían para huir del gobierno despótico, encomendero, que no más quería impuestos, y nada más. <br />En ese desplazamiento, camino contrario a las capitales provinciales, de las primeras familias que llegaron al pié de la serranía las que se encontraron con esclavos evadidos, con expresidiarios y fugitivos de las colonias penales francesas, con indígenas heridos y con blancos pobres perseguidos por la justicia, e incluso con piratas perdidos o en espera de ser rescatados, encontraron su montaña para descuajar y armar los hogares.<br /><br />A todos los unía el desprecio al gobierno basado en la aristocracia ibérica y criolla, y algo de desconfianza a un credo caracterizado por el desaforado ánimo de lucro. Pues en cuestiones clericales, en toda la región del valle, se pueden decir que pocón pocón; el sacerdocio es visto como una profesión mandada hacer para los homosexuales.<br /> Se puede señalar, entonces, por todo lo anterior, que el muchacho está en la raya que divide a la sociedad del litoral en dos mitades claramente visibles. Una parte, está ligada a la naturaleza en su labranza y pastoreo y le ha tomado cariño a la majestuosidad del entorno con todas sus criaturas que sobreviven en medio del calor y el sufrimiento; y otra, que ansía tener otra oportunidad en cualquier parte, pues en donde están, no da más de lo mismo: sudor, lágrimas, hijos, y ganas de mamar ron en espera de la próxima guerra civil, y que, entre otras cosas interesantes de resaltar: nunca saben si ganaron o perdieron, pues todo sigue siempre igual.<br />Ya la decisión está tomada: “Te vas para Samar, a estudiar” le dice su madre, Eva Angélica, con autoridad, pero no pudo impedir que sus ojos se encharcaran por el dolor de verlo partir. <br />Zacarías, al escuchar ese veredicto familiar, entró inmediatamente en un silencio de futuro incierto de viso triunfal, encontrado con las ganas de meterse en el monte con los indios motilones; de aceptar el reto de la modernidad o de quedarse en la alegre soledad viendo como engorda el ganado, y en espera de las fiestas patronales y los carnavales. Terminó aceptando el querer de su familia, y preparó su baúl, porque también estaba de acuerdo; porque de no estarlo, otra cosa hubiere sucedido con toda seguridad, dada su altanería cimarrona.<br /><br />Hasta que llegó el día más esperado de su vida. La noche anterior, dejó todas sus cosas listas y se metió en su hamaca. <br />En la madrugada de luna clara con trazas veraneras, el joven Terqueiro ve desde su hamaca entrar por la ventana a los murciélagos y deduce que se aproxima la hora de partir. Su habitación es la más apartada de todas las de la casa de sus ancestros, donde guardan los trastos de poco uso, y en donde anidan las gallinas cluecas en medio de las alforjas, espadas en cruz, y cantimploras que usaron en la última contienda civil. <br />No se equivocó. Tres toques de palma de mano sobre la hoja de la puerta de carreto, dadas con la suficiente potestad, retumbaron en la habitación que estaba cruzada por una enorme hamaca curtida de tanto sudor amasado con el polvo y los sueños, de toda clase. Luego de los tres golpes, se escuchó la voz fuerte con marcada autoridad: “ ¡Ya es hora, levántate!”. Era la voz de mando del tío Oscar; sargento mayor del Segundo Regimiento de Caballería, “percherones”, en la Guerra de los Mil Días. <br /> – Ya salgo –contestó Zacarías con su voz recia, pero juvenil.<br />Se estiró en la hamaca, luego salió al patio a juagarse la boca y a orinar. Esta vez, lo hizo tutuma en mano, toalla en el hombro desnudo, de tras de la cocina. Le echó el chorro de orines a un sapo que por allí pasaba.<br /><br /> Ya estaban preparando las mujeres los desayunos, ayudadas por la luz de los mechones que provocaban un baile de sombras, como si estuvieran despidiendo a uno de los más queridos espíritus de la casa. El aroma de café se confundía con el de la leña que chisporreteaba en el fogón.<br /><br /> Pasó Zacarías por una ventana donde, precisamente, mirando hacia fuera y muy cerca, estaba Carmelita pelando unas yucas. Tan pronto lo vio ella pasar y él mirarle; le tiró la misma yuca que tenía en sus manos y le dio por la espalda. <br /><br />Una risa burlona fue la respuesta del joven y se metió en el baño. Que consistía en una caseta en el fondo del patio, donde debía bañarse todo el cuerpo con jabón de bola, que le trajo su primo Reinaldo de Aruba. Mientras se echaba el agua sobre su cabeza, aprovechó para cantar inventos en respuesta a Carmelita: <br />“ No te olvidaréeee, mujer de mi vida, si pudiera llevarte, te llevaría… ¡ay! que por allá hay mucha mujer bonita, no me hagas esa maldá”<br />Carmelita era una bella joven, de quince años, que se crió en la casa Terqueiro, y hasta ese momento del lanzamiento de la yuca, no se sabía qué lazo de sangre los unía, lo que si sabían los dos, era que habían pasados momentos muy agradables en recheches inolvidables en el zarzo, en la quebrada, y vestida ella de capuchón en el salón de carnaval.<br /><br />En la puerta de la casa de madera y palma, la de los Terqueiro Fuenmayor, la comitiva compuesta por el tío Oscar, Zacarías, y dos mozos de compañía: Barbosa y Perea, después de acomodar los baúles en una mula, esperaban desde sus monturas las últimas despedidas y recomendaciones para partir.<br /><br />En la calle, frente a la puerta principal, está reunida la familia para desearles el buen viaje a los viajeros, pero en especial al indómito y muy atlético hijo único de Eva Angélica.<br /><br /> Es cuando se le acerca Carmelita, pero en una actitud muy diferente a la de la yuca; se le acercó tanto a Zacarías, que su muslo tierno rozó el mazo recién levantado de su furtivo amor y le ha dicho en susurro con inmenso amor mientras le colocaba un escapulario en su cuello cerril:<br />– Para que la virgen te acompañe, te aleje las malas compañías. Y Zacarías… para que no te olvides lo que me has hecho sufrir. <br />Le puso sus dos manos en la cara como para besarlo. Pero él la esquivó abrazándola, porque pensó que era muy capaz de morderlo. Carmelita, llorando, pero de rabia, entró a la casa corriendo. No se vieron más nunca, ni se escribieron. Pero el comiso que le mandaba a Samar, todos los meses, durante todo el bachillerato, siempre iba acompañado de alguna flor. Una vez, en medio de unos dulces de turrón de merengón, encontró un envelope pequeño con unos rizos de pelo fino de color negro. Ni se preocupó en pensar nada.<br />El despedido inmaduro, recordaría en ese momento los más gratos recuerdos de su vida sexual; sin embargo, entre esos recuerdos estaba el de dudar de esa actitud amorosa, porque ya le había mostrado violentamente su desconcierto, y de qué era capaz, en otras circunstancias. Esa madrugada podía repetir, por eso la prevención, pero sí la hubiera querido besar apasionadamente. <br />La joven piel canela, de ojos encantadores, dio muestras de mujer abandonada, pero sin derecho a revirar a lo bien hecho. A los siete meses tuvo un hijo de Zacarías, pero nunca se lo dijo a nadie, ni a él. No hay necesidad, pensó. Dados los patrones sociales que interpretaban el sentimiento de las mujeres como si fuera no más cosas de celo y calor de las hembras que debían ser sumisas ante la arrogancia de los machos. Con el visto bueno de la dueña de la vida de los humanos: la romana iglesia.<br /><br />Los vecinos y otros familiares llegaron para darle el adiós, aprovechando la falta del servicio público de correo regular, para mandar recados y cartas a sus amistades, de Riohacha y Samar, como también de posesiones de mitad de camino.<br /><br /> Zacarías no daba muestras de nada. Apenas una leve y esporádica sonrisa burlona, o la mirada fija hacia el piso de tierra, desde su caballo preferido, que daba a entender, quien sabe cuantas cosas que le podían pasar por la mente de ese adolescente, que estaba en la lista de los hijos naturales, lo que significaba en las prácticas culturales imperantes, por su nacimiento, un lugar particular al margen de los que tenían el derecho a heredar, y por su carácter pendenciero, su futuro ya se veía oscuro; pero su lucidez mental y la libertad con la que se movía, indicaban promisión en lo intelectual, lo que borraba un mal del que no tenía culpa. Incluso, los que lo conocían, aún temían que se arrepintiera y los mandara para el carajo a todos; como era su normal rebeldía. <br />Mientras tanto, su madre, camándula en mano y recostada al marco de la puerta llegaba al final del tercer rosario consecutivo, pues era lo único que podía hacer: encomendar a la divinidad la suerte de su hijo, porque su punto de vista no se tuvo en cuenta.<br /><br /> Ella sostenía, en su manera de ver, que se debía contratar profesores extranjeros para la educación de todos los menores del pueblo. Sin tener en cuenta el credo, la filiación política, el color del cuero, el patrimonio o la clase de pelo, no sólo de los instructores; sino de los educandos sin importar que el gobierno no sufragara los gastos; porque a la larga, si cada familia hacía el esfuerzo por cada uno de sus miembros de sacarlos de manera independiente; resultaba mucho barato pagarle a uno o dos profesores traídos de cualquier parte y tenerlos por unos años más a todos los estudiantes al cuidado de quien tenían la responsabilidad de darles las buenas costumbres y educarlos, y así las cosas, la sociedad tenía que recibir los beneficios que se desprenden de tener a los críos en su propia salsa regional y valores humanos necesarios para transformar y subir de nivel. Sacar a estudiar, a los hombres, costaba un dineral. Porque las mujeres, ni lo soñaban que algún día iban a salir a educarse mejor. ¡Con tanta gallina que alimentar, y ropa que hay para lavar y remendar…!<br /> Ya que sostenía ésta señora, apartada del asiento de mando, además, que en el estudio en el propio entorno, se facilitaba para comprenderlo y trasformarlo como es debido. Estaba completamente segura que, en las buenas relaciones: entre el hombre, la madre tierra, y el ahorro programado con destino productivo y con mucha pero con mucha observación, estaba la grandeza de su pueblo. Un día en la mitad del patio, desesperada, gritó y se espantaron las gallinas: “¡Algún ancestro se encontrará mis palabras!” El tío Oscar salió, como todos los de la casa, al patio a ver qué le había pasado. <br />– ¿Qué se te perdió, Eva?<br />– ¡El futuro!<br />Don Oscar la miró con tristeza, y ella entró a su habitación muy decepcionada.<br />Nadie la escuchaba. La pobre, al tener a su hijo con el coronel Ozasa, hombre casado, había perdido voz y voto en su casa, y con mayor razón en un escenario social y político donde las mujeres no eran ni ciudadanas. Pero le quedaba la tranquilidad mental de haber expuesto con toda la buena intención, no de madre, sino de ciudadana, y dijo, con buen tono ante las gallinas mientras les echaba el maíz sus puntos de vista, ¡con una claridad! Que quedó su discurso en el ambiente por cuatro días, hasta que llegó la zorra y se llevó dos ponedoras. Así, en su manera de ver, decía cuando oía comentar el atraso cultural: “No se le puede pedir papaya a la mafafa, y se le quitan los hijos a las madres, para completar la desgracia, peor”<br />Esa madrugada de enero, frente a la casa, de un momento a otro, el hijo de Eva Angélica, corrió las espuelas por el ijar de su cabalgadura, la que de inmediato respondió de un brinco, pero controlada con firmeza por las riendas por un buen jinete, éste dijo: <br /> – Ya vengo –y partió a despedirse de Clara Josefina, de quien estuvo siempre enamorado pero no correspondido. <br />Nunca llegaron a nada, pero tampoco permitió que otro galán se le acercara. Dos vecinos que se atrevieron, fueron revolcados: Maximino Troncoso en el callejón de doña Amalita, y Fernándo Armengón en la cantina de Antonio Joaquín Acosta. El pobre Ferna quedó cojo para toda la vida del patadón que le dio en la chocosuela Zacarías. En esos años, a más nadie se le ocurrió cortejarla.<br /> Pero ahora el campo había quedado despejado, no obstante, se temía su regreso, como si fuera el sanguinario Murillo, y la bella niña siempre guardó la ilusión y entretuvo su virginidad haciendo cocadas de ajonjolí y rezando a las ánimas del purgatorio. <br />En la mitad de la calle, frente a la residencia de su amor platónico, la bestia con dos corvetas de corcoveo, produjo el ruido de corcel encabritado que producen las herraduras sobres las piedras redondas de la calzada, acompañadas por el tintineo de los arreos y el soplido del animal. En la penumbra de la madrugada, se vio entre las patas herradas las chispas como si fueran luces de bengala. <br />Una luz tenue se vio venir por entre el suelo y la rendija de la puerta de la casa de don Ricardo Aguilar. De una ventanita que se abrió, se vio la carita de ángel de Clara Josefina alumbrada por una vela. La que al verla el jinete, murmuró: “A la hora que me para bolas”. En verdad, nunca habló nada serio con ella, simplemente ella sabía que estaba en la mira del amor; pero su familia trató siempre de alejarla de semejante “atarbán de monte”, como le decían.<br />Zacarías, puyó al animal con sus espuelas de plata y regresó al galope a su casa donde lo esperaban con impaciencia. Por el alboroto del jinete, rompiendo el silencio con el galopar por todo el pueblo, los perros reclamaron airados haberlos despertado tan temprano. <br />Todo el pueblo sabía que se iba Zacarías, y debió ser noticia de primera, la que se comentaría en todas las casas degustando el café del vecino, donde cada cual opina su parecer, ya sea de amigo copartidario, o de contrario que se alegra al saber que partió; pero también debió escucharse el decir neutral y respetuoso. Pueblo pequeño, infierno grande, donde las relaciones no se quieren apartar del cero conocimiento, y esto las hace difíciles, pues la inseguridad y la falta de una proyección hacia el arte basado en la disciplina, obliga a refugiarse en la amistad, la alcahueta, a la que le rinden culto y tributación a tanta pendejada sin control.<br /><br />Llegó hasta a la casa y con su agilidad se tiró del caballo y se acercó con su sombrero grande que descansaba en su espalda amarrado por un barbuquejo, hasta donde estaba su madre pegada a la camándula por el índice y el pulgar, y sobre todo, con la firmeza de su fe, como palmera en playa, que aguanta veinte huracanes no más.<br /> –¡Adiós, mamá! Ya verá usted el hombre que seré –le dijo mientras la abrazaba. Luego le puso la frente para que lo besara. Eva Angélica lo miró con tanto dolor, mientras le hacía la señal de la cruz en su pecho, que todas las mujeres que estaban en la despedida lloraron por ella, al ver esa expresión tan sentida y al mismo tiempo tan valerosa. <br /><br />Eva Angélica permaneció un mes encerrada, después de la triste partida de su hijo. No más abría la puerta de su habitación para recibir los alimentos que Carmelita le llevaba, y para cambiar el agua que usaba para el aseo personal; y salió la primera vez, porque sintió que el caballo de su único hijo había llegado con el mismo alboroto ecuestre de siempre; y supuso que era él. Con su batón y el pelo alborotado que le llegaba a la cintura salió al patio por el lado de la pesebrera con la ilusión de ver a su hijo. Como en efecto pudo comprobarlo, ahí estaba ensillado: “Leoncico” pero el que lo montaba ahora era un primo de Zacarías, Bartolo, cinco años mayor, el que acababa de llegar de la finca “Condenación”<br />Exactamente al año de la partida de su hijo, su dolor no se había disminuido ni un grado, ni en invierno ni en el verano. Por encargo propio, pidió sentencia anticipada y le llegó el último respiro una mañana, y trancó su vida por dentro para que no se le saliera su rencor.<br /><br /> La partida ya era una realidad. Se sentía, a esa hora de la madrugada, el golpe bajo del pilón en las casas del pueblo acompañados de la grata algarabía y el muy claro canto de los ciento veinte gallos del pueblo llamado El Cantor. Y Algarabía que armaron sus cinco amigos de parranda que llegaron amanecidos en sus caballos para despedirlo, y entre risas y chanzas pesadas, el grupo lo acompañó un buen trecho del camino. De esa parranda con sus amigos, se la evitó el tío Oscar al llevárselo la anoche anterior a la casa de su abuelo, Carlos Jaime Ozasa, para que se despidiera del octogenario patriarca, a quien le faltaba un ojo y una pierna, que perdió en la Batalla de Nieto, por la segregación fallida de la región.<br />Los cuatro jinetes, más la mula de los baúles, iban por el camino real a paso largo. Cuando despuntaron los primeros rayos del sol en la lejanía, la caravana se detuvo en el potrero de Encarnación Jiménez, como estaba convenido, y bebieron café, sin apearse. Ya Zacarías mostraba una rara inquietud. Continuaron por la sabana rumbo al puerto de Riohacha, de donde Ojeda, el español, sacó perlas del fondo del mar, y tantas, como si fueran bultos de maíz, dicen los que de historia saben. Pero la inquietud del futuro estudiante era una rasquiñita que cada vez lo acosaba más.<br /><br />Hasta que llegó el momento de tomar una determinación, aunque no era el momento de una conclusión precipitada, si se debía aclarar tanto fastidio. El tío Oscar, como iba adelante, no se había percatado de tanto movimiento y desespero de su sobrino rascándose; pero Barbosa, que entre otras cosa era el tutor en cosas montaraces y otras, le preguntó:<br />–¿Qué te pasa? Que veo que te mueves más que agua en calambuco.<br />–¡No joda! que me pica todo el cuerpo…<br /> – ¿Esa vaina?<br /> – Qué voy a saber…pero me rascan hasta las pelotas, no joda...<br /> – ¿Qué le pasa, sobrino? –Inquirió don Oscar desde su mula, deteniéndose.<br /> – Que me rasca el pecho y los testículos, tío, no sé...<br /> – Deben ser chinches, o tal vez te cayó algo cuando pasamos por el bajo de Nicanor, que las zarzas tapaban el camino. Mírale, Barbosa –ordenó don Oscar.<br />El mozo de campo o peón de faena y a su vez tutor, le miró detenidamente el pecho a su protegido. Desde que tenía cinco años Barbosa lo vio crecer, y le tenía especial afecto; tal vez más que a sus hijos. Y su dictamen además de contundente, por ser verídico, le causó risa.<br />–Es pelusa de pica-pica, compañero. –Le dijo sin juzgar, pero sabía con certeza dada su experiencia en mujeres y amores, que Carmelita le había puesto pica-pica en la bolsita del escapulario, las que ya le habían bajado al pegue del las piernas, y esa irritación con el sudor produce una piquiña muy molesta. Los testigos de los recheches deberían estar muy irritados, pues la pelusa diminuta, sacada de la semilla de una maleza a más de urticante, es insoportable.<br />– Cuando lleguemos al arroyo Cacahuero, te bañas. <br /> – Más bien, don Oscar, –le dijo Barbosa interponiéndose – es mejor que se bañe con leche cruda, porque esa pelusa es difícil de quitar, y después sí, un buen baño. Digo yo.<br /> – Así es, Barbosa. Ya casi estamos llegando a la posesión de los Molina Castro, “El taburete” y seguro nos dan la leche. Vamos rápido.<br /><br /> Y al galope apretaron el paso para solucionar la venganza de Carmelita como lo habían ideado, y seguidamente pudieron continuar la travesía por la montaña, todavía virgencita.<br /><br />Después de haber pasado por varios pastizales, la caravana penetró la sombra de un bosque de corpulentos árboles. Ya no se veía el cielo; se escuchaba el eco tardío del hacha taladora, acompañado del rugir de una manada de tigres que debían ir en dirección a la serranía. Las bestias se detuvieron inmediatamente, y sus orejas escudriñaban en todas las direcciones posibles hasta quedar detenidas hacia el oeste, y con los jinetes, dedujeron que se alejaban, como debió ser. A esa hora van de recogida los tigres, aseguró Barbosa. Al poco rato del desplazamiento por entre el bosque espeso, apenas se notaba un camino semi-cubierto que varias veces se perdía entre la maleza; pero para el ojo del animal no.<br /> Empezó, entonces, una algarabía de aves y otros sonidos que despertaron a la selva en pleno. Los micos pasaban de un árbol a otro. Las guacamayas, con sus estridentes gritos, revoloteaban en la copa de los altos samanes y en medio de los guayacanes en flor. Los turpiales afinaban sus bellos cantos; el largo silbido de la culebra, la paloma guarumera con insistente llamado, el gavilán y el canto de los alcaravanes, más la removida de una hojarasca por el lobo pollero, tenían absorto a Zacarías. No se imaginó jamás, que no volvería a escuchar esos sonidos, de haberlo sabido, con seguridad los hubiera metido en sus alforjas, o más bien en lo más adentro de su mente inquieta y agitada por las desavenencias a la falta de padre que nunca tuvo; pero sí sabía quien era, y hasta lo respetaba. Esa sinfonía de la naturaleza incluyendo los insectos y el cascabeleo de las semillas secas mecidas por el viento, de esa mañana, lo estaban trasformando en otro ser, aunque había adquirido la costumbre de andar por los montes, sentía una extraña sensación que lo tranquilizó y no volvió a pensar en su padre, pero no lo odió, simplemente empezó a sacarlo con cariño de donde nunca quiso entrar. Le pasó por la mente, al mirar las sombras del bosque, la imagen que tenía de la diabla Feniela, un ser imaginado por Barbosa, quien le aseguraba que era “la querida” del diablo que había llevado a vivir por esos lados; muy bonita, pero tenía el defecto de poseer un sólo seno, el que parecía más bien un cacho romo. <br />El trayecto que sigue, lo dedica Barbosa a relatar sus aventuras amorosas con infinidad de mujeres. Las veces que ha sido encarcelado, las peleas, las luchas cuerpo a cuerpo con el tigre Malibú, los espantos que le han salido en el camino los viernes santos. Ahora, precisamente, cuando una enorme víbora cascabel asusta al caballo de don Oscar, comienza el capitulo de culebras. La voz de Barbosa es la única que se escucha en el camino; pero ha sido interrumpida en cuatro oportunidades, porque se han encontrado con unas personalidades, no de grato recibimiento en la región. Primero se encontraron con un juez de instrucción criminal; luego, con un funcionario recaudador de impuestos; al poco rato, con un comerciante de cacharros que venía acompañado por un monje catequizador. Los cuatro personajes siniestros para los locales, por no decir odiados, con seguridad nunca traían buenas noticias; no podían esconder su origen paramuno empezando, que venían vestidos con ruana y sacos de paño. Colorados, sudando y víctimas de los mosquitos, maldecían haber penetrado o llegado cerca del infierno. En un recodo, y a la sombra de un inmenso caracolí, se encontraron con “la mosca”, es el apodo generalizado de un hombre encargado de rastrear los caminos para detectar si hay guardas de la aduana para mantener informados a los contrabandistas de la región que por allí transitan. Conversaron con él, y siguió luego Barbosa hablando de las veces que había metido contrabando de Aruba a Mompóx por la ruta de Jerusalén. Nadie le interrumpía su relato. Tan buena era su entonación, de lo bien narrado, que era como si llevaran hoy día un radio a todo volumen por el camino, porque hasta cantaba entre cuento y cuento. Barbosa debía tener cuarenta y cinco años; pero aparentaba los sesenta, como sucede con los hombres que trabajan en condiciones infrahumanas entre el Trópico de Cáncer y el Trópico de Capricornio. <br /><br />A las tres de la tarde llegaron a un caserío llamado Cundinamara. Almorzaron armadillo ahumado, yuca, queso y guarapo de caña. Después de un ligero debate ayudado con café, resolvieron continuar, pues pensaran quedarse a pernoctar. Algo innecesario; ya pronto llegarían al puerto.<br /><br />Antes del ocaso, a lo lejos vio Zacarías el mar por primera vez en su vida, al pasar por un cerrito descuajado que permitía ver la inmensa cantidad de agua sobre un horizonte cubierto de nubes color naranja, que parecía rasgaban el firmamento con sumo cuidado. Quedó pensativo, ido. Pero cuando volvió en sí, no pudo ocultar su impresión, y dirigiéndose a Barbosa, le reclamó airado.<br />–¿¡Por qué no me dijiste que el mar era así, animal!?<br />Como Barbosa no supo contestarle, se bajó de un salto y corrió hasta donde su profesor de monte y vaquería, y de un tirón lo puso en el suelo, pues su fuerza le permitía esa manera de resolver sus conflictos. Varias veces luchó con campesinos, y a las trompadas, no hubo nadie que le aguantara una pelea, y si era a las patadas, le iba mejor. Si no es por el tío que se lo quita de encima, lo hubiera ahorcado al pobre Barbosa. Pero no fue a las buenas que el tío le hablo para disuadirlo, de una vez le atravesó la espalda con su zurriago al agreste e indómito sobrino de uno con noventa y cuatro centímetros de estatura, para que dejara de agredir a quien con tanto cariño había ayudado a crecer, y de qué manera.<br /><br />A la hora de la oración, entraron al pequeño puerto de perlas, ahora, de algunos pescadores nativos revueltos con los mestizos sin privilegios, y uno que otro burócrata, que con toda seguridad, les debían cinco años de sueldo. Llegaron a la posada de un amigo copartidario, Jaime De Luque. Ya Zacarías se sentía otra persona, como si estuviera pasando por una mutación. Estaba apenado con Barbosa, pero aún le quedaba la rabia por no haberle explicado que tanta agua, se podía mantener sin derramarse. En la medida en que se retiraba de su cuna, de su infancia vivida, le invadía un temor por todo lo desconocido; pero su intrepidez salía en su defensa. Era evidente que estaba confuso, porque al mismo tiempo deseaba ser un hombre ilustrado y estaba convencido que era inteligente, y por supuesto, valiente. El pueblo, muy parecido en la arquitectura de las casas al suyo, no le impresionó, o no puso plena atención. El mar lo tenía ensimismado, por todas partes sentía el rumor de las olas, y con el olor de la lama salitrosa que saca la ola y deja en la arena con los lamentos de las palabras que se usaron hace mucho tiempo, le produjeron cierto mareo.<br /> Se durmió pasada la media noche. Las olas del piélago antillano, en su ir y venir sobre la inclinada playa, producían la sinfonía de rumor infinito que escuchaba desde su hamaca de la pensión cerca de la mar. Rumores que escucharía durante toda la vida en distintos movimientos; lentos y misteriosos, fugas de arrebato, alegros, pero muchos sacudidos por el desasosiego de las resacas de tanto ron que pasó por su gaznate.<br /><br /> Al día siguiente, en la playa, el olor del salitre y el leve movimiento del viento lo tenían estupefacto, pero al ver las aves marinas volar libres por ese cielo de frescura, y al pisar la arena, le causaron cierta tranquilidad mental; no obstante, al ver los cangrejos correr a esconderse en sus huecos, una ráfaga de vacilación le golpeó la cara, y más, al verse obligado a embarcarse en una goleta.<br /><br /> La que está fondeada frente a él se llama “La Gómez”, y a la que mueven las ondulaciones con brusquedad al pegar el agua en las cuadernas y salpicar en crestas blancas que luego desaparecen. No le habían dicho nunca que tenía que embarcarse en ese aparato, pues las relaciones con don Oscar apenas llegaban hasta los buenos días y las buenas noches. Zacarías no preguntó, sólo se imaginaba que todo el trayecto era en bestia. Estaba muy equivocado.<br /><br />De manera súbita, corre hasta donde están Barbosa y Perea, listos a regresar. Les quita el mismo caballo que lo trajo, “Leoncico”, y huye a todo galope por la calle empedrada de la aldea de las perlas, en busca de la salida en dirección a su natal poblado, El Cantor. “Adiós estudio, eso es para los maricas” pensó en su decisión insurrecta.<br /><br /> Lo detienen los dos mozos de compañía a cinco lenguas afuera del puerto, y lo traen amarrado como cualquier animal. <br />Lo izan a abordo cual bulto vario en La Gómez. Zacarías, de la misma ira, sus ojos estaban rojos y de su boca brotaba una babaza. Cuando estaba abordo sobre la cubierta, como si fuera un tiburón capturado, vio a unas señoritas que se burlaban al verlo así. Dijo entonces serenamente: “Tío, suélteme, yo se comportarme” Lo soltaron. <br /><br />Esas tres señoritas, eran las hijas de Chema Daza. Pasados muchos años, se las encontró en el aeropuerto de Berlín, y habría de recordarlas con igual rencor que esa mañana en la goleta. Ellas trataron de saludarlo, pero ni las miró. Ya no estaba atado como un cerdo por las manos. Estaba elegantemente vestido con una gabardina y sombrero de fieltro de última moda, y fumaba con estilo seductor. No pasaba desapercibido el caballero, y las Dazas lo vieron pasar frente a ellas con cierta hazañosería, típica de los galanes caribeños.<br /><br /> Un pleito contra una empresa de aviación, por una maleta extraviada de un industrial barranquillero que contenía valiosos documentos, lo llevaron a Alemania. Fue uno de los mejores negocios que ganó en ejercicio de su profesión de abogado. Y quizás, estaba pasando por su época dorada. Al regresar, fue nombrado Consejero de Estado.<br /><br /> Al poco tiempo de ir Zacarías navegando por el mar de las Antillas rumbo a Samar, el vértigo lo obligó a botar el desayuno por la borda, el que se esparció para perderse para siempre en el ancho Caribe, el de los pesares. Desde ese desconocido mar, contempló la majestuosidad de la Sierra Nevada y sus picos cubiertos de blanca nieve. La goleta “ La Gómez”, pegada al litoral, y sacándole el cuerpo a los acantilados, mantenía su rumbo a la ciudad del Liceo del Obispo. Fue en ese viaje que el contramaestre le enseñó los nombres de las velas y palos, como vientos de toda clase y aprendió nudos marineros; pero no los usó. <br /><br />Cuando llegaron a la ciudad cabeza de provincia de Mardearena, Samar, a las cuatro en punto de la tarde y la goleta se deslizó por las aguas mansas de la hermosa bahía adornada de playas de piedra lipe y nácar, el silencio era total abordo, hasta que se escucharon las ordenes de fondeo y un marino, con las banderas en movimiento, pedía permiso a la capitanía. Las velas, henchidas por una leve brisa que venía de sotavento, parecían estar en un grado de satisfacción naval por la labor cumplida.<br /><br />Emocionado, Zacarías, se preguntaba cuál sería su suerte en esa ciudad, pero se tranquilizaba al recordar que no era el primero que salía de su pueblo en igualdad de condiciones y nada malo les había pasado. En cuantos a las relaciones, sabía que ya estaban dadas por la política; eran conservadores, y en Samar estaba el doctor Fructuoso Ordóñez, conocido combatiente respetado en la guerra y en la paz, con su pluma y su discurso sagrado. Lo que lo tranquilizaba.<br /><br /> Al verse inmerso en tantos adelantos en un mismo lapso de su existencia, resulta innegable decir que no estaba asustado: que la bicicleta, que los vehículos a motor sin caballos, es decir, todo le llamaba la atención. Además, de las casas sin horcones, los cañones enterrados en las esquinas en vez de estar apuntando, la moda de la ropa, los zapatos con ruedas; habrían de causarle una impresión que nunca se le borró de la mente en sano juicio, tal vez se alborotaban esos recuerdos en los desvelos, o eran su grata compañía, o antesala para mirar el pasado en ese regreso existencial de los humanos que de tanto pensar en él, parece que más bien no sirve para nada, a no ser que la esperanza de mejorar y ese pasado sirvan para algo, uno nunca sabe, pueden terminar en un cuento anecdótico; pero para otros, la causa de la pérdida de la conciencia y de la misma paciencia.<br /><br />Un coche llevó a los forasteros al Hotel Español, a media cuadra del la playa de la bahía y en pleno centro de la ciudad de Samar. A tres cuadras de la iglesia de Santo Domingo y a cinco del mercadito y la gobernación.<br /><br />Don Oscar, no se sabe por qué motivos, esa misma tarde, no salió enseguida con el sobrino, prefirió salir solo. “Ya vengo, no te muevas de aquí” le dijo con su prepotencia, como si estuviera en la retaguardia del Batallón del Playón de Arriba.<br /><br />Zacarías, humildemente, aceptó. Quedó sentado en una de las dos camas mirando hacia un patio donde había un enorme tamarindo. El olor a salitre revuelto con cal, apenas se acomodaba en su memoria. <br /><br />No demoró en oscurecer en la ciudad. Buscó algo que le diera luz, un mechón o alguna vela, sin lograr nada; entonces, en la oscuridad, recordó el momento cuando despertó ese día de su vida, sin saber que faltaba mucho por vivir, y que despertaría muchas veces completamente solo, y lo peor, abandonado. Ese día concluyó, que la oscuridad, en cierta forma es un llamado a la reflexión, pues si no se ve nada…no se puede salir para ninguna parte; en cambio la claridad, te muestra el camino, si es que quieres echar para adelante.<br />Cuando llegó el administrador, en medio de la oscuridad de la habitación le dijo: “Prende la luz, muchacho” y se hizo la luz accionando un interruptor que estaba guindando en la mitad de la pieza. <br />Zacarías recibió uno de los sustos más grande de su vida: “ ¡Ay mi madre!” gritó en su pensamiento el hijo de Eva Angélica Terqueiro, cegado por la luminosidad repentina.<br /><br />Luz sin humo. No, no puede ser, eso no lo podía comprender un campesino, por muy intrépido hijo de buena familia que fuera. Cuando las pupilas se acostumbraron a esa rara claridad, jamás vista, y el administrador había desaparecido, y al ver que al jalar la cuerda que estaba pegada a la cosa esa que le parecía un calabazo de vidrio produjo la luz, el valiente Zacarías lo bajó nuevamente, y las tinieblas ocuparon el lugar donde segundos antes estaba la claridad. Así, en el prende y apaga, varias veces, en un regocijo más que infantil, de investigador; llegó nuevamente el administrador y lo regaño con dureza. “Vas a fundir el foco, muchacho”. En la completa negrura de la noche samaria, con la fresca brisa, quedó hasta que lo rescató el tío y lo sacó a pasear.<br /><br />Después de recorrer varias calles, lo llevó el tío a un lugar lleno de gente, frente a un edificio grande, y ante una carretilla con toldo de colores se detuvieron.<br /><br /> El tío pide como cualquier comprador, dirigiéndose al dueño del toldo encarretillado: “déme dos, señor”. Zacarías recibe uno, imita al tío, y se lleva de esos cosos que son como un cono de papel que echa humo a la boca, y nunca en su vida pudo olvidar comer hielo raspado con esencia de dulce de rosa. Esa sensación quedó para siempre matriculada en el archivo de sus sabores. No gritó, porque vio que todos saboreaban con gusto; pero ganas sí tuvo. Ese hielo picado que le quemaba al bajar por su garganta, lo dejó sin respiración. No tuvo alientos para gritar. Hasta que terminó de ingerir el primer trozo de agua congelada revuelto con dulce, de toda su vida. Sensación que le quedó atorada en su mente, suspendida no más por los interminables tragos de ron; sensación que se alborotaba con la cerveza fría que libaba con bastante frecuencia; y con la nostalgia, aumentaban las ganas de beber.<br /> En una oportunidad, por esa sensación de frío permanente, le consultó al medico que si ese no era el motivo de un catarro que no se le quería quitar. Pero cuando leyó el primer párrafo de Cien años de Soledad, años después siendo un alto funcionario del gobierno central comprendió que, aquella orden fría de fusilar al coronel Aureliano Buendía, provenía del páramo donde está la capital de la nación que los ha dominado políticamente. Recordaría también la imagen de su abuelo comandando sus veinte hombres a caballo, que le permitía, en su autonomía, el Estado Soberano para su defensa.<br /><br />Pasado el raspao, entraron inmediatamente al interior de un lugar donde había mucha gente sentada en bancas. Apagada la luz del recinto sin techo, en la pantalla de cine se vio con claridad que unos hombres se movían. <br />–¡Tío está vainas qué es! –exclamó descontrolado mirándolo con sus ojos despepitados, y el tío lo calmó:<br />–El cine, mijo, el cine, ya verá más; pero cálmese.<br /> Una figura bestial que aplastaba seres humanos y otros que corrían en estampida, eran las imágenes que se veían en la pantalla. Zacarías se levantó inmediatamente, también corrió, pero no de miedo; por ese valor adquirido al contacto con la ruda naturaleza. A este joven le sobraba energía para enfrentar lo que fuere, dado su temperamento agreste. Salió de la sala en medio de una rechifla. Como caballo desbocado, sobre la arena y polvo de las calles, Zacarías corrió sin descansar. Corrió en dirección a la playa y después de recorrer todo el camellón, descansó en una banca; pero el corazón se le quería salir. Fue en ese momento que recapacitó preguntando: “ ¿Por qué, la gente no corrió?<br /><br /> Aprovechó para caminar la ciudad buscando las dos materas que identificaban al hotel Español. Luego de golpear con desespero, sin esperar al tío, quedó rendido en la habitación del prende y apaga. Pero su estómago empezó a moverse. Las ganas ya no las podía contener y salió en busca de un baño. Al extremo del corredor, por fortuna, estaba la puerta abierta de un lugar en donde había un lugar adecuado, parecido a los bacinetes de los excusados de su natal El Cantor. El problema que se le presentó, fue no saber que hacer con el par de heces que flotaban en el inodoro; por no saber el mecanismo que los desocupa. Pensaba muy aturdido y desesperado cuando alguien tocó por turno. Iracundo por no saber qué hacer, decidió sacar las heces y botarlas por la ventana del baño que daba al palo de tamarindo, pues temía que le fueran a reprochar esa falta de urbanidad. Abrió bien la ventana, metió la mano en la taza y por allá se escuchó una palangana sonar en dos oportunidades consecutivas. Y salió muy serio secándose las manos en el pantalón como si nada hubiere pasado, y con la seriedad de un arma, pues su nariz de cacha de revólver ayudaba a la expresión del rostro. Regresó a su aposento de huésped.<br /><br />Ya en la habitación, quedó profundamente dormido. Soñó con el hielo, con su amor que dejó en la montaña, con la bestia que salía de las profundidades del mar en el cine, y cuando se despertó al otro día, una mirada burlesca lo saludó con los buenos días, el tío estaba ahí, y en ese momento, llamaron con cierta contundencia.<br />Era el administrador acompañado por un particular y un policía. Motivo: la mierda que cayó sobre una palangana en el patio del vecino, quien con bastante razón, su indignación lo llevó a protestar airadamente, pues no tenía la menor duda que del hotel había salido el par de proyectiles.<br />–¡Hágame el favor de respetarnos! –fue la respuesta contundente del tío Oscar cuando el administrador le expuso el motivo de su visita –que nosotros somos gente decente, y además, no nos dejamos echar vainas de ningún mequetrefe, y si es necesario debatir a plomo, ¡Dígame de una vez! Y si quiere a las trompadas, que me espere allá afuera, pues la autoridad debe entender que se nos ha faltado el respeto de una manera insolente, además muy sucia.<br />–Es mi deber, señor atender la queja…<br />–¡Pero no formal! Lo interrumpió don Oscar y agregó muy alterado – que ponga el denuncio, que abogado bueno es lo que tenemos, y que no se diga más – dijo cerrando la puerta bruscamente. <br /><br />Ese incidente, precipitó la salida del hotel para salir a visitar al doctor Fructuoso Ordóñez, el par de cantores; porque de todas maneras tenían que visitarlo por que había prometido ser el acudiente de Zacarías en el Liceo, donde el abogado era profesor de apologética.<br />Fructuoso Ordóñez, desde ese día, hizo parte de la vida de Zacarías porque se enamoró de su hija llamada: Manzana Luz de la Divina Providencia, y años después, se casaron. Este señor era un personaje fuera de serie de la sociedad de Samar, además de ser apologético y místico, su intelectualidad como su honorabilidad y caballerosidad, le mereció ser designado por el presidente de la naciente nación para ocupar la Secretaría de Educación, pero se dio el lujo de rechazarla: “Si el país está sumido en la guerra civil, y todos los establecimientos de enseñanza están clausurados,¿para qué ministro?, sírvase aceptar mi negativa, señor presidente Reyes, y se le agradece el ofrecimiento que me enaltece”<br /><br />Es, a grande rasgos, la personalidad del abogado Fructuoso Ordóñez y acudiente de Terqueiro Fuenmayor, Zacarías Manuel, quien, asintiendo con la cabeza, aceptó ser acudido, luego de escuchar una reprimenda y consejos para su buen comportamiento, tanto en el colegio, como fuera de él, pues debía demostrar siempre que era un caballero conservador. <br /><br />Pero en Fructuoso hay un detalle que motiva las burlas en la ciudad, además de ser un extremado guardián del Fisco y de la religión: el nombre con los que bautiza a sus hijos.<br /> Cuando su esposa dio a luz a su hijo mayor, su suegra le preguntó por el nombre que llevaría su primogénito: “¿Se llamará como usted; Fructuoso?”<br /> Fructuoso se quedó meditando y respondió.<br />– El Señor me ha dado el fruto de mi amor por una mujer a la que tanto amo, que debe llevar un nombre acorde a la fe que profesamos y al agradecimiento a la madre naturaleza que lo merece por igual –dijo estas palabras con solemnidad en el momento en que pasaba una vendedora de mangos de azúcar pregonando su producto a pleno pulmón.<br /> – Doña Josefa: se llamará Mango de Azúcar de la Santísima Trinidad.<br />No sirvieron los llantos y reclamos, y para completar y fijar su autoridad, todos sus hijos llevaron nombres de frutas, con su respectiva señal cristiana de complemento. Así la costumbre bautismal, llegaron al hogar; Mango de Azúcar de la Santísima Trinidad, Manzana Luz de la Divina Providencia, Caimito Jesús de Nazaret, Naranja del Perpetuo Socorro, y Marañón José de Arimetea.<br /> Sufrimiento grande, en toda la familia, si la criatura nacía en plana cosecha de cañandonga, porque se tenía la seguridad que no dudaría don Fructuoso en cumplir su palabra. Fue necesario poner en cada esquina de la cuadra, a dos personas para que compraran toda la palangana de cañandongas, para que no pasaran ofreciendo por el frente de la casa, cada gravidez. <br />Faltaban tres días para entrar al Liceo del Obispo, pero en calidad de interno requinterno, por petición de don Oscar. Tendría salida, si había buen comportamiento, cada tres domingos.<br /> En esos tres días Zacarías los ocupó corriendo tras de los vehículos que circulaban por la ciudad, tragándose todo el polvo y a la vez compitiendo con niños menores que él, que disfrutaban también.<br /><br />El domingo antes de entrar al internado, estaba Zacarías invitado a almorzar en la casa de su acudiente, el doctor Fructuoso.<br /><br />La idea del internado, para el joven Terqueiro, resultó más agradable de lo que esperaba, pues encontró a varios paisanos en los cursos superiores, y esto le dio cierta tranquilidad. No obstante, el impacto cultural seguía afectando su memoria y el concepto que tenía de la vida, y ahora en el colegio, los conocimientos se encontrarían con los mitos rurales y curiacales que traía en los guacales de su formación rupestre, pero de la que siempre estuvo orgulloso; pues al conocerla, le quedó fácil asimilar y comprender el mundo de los convenios y normas con las que los humanos tejen la vida.<br />La invitación, el domingo, a almorzar en la casa de su acudiente, no podía olvidarla fácilmente. Hizo sonar una campanilla al llegar a la puerta, y lo atendió una criada. Se identificó, y la señora después de repetir su nombre con un grito y esperada la respuesta, abrió la puerta.<br />–Siga, joven… que lo esperan en la mesa.<br />En efecto, ya estaban en la mesa larga: el doctor Fructuoso, su hermana soltera Eufemia, y dos de sus hijas: Manzana Luz, de catorce años y Naranja de trece. Vestidas de luto riguroso por la muerte de su madre, fallecida dos años antes. Habló el doctor, con su seriedad acostumbrada.<br />–Ya creíamos que no iba a venir, joven Terqueiro…<br /> – Es que me quedé viendo un barco que se estaba quemando –dijo señalando la playa, y las niñas se rieron; pero bruscamente callaron al ver la mirada fulminante de su padre, quien las miró con sus ojos azules, fríos, más parecían mirada de culebra que la se un ser humano. <br /> – ¿Por qué cree que se estaba quemando, joven?<br /> – Porque echaba mucho humo, doctor –dijo un poco confundido. Las niñas volvieron a reír y repitió la mirada fulminante que las detuvo.<br /> – Ese es un vapor, joven, ya tendrá tiempo de conocerlos mejor, confórmese con saber que ese humo no es incendio provocado, sino el respirar de las calderas –le habló con serenidad y al ver que estaba despeinado, agregó señalándole con la mirada –ahí, en ese aguamanil se puede lavar las manos y peinarse, y venga pronto que vamos a rezar.<br />Zacarías ocupó el puesto asignado, justo, frente a Manzana Luz Divina. <br />El señor de la casa en la cabecera de la mesa, como ha sido la costumbre en los hogares decentes. Una señora flaca, de cabellos completamente blancos, estaba al otro extremo. Es la señora Eufemia, quien no tuvo la oportunidad de tener un hombre entre sus brazos, ni los deseó, ella misma se burlaba de su feura. Además, sus cinco hermanos tampoco lo hubieran permitido. Fructuoso le rogó que se internara en un convento de claretianas. Hasta que un día le dijo ella aburrida de recibir el mismo pedido: “La próxima vez que me hagas una insinuación de esas, Fructuoso, te hecho esta mica llena de orines por la cara” Y lo hubiera hecho, pero más nunca le insistió el hermano mayor, quién entre otras cosas, había heredado toda la fortuna de su padre y la manejaba a su antojo. Pero con la voluntad de su hermana no pudo. <br /><br />Volviendo a la escena de la mesa de ese domingo en que Zacarías conoció a su esposa. En un comienzo, se dedicó a comer, no miraba a ninguna parte, hasta que escuchó nuevamente al doctor presentando a su familia dirigiéndose a él. Cuando le llegó el turno a Manzana Luz, quedó de una vez enamorado.<br /><br />La niña es completamente rubia, y de una belleza angelical. Zacarías la miró fijamente a esos ojos azules, y pensó que era ciega, se atrevió a guiñarle el ojo y la niña se ruborizó, bajó la mirada; pero enseguida le devolvió una risa de aceptación.<br /><br />Terminada la cena principal del domingo, el doctor Fructuoso le ordenó a Zacarías tomar un libro de su amplia biblioteca de pared a pared, que estaba seguida del comedor. Cualquiera que tomara, del lado que le señaló, trataba de vidas ejemplares. Regresó con “La vida y sueños del hombre-dios” de un autor desconocido y se lo entregó al dueño de la casa.<br /> – Es para que lea, joven –le dijo con cierto sarcasmo.<br />Las niñas rieron, pero la fuerte voz de Zacarías las aquietó, y porque debían atender la lectura; en cualquier momento el padre les preguntaba sobre el tema. Como en efecto aconteció, Manzana, en medio de la turbación, comprendió que debía impresionar e hizo un apequeña síntesis de la lectura, después de haber aguantado las ganas de reírse. <br />La siesta dominguera no se debía perder, y Zacarías salió enamorado a esperar en su pieza de doña Rafaela, donde estaba alojado después del incidente en el hotel Español. <br /> Esa tarde, con su baúl, estaba en la puerta del internado con más de cincuenta internos venidos de pueblos tan distantes, que era la primera vez que escuchaba sus nombres.<br /><br />Cuando le correspondió el turno de bañarse, al otro día, no podía entender que, de un tubo pegado en la pared, saliera agua. La inquietud la resolvió a su manera. Durante el almuerzo observó que había unos jóvenes auxiliares de cocina y comedor, que entraba y salían con platos y bandejas, y antes de entrar al estudio dirigido, se encontró con uno de ellos, y sin mediar saludo, lo abordó con la pregunta.<br />– ¿Tú sabes por dónde le entra el agua al colegio?<br /> – ¡Eche!, por el acueducto –dijo con burla el negrito pelo liso.<br />No terminó de hablar, cuando ya estaba suspendido del suelo agarrado por el cuello el inocente auxiliar de cocina, quien apenas balbució:<br />–Suéltame, loco de mierda. <br />Las manos del estudiante apretaron más, y la lengua empezó a salirle al empleado menor, y sus ojos buscaban salirse llenos de lágrimas, mientras su estomago se removió con plena libertad. Zacarías escuchó claramente unas palabras de mujer: “Déjalo, lo vas a matar” Lo soltó, no por compasión, sino porque no vio a nadie a su alrededor. Ese incidente, lo indujo a una reflexión que le duró trece años, hasta que un borracho, en una cantina, se burlo de él cuando se la contó como posible aparición de la virgen. <br /><br />El primer día de clases, tuvo dos incidentes: uno de conocimiento, y otro de comportamiento. El primero, fue cuando después de escuchar al profesor Castañeda discernir sobre la tierra, la que decía que “Es achatada como una arepa asada” y explicar con amena y didáctica manera todas las formas de que está compuesta, y además sus fenómenos atmosféricos, Zacarías quedó esperando que hablara del Cielo y del Infierno, en igualdad de entonación, y más, si se trataba de la morada del Señor. Como no escuchó más y el profesor dio la clase por terminada, su valor lo llevó a preguntar:<br />–Profesor, ¿Dónde queda entonces, el Cielo y el Infierno?<br />Todos los alumnos rieron a carcajadas. Pero la mala suerte del condiscípulo que estaba adelante llevó la peor parte. Fue agarrado por Terqueiro por el cuello y sacado del pupitre, hacía atrás, con tanta fuerza, que la risa se detuvo. El profesor no lo alcanzó a ver. Ya estaba de salida recogiendo sus cosas.<br />A la clase siguiente, el profesor Puello, al saber que Terqueiro era de ideas políticas contrarias, aprovechó su clase de castellano para ridiculizar a Terqueiro, quien se caracterizaba físicamente por tener una nariz grande, que entre otras cosas, atraía de manera especial a las mujeres, dada sus forma griega y masculina, y le ordenó leer un verso de Quevedo, el que dice:<br />Érase un hombre a una nariz pegado,<br />“Érase un hombre a una nariz pegado,<br />Érase una nariz superlativa,<br /><br />Érase una alquitarra medio viva,<br />Erase un peje espada mal barbado;<br />Era un reloj de sol mal encarado.<br /> <br />Érase un elefante boca arriba<br />Érase una nariz sayón y escriba, <br />Un Ovidio Nasón mal narigado. <br /><br />Érase el espolón de una galera, <br />Érase una pirámide de Egipto, <br />Los doce tribus de narices era; <br /><br />Érase un naricísimo infinito, <br />Frisón archinariz, caratulera, <br />Sabañón garrafal morado y frito. ”<br /><br /> Como es de esperarse de la juventud que de todo se ríe, con el sólo título leído y al verle su nariz, la carcajada colectiva no se hizo esperar. Zacarías, no se inmutó. Leyó con más fuerza y con buena entonación todo el soneto. Cerró el libro, miró con odio a sus condiscípulos, y dirigiéndose al pupitre del profesor se lo entregó y le extendió la mano para saludarlo. El profesor le ofreció su mano delgada llena de tiza, y lo miró de manera casi llena de satisfacción política y de inocencia académica; pero lo que nunca esperó, que fuera sujetada con tanta fuerza por su alumno y que éste le dijera en voz baja: “la próxima vez que se burlen de mi, lo mato.” Al otro día, se presentó Puello con la mano enyesada al Liceo. Pero aprendió la lección que le salvó la vida cuando llegó la Violencia: los educadores no deben aprovechar su investidura de educandos para influir en política o en la religión de sus alumnos.<br /><br />No obstante, lo sucedido en ese primer día de clases, Zacarías se destacó más por su inteligencia; a pesar de haber salido de lo más escondido de la montaña tropical, donde boleaba el hacha como si fuera una machetilla, y jugaba agarrando a los novillos por los cachos al tener tanta fuerza en los brazos.<br />Cuando llegó a la universidad, la oratoria cual cónsul romano era digna de escuchar, tanto por el tono, como por el contenido jurídico. Su tesis. Resonancias tributarias en una región dominada, le mereció mención de honor cuando recibió el título de abogado.<br />Era tal su memoria, que pocas veces fue corregido en los exámenes orales, y su capacidad de sinopsis dejaba con la boca abierta a los profesores, cuando de escribir o explicar se trataba.<br />Dicen los que con él departieron, que era una dicha conversar alrededor de una botella. Le agradaba el tema serio. Admiraba a Sócrates, a Aristóteles, y se cuidaba en hablar perfecto castellano. Todo era academia y buen intelecto; pero en los primeros tragos. Cuando empezaba con el tema: “ No entiendo por qué los rebeldes, como lo fueron mis ancestros cuando se internaron en la montaña formando rochelas, protestan allá en el monte…den la cara para contradecirlos, no joda” ya sabían que los tragos empezaban su efecto negativo.<br /> No obstante, empezar a destacarse en la academia, sus compañeros de tragos de la universidad empezaron a sacarle el cuerpo por la peleas frecuentes que armaba en las cantinas; pero muchas veces llamaban a la policía creyendo el cantinero que estaba peleando a gritos con alguien, lo que no era cierto; parecía el introito de una muñequera; pero no era raro que así fuera, dada su altanería que lo acompañó durante casi toda la vida, pues la abandonó en el hospital de Manga en su primer infarto. <br />Después, se produjo una mutación de su carácter a favor de las relaciones, que muchos interpretaron que se le había adelantado el Alhzaimer. Todo porque había llegado a la conclusión: que debía, en las discusiones, encontrase con la posibilidad que su contrario tuviera la razón. Ya, por esa conclusión mental positiva, no se jactaba con dejar sentada a las personas al tratar con altanería imponer su criterio como lo hacia antes, y como lo acostumbró ver con frecuencia en su familia, donde se discutían las bobadas y nimiedades como si fueran autos de fe o el veredicto de muerte de un acusado ladrón de pendejadas. Pero ya era tarde.<br />Cuando comprendió lo que significaba la palabra democracia, cuando vio que ese espacio mental no se daba debidamente para que la voluntad pudiera gozar de libertad, y al recordar la forma de vida de su pueblo El Cantor, y todo el litoral dominado por el Poder del centralismo, su análisis había llegado a la antigua Grecia pasando por la esplendida Roma, y el sistema constitucional de los Estados Unidos. Ese día, se emborrachó y la tristeza casi lo lleva al suicidio al verse vencido antes de haber iniciado al menos un intento de liberar a su región del régimen opresor. Eso ocurrió en plena Segunda Guerra Mundial, y estaba viviendo en Bogotá, solo, pues ya Manzana Luz había quedado abandonada en Samar. Cuando él quiso rescatarla, ya ella no le pertenecía en su amor. <br /><br />Para completar el infortunio, por esos días, el centralismo había dejado perder el Istmo de Panamá, que era una continuación de su litoral Caribe, frente al mar de los lamentos y del rico son. Revueltos, son y lamentos, en un mestizaje de amor a ese entorno de brisa y playa con el toque del tambor y el sonido de la flauta, que Zacarías, al recordar y ahora saber que ya no pertenecía al mismo gobierno, produjo la separación de Panamá en su mente, un inmenso dolor y rabia, que reforzó el odio que le tenía al régimen centralista y místico, sin tener en cuenta que era el principio de su tragedia, porque ya no lo volvieron a ocupar como profesional del derecho. “Nos pudimos haber ido con los panameños, no joda” Gritaba entre trago y trago en el fondo de una cantina.<br /><br />No obstante, en su desempeño como funcionario, ni la fuerza de sus puños, ni su oratoria tuvieron la fama que se ganó de honesto e incorruptible; pero su intolerancia, y celo por la función pública mal desempeñada, más sus malos tragos, fue quedando completamente solitario. Pero lo que no se le perdonaba, en realidad, era sus ideas segresionistas. Lo demás les importaba poco.<br /><br />En una ocasión, recién graduado Zacarías, fue nombrado juez de aduanas en Riohacha, donde había visto por primera vez el mar, y ahora ocupaba su primer cargo público en esa ciudad. A las pocas semanas de estarse desempeñando en su cargo, un paisano le llevó una corbata holandesa de regalo. El juez recibe -concierta risa burlona- el regalo, abre una gaveta de su escritorio y guarda el paquete. A la semana siguiente, el regalo era una botella de vino italiano, y lo recibe con la misma burla y lo guarda en la misma gaveta. En otras semanas, recibió pañuelos de Boston, un chinchorro wuayoo, y varios tarros de galletas americanas. Pero un día, el paisano se presentó sin presentes.<br /> – No me traes nada hoy, Gumersindo, ¿qué pasó?<br /> – ¡Ay! doctor, si supiera…<br /> – Cuéntame…<br /> – Que ese matute que cogieron los guardas en Punta Estrella, es mío…<br /> – ¡Hombre qué vaina!<br /> –Y yo vengo a ver usted en qué forma me ayuda, pues los amigos son para utilizarlos, ¿No cree, doctor?<br /> – Mira, Gumersindo… ¡primero en la puerta del cementerio, que en la puerta de la cárcel! –le gritó Zacarías mientras iba sacando los regalos y se los tiraba por la cabeza. Hasta la puerta del edificio de los juzgados cayeron galletas. El chinchorro, arrastrado, lo recogió el celador y en el durmió por muchos años. Ya Zacarías sabía que algún día iba a ir Gumersindo por el pago de sus dádivas. Lo estaba esperando como el cazador a su presa. A nadie más se le ocurrió intentar sobornar a Zacarías; pero a la Presidencia de la República llegó la carta firmada por treinta personas, por medio de la cual se pedía que quitaran a ese juez borracho.<br />Favor que le hicieron, se fue a vivir a Samar, y allí pidió solemnemente la mano de Manzana Luz; no obstante, el suegro, el doctor fructuoso, tuvo la premonición: “ Hija, ese hombre no te conviene”<br /><br />Ya tenía el abogado Terqueiro 60 años bien cumplidos, cuando una tarde de un sábado, en un pueblo de las sabanas de Bolívar, se puso a beber como era su costumbre. Pero ahora cada vez más asceta. <br />Sus meritos y su inteligencia, o conocida su independencia de conciencia e insobornabilidad, y porque los altos cargos que merecía más que otros no se los dieron, no tuvo esa lucidez para quitarse de la cabeza sus resabios que adquirió en EL Cantor, cuando era un montarás adolescente. Parecía un exagerado resentimiento.<br />Frustrado, Zacarías Terqueiro, el alcoholismo se apoderó de su voluntad. No se podía esperar otra cosa. Dicen, que aguantó, por haber tenido una buena alimentación en su niñez.<br />Esa tarde discutió, de ese sábado, en una cantina de un señor de Mariquita que quedaba en toda la plaza con unos jóvenes sobre las dadivas que recibía la curia del narcotráfico, del grado de corrupción a que había llegado el sector público, la justicia y las fuerzas militares. Cruzó la plaza caminando moderato, en eses y zigzag largos con paradas repentinas, pero en dirección a la Alcaldía. Ya frente al portón custodiado por un candadito de cobre agarrado a dos argollas en la madera envejecida, Zacarías resopló como lo hacía su caballo, tomó impulso, y en tres zancadas llegó hasta donde el tacón de su botín derecho golpeó la puerta de dos hojas, con tanta fuerza, que el candadito se abrió y cayó a sus pies, y el golpe se escuchó en tres cuadras a la redonda, seguido de un grito de furia: “¡Legalicen esa maldita droga, no joda!”<br />No se volvió a saber nada de la vida de Zacarías Terqueiro. Unos dicen que se suicidó; otros aseguran haberlo escuchado gritar en un caserío indígena. También que lo desaparecieron, según versión de los vecinos que lo vieron por última vez cuando se lo llevaron en una radiopatrulla. Aunque algunas personas creen que su esposa Eva Manzana lo recogió y lo cuidó en una cabaña frente al mar, exactamente, en las playas de Piedra Lipe, pero que ya la mente no le respondía. <br />FINBarrabás Ramónhttp://www.blogger.com/profile/18153138042325254188noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-6001802459037917617.post-18920076609669520262009-11-14T08:32:00.000-08:002009-11-14T08:33:23.494-08:00EL RETEN DE VISTA HERMOSAPor David Escobar Gómez<br />Ayer, en una vivienda campesina que no era la de él, en un catre de hierro durmiendo sin colchón, encontramos a un hombre infortunado amansando su dolor, su ofuscación.<br />A pesar de todo, estuvo dispuesto a darnos su versión. Recostada a la pared de tabla, perpendicular a la puerta de entrada y en medio de un sobrio decorado, esa cama hacía la mejor parte de los haberes entre sucios y queridos que ahora albergaban a un hombre que habíamos estado buscando hacía un mes. Fue enfático en que no contestaría preguntas a congéneres que no fueran sus jueces y empezó su libre declaración.<br />– Venga le cuento, –empezó diciéndome con las manos de almohada y mirando al techo – señor: Yo nací hace sesenta años en las faldas de una montaña, precisamente en la vereda El Venado. Me bautizaron con el nombre de Germán para que lo llevara toda la vida con el apellido Aguilar; pero soy más conocido ahora como el cabo Aguilar, el del retén de Vistahermosa. <br />Con la mano nos indicó, señalando la grabadora de sonidos, que no quería quedar gravado en su declaración amistosa, y le hicimos caso, y continúo con un cantar en la entonación, que daba la impresión de estar saboreando una tragedia.<br />– Yo sé a lo que vienen, pero déjeme decirles, caballeros, cosas de mi vida que considero prudentes. Ya estaba esperando mi pensión de jubilación, no sé cómo quede ahora, sólo me faltó o me falta que me acepten mi petición pues tiempo de servicio me sobra y por edad, ya se sabe que pasé al otro lado del barranco hacia abajo. Subí hasta donde pude en el trabajo y desempeño: suboficial de aduanas. Me casé con Rosa Lucía que en paz sepulta está, la que me dio tres hermosos hijos varones y cada uno su respectiva hija; por lo que tengo apenas tres nietas hermosas. Por mi lado: ¡Adiós apellido Aguilar!, que te guarde la historia en sus anaqueles de la indiferencia. De educación ilustrada, no puedo decir que puedo filosofar como mi compadre Zorrino Somarrás; pero gusto que le da beber trago conmigo. Por algo será. Aunque Rosa decía que de filósofo no tiene nada, más bien un gorrero profesional porque siempre tengo yo licor decomisado en casa, y de las mejores marcas, y que por eso siempre me acompañaba y aún lo hace los fines de semana cuando no tengo turno de guardia, porque con los de la Aduana no me gusta beber. <br />–Creo que le hago mucha falta –y agregó el cabo Aguilar –; ¡pero ni crea que le haré caso!. Zorrino, mi compadre, él si tuvo buen estudio y leía hasta por la madrugada pero acostado, y eso le ha causado una enfermedad que llaman del pito sostenido y con el que va morir, dice. Son vainas suyas. Me dice en su inconformidad que si muere primero, observe si el pito en la oreja todavía seguirá sonando. Yo no le contesto nada más bien pienso que antes de que se muera yo estaré privado del sano juicio, pues mi tormento es cada día más desesperante que su sonar en el caracol del bafle que recibe sonido, y como ven: ahora estoy escondido y él…pues sabroso en su casa. Juzguen ustedes si no.<br />En más de veinte años de servicio, la mayoría de estos en la garita de cientos de retenes a lo largo y angosto de la red de vías vecinales o en los bordes de nuestro territorio patrio, pues ya verán que hay mucho que contar. Tanto hay en el lomo del caballo como en las alforjas del jinete; el que anda y lo que guarda, por naturaleza, siempre esconde algo indebido; digo yo que no es por mala gente; es que casi todo está prohibido. <br />Para completar la incomodidad de los viajeros, no saben por cuántos retenes particulares han pasado. Digo particulares porque no todos lo retenes son legales, aunque ya han disminuido, quedan los domingueros y de vereda, conformado por agentes retirados quienes se hacen a uniformes y con sus amigos y cuñados desempleados arman su reten para poder subsistir. Con el tiempo uno se vuelve un león o un perro que todo lo huele; cree uno; ¡que vá!. Cuando uno se pilla algo, rara vez es en la primera intención: quien sabe cuántas veces han pasado con el matute. No crean que todo es revisar mercancías. En una ocasión, recién entré a la Aduana, un agente recluta detuvo a un señor que manejaba un campero y le pidió que se identificara y el conductor, muy bien vestido y peinado, de gafas gruesas, blanco y almidonado, le pasó un carnet de la universidad al guarda. Yo estaba hablando con mi cabo Pacheco cuando el recluta desde la mitad de la carretera gritó: ‘¡Mi cabo!, ¿qué es docente?’ Mi cabo Pacheco no supo que decirle pero al ver al señor del jeep, le gritó: ‘Cura, huevón’. Vine a saber a los años que docente era profesor cuando mi hijo mayor me confesó que quería ser docente. Mi irritación de ese día la recuerdo hoy con mucha vergüenza porque le dije. ¡Maricas en la familia, ni por el putas!, recuerdo haberle gritado furioso lanzándole un cenicero a los pies. Cuando me calmé, aguantando su risa mi hijo me sacó del error. Ese era un concepto generalizado en mi pueblo natal de que todo el que de sotana vestía, lo daba en la sacristía. Y el falso rumor, desde luego, se aplicaba porque mi pueblo era casi lo más extremo del territorio nacional y donde se sufrían muchas penalidades, con decirles, que el agua era tan mala, que para lavar el piso la hervían antes dos veces. No entraban las emisoras. Mejor dicho, donde el viento daba la vuelta, y por ser tan inhóspito, a los curas pedófilos o mujeriegos de castigo los mandaban, para no echarlos de la congregación, a la población del Venado donde había un convento franciscano regentado por el hermano Clavo Alegría. El mismo tratamiento para los agentes de policía. <br />Si cuento la cantidad de intentos y de todos los inventos para pasar alijos que vi, no creo que termine de contar en lo poco que me queda de cordura, pues cada minuto que pasa me siento loco y no veo el momento de contarles lo más desagradable que me pasó en el retén de Vista Hermosa. Porque de ingenios, de creatividad para pasar ilícitos, lo del penitente macario es un cuento genial que nos pasó. Para que vean no más hasta donde llega la astucia por lo malo, que si de creatividad se trata, merecemos el premio Novel del camuflaje, dejaré pues, para después lo sucedido en Vista Hermosa y les explico de rapidez la historia del penitente macario. Aconteció de verdad, que estando en el retén internacional de Rumichaca una mañana empezó a pasar un señor arrastrando una cruz. Los de la cadena con mucho respeto nos persignamos y dejábamos pasar al penitente macario cada domingo. Nos enteramos, que pertenecían a una comunidad religiosa llamados los macarios de cristo redentor, y cada domingo pasaba uno de ellos con la penitencia de caminar con la cruz al hombro y al pasar la raya de la frontera, más adelante, se internaban por el monte hasta llegar a una colina donde oraban. La túnica de seda siempre era de azul de metileno con borde dorado y sudado, y en la cabeza una gorra de espinas que les provocaba derramamiento de sangre. Nosotros, creyentes fervorosos, nos arrodillábamos al ver pasar tanta contrición, arrepentimiento o expiación de los pecados de la humanidad Pero un día noté que, además de la trilla que dejaba con el roce el tablón que arrastraba el penitente, había un polvillo blanco, en interminable hilo sobre la huella notoria en el asfalto en el centro de la calzada. La observamos, la probamos y…: ¡Cocaína pura!<br /> Pero lo último, lo que rebosó la copa, me tiene sumergido en la desesperación. Nunca pensé que en Vista Hermosa, ¡que a mí!, faltándome tan poco tiempo para dejar de trabajar, y que conste, que trabajé de buena gana; me pasara lo más horrendo que he visto en vida y que como un puño en los sesos ha estremecido mi razonar. Que aunque no me crean, fui un agente de aduanas honesto. Que llegué a la Aduana porque cuando presté el servicio militar, en el Palacio de los presidentes, le salvé la vida al señor presidente Ospina cuando la turba enfurecida lo quería matar, y él, muy valiente, en la puerta del Palacio, sacando pecho les ha dicho con valor: ¡’ Más vale un presidente muerto que un presidente fugitivo’¡ y se le abalanzó un indio con un machete y yo, guardia presidencial, di un paso adelante y me lo bajé de un tiro en la frente. Mi vida cambio desde ese día. Con seguridad al terminar el servicio militar, de no haber pasado eso hubiera regresado a sembrar papas en la tierrita que nuestros ancestros nos dejaron. El señor presidente me convirtió en su guardaespaldas y cuando ya no me necesitó, me hizo nombrar guarda de aduanas y fui ascendiendo. <br />Llevaba diez días en el puesto de control de Vista Hermosa, cinco horas de guardia ese turno, viendo pasar vehículos en ambos sentidos de la carretera. No sé, ni insistan en que piense en ello, porqué se me dio de un momento a otro pararme del taburete fúsil terciao y ordenar con la mano pito en boca y con la otra parar un pequeño furgón, de tres toneladas. El compañero de la cadena la levantó inmediatamente y la furgoneta frenó, que apenas no se la llevó por delante. El conductor me miró con una expresión de terror, imagen que no se me quita de la mente. Y han pasado tres meses de ese suceso tan desagradable y que va terminar con lo poco cuerdo que yo tenía de vida, de mi libertad, si es que puedo hablar en esos términos. Esa mirada me obligó a ser más enérgico, pues me dije: Ese viene con algo, y pité con más fuerzas y para amedrentarlo más accioné los mecanismos del fúsil, que entre otras cosas, nunca tenía municiones. Al detenerse, fui hasta la cabina y el hombre me recibió con un manojo de dólares en la mano. Que si los hubiere recibido, hoy no tuviera entre ceja y ceja este tormento que apaga mi vida. Seguro. Créanme, y tiene que creerme, habemos funcionarios que respetamos a nuestros hogares, a nuestra familia, a nuestra sociedad: ¡Bájese! le grité muy indignado. El hombre, de unos cuarenta o cincuenta años, se puso pálido y le volví a gritar con energía. <br />Energía que se me quitó cuando se desmontó ese conductor, pero con una pistola en la mano derecha. Escondí mi terror colocando mi rostro de tras del escopetón apuntándole a la cara, al momento que mis piernas empezaron a temblar y ya estaba a punto de orinarme en los pantalones, cuando ese degenerado criminal, en último intento evasor balbuceó también muy asustado; “Arreglemos”. Y arreglamos, él tomo mi susto y yo su miedo; intercambiábamos, cuando en ese momento fatídico, un guarda a mi mando, para asistirme, le gritó apuntándole también con una escopeta vieja: “¡Baje el arma y abra atrás, señor, o le disparo ya!”. El hombre en vez de obedecer la orden, se pegó un tiro en la sien derecha y cayó sin vida. Quedamos estupefactos por varios segundos, hasta que retomé mis funciones de mando ordenando abrir el camioncito. González, el gordo González, el guarda que le correspondió abrir la puerta después de forzar el candado con una pata de cabra, miró al interior del vehiculo y salió corriendo con ganas de vomitar. Una señora que vendía chicha de arroz en botellas, se acercó a fisgonear y se desmayó. El otro guarda que se acercó, cuando miró, se agarró la cabeza y se quedó mirando como si un rayo lo hubiere paralizado. Al ver González que de otro vehiculo se bajaban a chismosear corrió a alejarlos apuntándoles con el tolete de dotación. <br />Es el momento que me acerco a ver al interior del furgón, y veo con horror unos cuerpos sin vida de niños pobres, entre los ocho y doce años, a quienes les han abierto su vientre. Los conté y eran diez. Traficantes de órganos, deduje… y pasé al radio a llamar a la policía –hubo un silencio en la choza y vimos como el cabo Aguilar se levantó de la cama desesperado, no podía fijar la mirada, hasta que se quedó mirando una torcaza a través de la ventana que se posó en un árbol de totumo. Tomó aire, nos miró con inmensa tristeza y recuperó ánimos para continuar. <br />– El oficial de la policía, –dijo el cabo – que le correspondió atender el macabro hallazgo, me dijo con el dolor de la frustración: ‘Y saber, que esos órganos que les quitan son para gente adinerada’ y yo le dije: ¿Eso que tiene que ver para que no se haga justicia? y me ha dicho: ‘Pues que da pena decirlo, cabo Aguilar, las víctimas por pobres, nadie las reclama, y los favorecidos, hacen todo lo posible para que no prospere ninguna investigación. ¿Cuánto no da un hombre adinerado por ver sano a su hijo? Preguntó y agregó: ‘Mi profesionalismo me dice, cabo Aguilar, que no creo que usted esté vivo para demostrar su inocencia’ Por eso, señor periodista, desde ese día me he apartado de la justicia. ¡Qué ironía! De la justicia que tanto he creído, y que en definitiva, es la única que nos tiene que ayudar –luego se sentó en el borde de la cama vieja y puso su cabeza blanca sobre las manos, las que unidas por las rodillas a sus piernas formaban, visto de frente, la eme de la actitud pensativa y me miró fijamente para decirme en un tono de voz muy diferente:<br />– No crea que estoy eludiendo mi responsabilidad de ciudadano, gustoso iré al juicio a responder con mi vida por unos inocentes que se atravesaron en mi camino sin su voluntad, ellos no tuvieron la culpa de haber nacido en un hogar sin garantía de vida. El consejo de mi compadre, de que me pierda, no está en mí; ahora caigo en cuenta en ello, parece que me estoy conociendo o me he encontrado a mi mismo. No sé cómo explicarles. Yo creo que ya es suficiente. Díganle a mi compadre que lo invito a beber el trago más amargo de mi vida, ¡y que me tiene que acompañar! como siempre lo hace., para que vea como un hombre acepta el veredicto de los magistrados, y para que me despida de mis hijos y de la sociedad a la que serví.<br />Así nos habló el cabo Aguilar desde su refugio, o el escape alternativo. <br />FINBarrabás Ramónhttp://www.blogger.com/profile/18153138042325254188noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-6001802459037917617.post-27928988309203474762009-11-14T08:15:00.000-08:002009-11-14T08:20:02.175-08:00EL ASESINATO DE UN CACHACO EN PLATOEL LINCHAMIENTO DEL CACHACO EN PLATO<br />Por David Escobar Gómez<br /><br />Cuenta la leyenda, que una vez a Plato llegaron un par de cachacos tan pronto se acabó la civil Guerra de los Mil Días. Sin que se hubiese sabido con certeza cual era el motivo que los atraía a ese pueblo escondido entre lo playones y la montaña; pero se puede deducir sin lugar a equívocos, que venían esos forasteros a explorar la compra y venta de ganado, pues sus indagaciones eran pertinentes a esa actividad propia de la región, como se supo después en los comentarios post morten nihil est que uno de los dos cayera muerto por un machetazo que le entró por el hombro y le destrozó la clavícula derecha y luego el cachaco descuartizado por la muchedumbre enfurecida, hasta que no quedó del desconocido sino un pellejo pegado a unos huesos, restos que fueron lanzados al caño de Plato, y por donde huyó su compañero. ¡Pueblo enardecido en la vida no embrome!<br />En la región de Plato, los campesinos, quienes eran la mayoría, solían hacer alarde de su fuerza y valentía, sobre todo en las peleas a los puños además de las faenas de vaquería; pero hasta ahí, al arma blanca le tenían respeto o pavor, y las peleas a machete las evitaban al máximo. Cuando llegaba un forastero, lo más seguro era que los peleadores famosos le buscaran la pelea, y siempre los de afuera llevaban las de perder. No había decidido el extraño si aceptaba el reto, cuando la patada sorpresiva de entrada la recibían en el caracol de la oreja dejándolos aturdidos y luego venía un puño certero en el pegue de las cejas, el que los dejaba inconscientes en el suelo después de una semivuelta de un cuerpo que cae indeciso sin equilibrio.<br /> En una oportunidad de tantas en su vida, Fermín Acuña, famoso por ser bueno a los puños y patadas, encontró su gallo. Ante la sorpresa de no haber podido vencer al extraño, y por ser la primera vez en su vida que le desencajaron la mandíbula con una trompada bien dada; le regaló a su agresor un toro, en homenaje a su distinción de hombre fuerte.<br /> Volviendo al cachaco muerto por la multitud, no fue retado como era la costumbre, sino objeto de una invitación a tomarse un trago de ron que le hizo un plateño en una cantina del puerto. Como no lo aceptó en tres ofertas consecutivas de buena gana, el oferente se sintió despreciado y ofendido. <br />– ¡Cachaco hijueputa, me despreciaste! –le gritó furibundo el hombre borracho al tiempo que le tiraba el trago por la cara.<br />Si ese desconocido se hubiera agarrado a los puños con el plateño, y hubiese vencido, con seguridad centella, no lo hubieran agredido de la manera tan brutal los enardecidos lugareños como lo hicieron; empezando por el machetazo. El hombre, en cambio, sacó una navaja y le cortó la cara al que regalaba trago. En un pueblo en donde todo el mundo es pariente del resto del pueblo, no se puede aceptar tamaña ofensa. Le propinaron en reciprocidad, el certero golpe de machete y procedieron a lincharlo salvajemente, como ya se ha narrado. Su compañero, sin poder defenderlo, no tuvo más opción que correr y tirarse al caño y desaparecer.<br />Desde ese fatídico día, en Plato, se rumoró por muchos años que, el compañero del muerto, vendría con sus paisanos a vengar la muerte de su amigo. Y las medidas preventivas siempre estaban latentes, puesto que era de todos sabido la venganza entre las gentes de los pueblos del Interior. Un día la feligresía de Plato se reunió para enterrar a un lugareño que había muerto por picada de culebra talla equis. Ya iban llegando al cementerio con el féretro en hombros, cuando un chistoso gritó a todo pulmón:<br />– ¡Vienen los cachacos! ¡Ahí vienen los cachacos! ¡Ahí vienen los cachacos!<br />El ataúd cayó al suelo levantando una polvareda de muerto, y en diez segundos no había ser viviente ni asomado por las ventanas en todo el pueblo. Cuando los que corrían despavoridos querían contar el motivo por el cual huían, no notaron que el grito había llegado primero y las puertas se iba cerrando como por encanto. Si no es por unos hombres que entraron al pueblo a caballo por el lado de las plazoletas y se encontraron con la caja en la mitad de la calle del medio, abandonada a su suerte eterna, el muerto hubiera quedado ahí hasta quien sabe cuando tirado en su abandono en espera del juicio final.<br />Sin ser decretado, después del linchamiento, hubo un toque de queda después de las ocho de la noche en el pueblo de Plato que duraba hasta tres minutos antes de la madrugada. El temor de que llegaran los cachacos a vengarse cogiendo a la gente por la espalda cuando se estuviera caminando por los callejones oscuros, lo encerraba temprano.<br />Pasaron los años y se fue acabando el temor de un ataque de los cachacos; pero, no quiere decir que el incidente violento se hubiera desvanecido, ahora el muerto aparecía en el callejón del arroyo con relativa frecuencia. Penaba o cobraba a su manera su muerte infausta, a falta del oficio de sicario en ese pueblo sano.<br />“Me salió el cachaco, me salió el cachaco”. Gritaban los que lo veían. Casi siempre mujeres y niños. Los hombres se tragaban el pánico sin muchos comentarios. Lo describían como un hombre alto, vestido de saco de paño negro, con sombrero de copa, con corbata negra también y camisa blanca. Siempre recostado a las tablas de la cerca y debajo de un árbol de naranjuelo frondoso que cubría con sus ramas el callejón. Su mirada era fría, las manos siempre atrás, como si escondiera una arma, y le brillaba la cara medio tapada con el sombrero.<br />Lo que la gente de Plato no asociaba, era un silbido antes de que apareciera el espanto aparato, y que siempre estaba en la esquina Efraín Peña, primo de mi padre.<br />Mi abuela notó un día, después de uno de tantos comentarios del aparecido cachaco, que el baúl que había dejado el tío Jeremías guardado en el cuarto de los hombres huéspedes, estaba abierto y que una gallina anidaba plácidamente adentro. Cuando la sacó, pudo ver el traje negro con el sombrero que estaba encima y le entró la malicia. Varias noches estuvo al acecho, pero nada que pudiera decir que había dado con el cuento del difunto cachaco. Hasta que una noche llegó mi papá de la calle y se despidió de Efraín con tanto alboroto, que la sospecha recayó en el par de jóvenes, los que debían tener ya más de quince años, dada la estatura del “muerto”. Mi abuela con mucho sigilo vigiló los pasos de su hijo Alejandro José quien entró a la alcoba y se untó miel de abejas en la cara y después alcohol. Luego se puso el vestido negro, agarró una vela y salió al patio en espera del silbido para salir por el portón y prender la vela en un nicho cavado en el trono del naranjuelo a la altura del pecho, de tal manera, que le alumbrara el resplandor en la cara no más y dejarse ver. Y así, llegó la única víctima de esa noche. Silbaron, y se hizo el operativo de siempre. Contaba después mi padre, riéndose, ya anciano: “nadie miraba más de un segundo mi figura fantasmal”, lo que les daba confianza para no ser detectados. Esa última noche de terror, su madre lo siguió hasta la habitación en donde se cambiaba, y lo encontró de espaldas desvistiéndose después de gozar otra aparición del cachaco. <br />“ ¡Aquí está el cachaco!”. Gritó mi abuela riéndose. El, muy aturdido y sorprendido, con la mirada que le dio a mi abuela, ella comprendió la suplica que no lo fuera a delatar. Cuando ella le dijo: “Que no te vuela a ver en estas”, el sonrío tímidamente y terminó de cambiarse. <br />Después, cuando ella quería que mi papá le hiciera un mandado, no más era decir la palabra mágica: “ cachaco, ¿me compras unas calillas?. Y mi padre corría muy obediente a donde lo mandaran, sin chistar.<br />FINBarrabás Ramónhttp://www.blogger.com/profile/18153138042325254188noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-6001802459037917617.post-4188587544469802212009-11-14T08:12:00.000-08:002009-11-14T08:13:54.033-08:00YO TAMBIEN TENGO MIS ARMASYO TAMBIEN TENGO MIS ARMAS.<br />Ahora, nos vamos, Prima cachaca, para la ciudad de la hermosa bahía: Samar con un cuento del suscrito. Para que se bañe en el mar y si quiere y no sabe, la enseño a nadar. <br /><br />Cuando presenté el examen de admisión a la Escuela Naval de Cadetes en el Batallón Córdoba de la ciudad de Samar, no recuerdo ahora, cuarenta y cinco años después, si tuve alguna sensación o preocupación por el resultado, creo que me daba lo mismo ser o no ser seleccionado. Pero lo que jamás podré olvidar ese día, fue la visita a mi hogar de la comisión de la selección compuesta por un capitán de navío y un psicólogo examinador.<br />Estaba en casa de unos vecinos, haciéndole la visita a mi muy adorada Josefina. Por la noche, llegó mi hermano menor para informarme que unos señores de la Armada estaban en mi casa visitando y que debía estar allá, pues es parte importante en los planes de selección de la institución saber la composición familiar del futuro oficial naval. Corrí hacia la casa asustado y muy sorprendido; ya mi madre les atendía la visita en la sala principal.<br />– Los señores quieren saber de nosotros –me dijo muy entusiasta, pues ella fue la persona más interesada en mi carrera militar.<br />– ¿Y Ale*? –le pregunté preocupado y ella me contestó también preocupada.<br />– Está en la habitación y llegó con tragos.<br />Ante esa observación no supe que determinación tomar, pero mi madre me insinuó que no había alternativa diferente: comunicarle que los señores de la armada querían hablar con él. Mi padre estaba acostado y solamente vestía los tradicionales calzoncillos largos blancos, y su figura de casi dos metros de largo remataba con el pelo despeinado, propio de los borrachos caribeños.<br />– Ya voy –me contestó con dureza cuando le dije que lo esperaban los de la armada y regresé a la sala deseando que nunca se apareciera en ese estado, pues hasta ahí llegaría mi carrera militar que entre otras cosas, no estaba muy entusiasmado que digamos; sin embargo, me daba vergüenza que ese fuera el motivo por el cual me rechazaran. Mi padre era un bohemio muy leído y dominaba la literatura hablada, como acostumbraba decir, le gustaba escribir cuentos; pero lo que más le caracterizaba, era una exquisita conversación acompañada de un humor bucólico, respetuoso en el sentido más profundo de su significado y jamás, amigo de las palabras obscenas, y como dicen en el caribe garciamarquiano, mamaba gallo en su peculiar manera cuando el personaje le permitía. No obstante, cuando se trataba de una conversación seria, mostraba que era un hombre culto y que sabía dominar el agradable arte de conversar. Cualidad ésta, que sin duda alguna, era motivo para ser blanco de los amigos de Baco, y por eso libaba con frecuencia y recibía muchas invitaciones.<br />Mi madre, también conversadora, no dejaba de hablar para entretener el rato imprevisto. Yo estaba sentado frente a los dos visitantes, quienes estaban en el sofá de ratán muy cómodos escuchándola. De un instante a otro, entró primero el silencio absoluto al recinto social de nuestra casa del barrio Libertador. Después entró la sorpresa y se posesionó en el rostro de los investigadores, cuyas miradas iban dirigidas encima de mi cabeza, como si hubiesen quedado petrificados para siempre, ni siquiera espabilaban. Cuando vi que mi mamá agachó la cabeza y se la rascó, me di cuenta que algo estaba de tras de mí y giré mi cabeza en el momento preciso en que mi progenitor decía con vehemencia:<br />– ¡Si ustedes son de las armas, yo también tengo mis armas!<br />El oficial y el sicólogo, mudos, vieron estupefactos a un hombre grueso, alto, con un sombrero vueltiao que se quitó en ese momento dejando al descubierto sus pelos al estilo Don King, o Einstein. Pensé que ellos pensaban que estaban frente a un demente y que no tenían escapatoria, porque presentarse a la sala en calzoncillos, con una escopeta terciada, una canana con un Colt .45 de un lado y del otro lado un Smith and Wesson calibre .36, eso no es más que una salida de un loco de remate. En su mano derecha agarraba un hermoso sable que había sido de un hermano militar ya fallecido, en la otra portaba la espada en cruz, una de las que utilizaron los combatientes de la famosa Guerra de los Mil Días y la cual guardaba como una reliquia, como en efecto lo era. Para completar su arsenal bélico, un machete con la cacha de cabeza de león colgaba por su pierna derecha, y así, en esa facha, estaban ellos ante la imagen de un bandolero que podía de un momento a otro empezar a rodar cabezas. Le faltó el cuchillo de la cocina y la piedra de machacar. Para completar el suspenso, sus ojos azules miraban detenidamente a cada uno de los asustados y arrepentidos forasteros, pero les miraba con la misma dureza como Atila, el sanguinario huno, daba sus instrucciones antes de empezar la batalla a cada uno de sus generales. Actitud ésta fingida de la expresión del rostro agresivo, muy propia en él, y por medio de la cual le agradaba burlarse de la gente que no lo conocía. Ya frente a ellos, y en medio del ruido de los fierros, empezó a colocar todas las armas sobre una mesa para adornos, mueble que lo separaban de sus posibles víctimas, y la que apenas le llegaba a sus canillas desnudas que calzaban sus pies en unas abarcas de tres puntos. Cuando estuvieron todas las armas sobre la pequeña mesa de centro de sala, se escuchó nuevamente su voz, pero esta vez con menos agresividad y les ha dicho:<br />– Señores, como veo que ustedes no traen armas, he depuesto las mías, y ahora sí podemos hablar de hombre a hombre.<br />Yo estaba convencido que los funcionarios iban a levantarse ofendidos, y que se marcharían inmediatamente; pero puedo asegurar que el miedo aún los tenía sujetados a los cojines, y como no se escuchaba ninguna interpelación, empezó un discurso muy diferente en un tono muy reposado, como si se tratase de otra persona.<br />– En la vida del hombre, – empezó diciendo, y después de un largo minuto, continuó– desde su creación, no ha habido nada más trascendental que el amor. –miró a mi mamá y los volvió a mirar con ganas de hacerles daño, y prosiguió después de la pausa que parecía eterna–. Pero para que un congénere pueda vivir inmerso en el amor, primero que todo tiene que tener claro el respeto humano; pero no solamente debemos exigirnos respeto, …ni darlo, debemos procurar llevar una vida…¡ digna!. No hay otra manera de vivir la vida con amor, si no hay dignidad. Es que no hay, señores de las armas, otra manera en la vida que nos lleve a la felicidad si no comprendemos el reino del amor. Cristo murió convencido que el hombre debe ser respetado y por supuesto, amando a nuestros semejantes podemos construir una vida mejor. No hay otra manera de estar en este mundo, en paz, si no respetamos las diferencias, si no nos amamos, si no comprendemos que el entorno hace parte de nuestro ser, ¡todos somos entorno! Y yo creo que ustedes, hombres de armas tomar… tienen eso claro; porque…de no ser así, las puertas están abiertas, …de par en par; para que tomen el camino de la comprensión; y para llegar a tener un objetivo común de comportamiento, el hombre, en su sabiduría, creó las instituciones; pero éstas de nada sirven si no hay amor en nuestros corazones. Y para tener dignidad, es menester la disciplina.<br />Entonces, antes estas palabras de tono académico y sermoniático, noté que ya el aire les había entrado nuevamente a los pulmones, y el par de cachacos aprovecharon para mirarse entre ellos y acomodarse en la poltrona con una risa nerviosa todavía; pero no quería decir esa postura que estaba aceptado como recluta. Mi padre habló otras cosas y cuando ya no tenía nada más que decir entre las pausas de enorme suspenso, dio por terminada la visita..<br /> – Llévalos en el jeep– Me dijo, se levantó y agregó – Cuenten con mi aprecio.<br />Prendí el vehículo con cierta tristeza y pena, y ellos se embarcaron en silencio, como aceptando que los llevara hasta el batallón en donde estaban alojados lo más rápido posible. Cuando ya habíamos pasado las quince cuadras, alejándonos de mi casa, escuché que uno de los dos se pronunció al constatar que había pasado el peligro.<br />– Que susto no hizo pasar tu papá–dijo, y el otro agregó: –Pero es un señor muy interesante.<br />Yo no tuve palabras para hacer cualquier comentario, no para defenderlo o para elogiarlo, ni para pedir disculpas, más bien estaba disgustado como el fruto de una frustración.<br />Exactamente al año de esa visita, regresaba yo de Cartagena con un cese militar y en la tula el recuerdo de haber visto publicado en la revista La Corredera, de la Escuela Naval, por mi primera vez en mi vida, un cuento corto en forma de carta firmada por un recluta; pero también el sin sabor que no apareciera mi nombre como el autor, y por supuesto nadie habría de creerme entre mis compañeros y mis superiores. Posiblemente si lo sabía Juan Manuel Santos, compañero de contingente y hoy ministro, pues él hacía parte del comité editorial y nuestras relaciones no fueron buenas, por él pagué un día de calabozo, pero aún recuerdo ya sin odio ni rencor, mi puño derecho de dotación personal acercándose a su rostro de terror, y el nudillo del dedo índice sobresaliendo de la muñeca para que el golpe hiciera más daño. Según instrucciones de mi asesor en boxeo, don Enrique Escobar De la Hoz.Barrabás Ramónhttp://www.blogger.com/profile/18153138042325254188noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-6001802459037917617.post-16154850735295630092009-11-13T11:59:00.000-08:002009-11-13T12:00:29.602-08:00POR EL CAMINO REALEste cuento que viene a continuación es de mí querido y recordado padre, lo encontré en sus archivos personales, Alejandro Escobar Ballestas. El primer veterinario que tuvo la región del Chimicuica y los playones. <br />POR EL CAMINO REAL<br /><br /><br />El jinete atraviesa el verde playón, y la tarde lluviosa por el Rincón de los Espantos. Cabalga sobre brioso corcel alazán dorado, lucero chorreado en la frente. Al compás de agua servida desde nubes bajas, también cierne profundos pensamientos. A pocos pasos de la costa, el caballo gira cabeza y orejas hacia un frondoso árbol de campano donde se oyen lamentos y gemidos. El jinete dirige hacia allá su cabalgadura. Pegada la cabeza al tronco del árbol, un hombre llora desgarradamente. Por uno minutos el jinete observa al afligido. Es un hombre joven cono él, no mayor de treinta años. <br />– ¿Qué te ocurre buen hombre –le pregunta –por qué lloras?<br />El hombre de los lamentos vuelve la cabeza y receloso contempla el extraño jinete que se cubro con un encauchado negro y capucha, encima blanco sombreo aguadeño de anchas alas. El aspecto le parece fantasmal. Blandiendo un cuchillo de plateado filo curvo y lomo oscuro como el bocachico, se le acerca, le toca el tobillo y de paso corre los dedos por la roseta de la espuela para oír el timbre del acero y piensa: “ Es de este mundo”. Con la cabeza levantada, mirando la “ hoja en cruz” que pende del cinto del jinete le dice:<br />– Señor, mi mujer, Sabina, me la llevó un gitano hace tres días. Me acompañaba hace más de diez años; la que atizó mis ardientes pensamientos; la inspiradora de mis más cariñosas palabras, la que movió mi diario laboreo, señor, se me ha ido, dicen que pa’ Cavica. Yo no sé donde queda Cavica. Nadie lo sabe. ¡Cristo mio donde queda Cavica!.<br />Las lagrimas lo invaden nuevamente. Agarra el cuchillo y lo hunde en la corteza del árbol donde ha dibujado una figura cardio-sexual. Es un triángulo en forma de corazón con un agrieta central que llega hasta el vértice inferior. De la parte superior del triángulo brota una especie de bello púbico.<br />– ¿Te dejó hijos?–inquiere el jinete.<br />– No, señor, por fortuna es de matriz seca. Se la daño por orinar sobre huesos relicarios de la mula del Santo Pesebre de Belén. Mujer laboriosa si la hay en este mundo, nueva todavía, firme de carnes como blanda de corazón; querendona y cómoda en la cama. No alcanzo a comprender qué le pasó por la mente. O qué maranguango le echó el maldito gitano. Me ha dejado este tormentoso sufrimiento, unas polleras de satín y una totuma labrada. Reparo todas las mujeres y no veo, señor, a Savina la mía –el jinete lo interrumpe.<br />– Sigue este mismo camino que traigo y sales al camino real. A una legua de aquí encuentras a la derecha mano una casa pintada de solferino; en la puerta florece una trinitaria lacre. Allá encontrarás una hermosa hembra de apenas veinte años. La morenes de su piel te va a sorprender: es como amasijo de lirio blanco bajo tenue capa de miel de búngura. Dos esmeraldas móviles tiene por ojos Afelpado lunar en la mejilla al lado del hoyuelo, ayuda a darle brillo a su sonrisa. También es estéril. Aprieta el paso antes de que te caiga la noche encima y suelten los perros. Empuña estos pesos para el pasaje y los avíos. La belleza que te pinto corresponde a Zoraida, mi mujer. No sigas llorando. No seas pendejo.¡ Llévatela!.<br />Sereno, el jinete corre los talones por los ijares del caballo ocultándose tras las sombras y la incontaminada lluvia.<br /><br />Prima, veo que no le gustó mucho el cuento; pero que le vamos hacer, usted dice que la mujer no merece un trato de esos. Ajá, ¿y si no puede dar hijos, entonces usted que sugiere? No le ponga mucho sentimentalismo, más bien tómelo por el lado por donde a los campesinos le agrada que les hablen, con franqueza; no importa que les digan que los están engañando: ¡Les agrada saber que los engañan para salvar su responsabilidad! Y es que usted a veces asume unas posturas tan…mejor dicho que me deja desvanecido.Barrabás Ramónhttp://www.blogger.com/profile/18153138042325254188noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-6001802459037917617.post-54834453238959606562009-11-13T11:54:00.000-08:002009-11-13T11:56:32.060-08:00MINGA, LA CAUTIVA Y VENGATIVA HERMANAPor el derecho a la vida, al respeto que toda mujer se merece, y a la libre expresión, Prima, entonces me pronuncio para dejar constancia de lo sucedido una vez en el mismo terruño donde han sucedido todos estos casos que le he contado, cuando Gloria Inés Valencia –llamada afectivamente Minga–, rechazó a su manera el cruel trato que le daban sus tres hermanos: Pablo el carnicero; Pedro el carcelero, y Álvaro Benito el citador del juzgado único penal. Ella, de treinta, y sus hermanos dos años mayor cada uno del otro en el orden descrito terminando con la única, o sea la benjamina, si es que se les puede decir también a las mujeres cuando son las ultimas en nacer en un hogar. Desde muy pequeña, por iniciativa del machismo de la madre, Gloria Inés fue enseñada a atender como sirvienta de sus hermanos; sí como sirvienta, porque nunca le pidieron un favor con cariño, siempre fue triste para ella el escuchar: “Minga, tráeme agua”, “Minga, sírveme”, “mis medias, Minga”, “échame fresco”, “ábreme, Gloria”. Pero eso no era nada; no le permitían tener amigos, mucho menos noviecito cuando era niña, ni macho de compañía cuando el despertar de su sexualidad se lo exigía y él y ella lo demandaban en lo más íntimo de sus seres. Pero como eran jóvenes pobres, indígenas los pretendientes, les declaraban la guerra los crueles hermanos de Gloria Inés Valencia. Crueldad que aumentó al morir la madre; sin ninguna oportunidad de resarcir a la victima, sin tener la más mínima esperanza de una vida mejor, como si pudiera llegarle el bienestar por arte de magia, y no por su esfuerzo, sin darle oportunidad a la reflexión y lograr una vida plausible. Cuando todo el mundo esperaba una reacción de ella, en el pueblo, veían una resignada mujer mal vestida llevando el mercado, cortando leña, moliendo caña, barriendo el patio, remendando calzoncillos, y lo más grave de todas las afrentas: las muendas que le daba Pablo, los cocotazos de Pedro, y las patadas de Alvaro Benito. Hasta que se convirtió en algo normal ver tanta humillación; como se acostumbraron los conquistadores al asesinar a los pueblos indígenas, porque ellos dizque se oponían al desarrollo económico, que no tenían alma, y que eran terroristas.<br /> No se entendía, entonces, por qué, Gloria, de un momento a otro, mostró una preocupación por prepararles los alimentos a los hermanos. Pero con una conducta diferente y contraria para la seguridad alimentaria de la casa que ella llevaba; en el sentido, de que avisaba que iba a darles sopa de coroncoro, y les servía yuca con suero y carne molida. Les decía que les iba a dar mote de ñame, y les daba mazamorra de maíz verde; “¿Quieren, higadete al almuerzo?” Y les daba sancocho de bagre. Fritaba chicharrones, y cuando llegaban a la mesa, no había cerdo por ninguna parte. Y así, en los tres golpes alimentarios, los hermanos Valencia se preparaban mentalmente por un sabor y a la hora de comer se encontraban con una versión contraria al ofrecimiento. Pero Gloria, sin inmutarse, mostraba su pesar ante los reclamos, pero siempre una excusa que la tenían que aceptar, porque no le dieron nunca mucha importancia sus hermanos. <br />Su propósito, para Gloria, se volvió en una obsesión: cambiar de menú a última hora. Y llegó a dominar de tal manera el trastrueque, que se volvió normal cambiar las ollas de comida con las vecinas, cuando el intercambio de la sustancia cocinada era valorado de igual a igual. Les mataba pato, y esparcía las plumas por toda la casa; pero al plato llegaba un guiso de iguana. Hacía dulce de leche, y cuando le preguntaban porqué no lo servía, contestaba haciéndose la loca: “Aquí no se ha cocinado dulce de leche”, y era que hacía “cortados” para venderlos en las tiendas y con ese dinero tener para comprarse sus cosas femeninas. A los años, de estar en esa régimen alimenticio los Valencia, sintieron que su estomago ya se quejaba; pero ninguno se le ocurrió pensar que el grado de insatisfacción gástrica y el engaño, les estaba afectando la autonomía alternativa de prepararse a comer lo que su gusto así lo quería disfrutar. Una mañana de octubre, el cielo estaba encapotado. Gloria esperó a sus hermanos a la hora del almuerzo con un olor de guiso de la cebolla y tomate, achote, ajo y aceite de ajonjolí, más sin embargo otra vez; repitió el cambio brusco: pretendió hacerles ver que había bistec, y a cambio les dio empanadas de maiz cariaco rellenas de maicena cruda y cebolla blanca, y de plato fuerte, peto caliente, abundante. A la media hora, sus hermanos empezaron a sufrir cólicos estomacales. El vientre se le infló, tanto, que se podía casi ver los órganos. El médico Peña, no pudo hacer nada diferente a ordenar lavado; pero no hubo necesidad, los estómagos de los tres explotaron con una hora exacta de intervalo. El fermento alimenticio penetró en los pulmones y con treguas de una hora cada uno, fallecieron. Intentaron culparla, pero no había una contundente prueba de intoxicación; al contrario, se registró un viento de alivio en toda la región de influencia, porque era la primera vez que hubo un acuerdo moral de reflexión para superar el maltrato y violencia a las mujeres.<br />Gracias, por no interrumpirme, prima.Barrabás Ramónhttp://www.blogger.com/profile/18153138042325254188noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-6001802459037917617.post-65395605050896409412009-11-13T11:46:00.000-08:002009-11-13T11:51:29.728-08:00GABRIEL ESCOBAR BALLESTASGABRIEL ESCOBAR BALLESTAS<br /><br />Prima, usted me va perdonar; pero no puedo dejar de mencionar una figura muy significativa para mí como lo fue Gabriel Escobar Ballestas. <br />Si usted alguna vez regresa a Plato, o se encuentra con un plateño, indague por un colegio oficial que lleva su nombre, y la respuesta es que sí, que sí existe. Empero, de ese personaje se sabe muy poco. Y es bueno que la gente de la Republica del Caribe se entere de esos motivos públicos con sus figuras insignes que enaltecen el terruño, y digo la República, porque la historia para que tenga algún efecto como factor de progreso debe ser vista a nivel regional, ya que entre más alcance se tenga en la información, mayor su beneficio. Y así el sentido de pertenencia nos ha de llevar con toda seguridad, unido al recuerdo de lo gozado y sufrido, a un nivel superior. <br />El único colegio que había cuando Gabriel inició sus estudios de bachillerato, se llamó: “La Segunda Enseñanza de Plato”. Me contaba su profesor Enrique Bustos que, mi tío Gabriel y padrino de bautismo católico, -porque a mi me bautizaron sin mi consentimiento- era un estudiante supremamente inquieto y que además de rendir académicamente, jugaba con su intelecto impaciente. Una mañana, se formó un conato de pelea en el patio de recreo del colegio. El profesor Bustos intervino. “ Qué está pasando aquí?” Y un estudiante muy agitado e indignado contestó: “ Profe, lo que pasa es que Escobar creo que uno es idiota, o maco, dizque no son las diez de la mañana, que es de tarde, como si uno fuera maco, ¡Eche!” Entonces el profesor llamó aparte a su discípulo admirado para reprenderlo: “por qué te pones a inventarles esas cosas, Gabriel, ¿ha? “ Profe, para ver como se defienden, no se preocupe” Contestó con la risa característica de una burla heredada y llena de picardía. Todo lo quería saber. Todo le llamaba la atención. Y como buen Escobar, ya tenía fama de inteligente. Además de la humildad, era un chico jovial, atractivo para las niñas, no tanto por lo de rubio, alto de ojos azules; no, su carisma era del agrado de todo el pueblo. Pero el terror de los profesores; en una ocasión, una señora fue a suplicarle a su mamá, que le dijera a su hijo que no le hiciera tantas preguntas a su esposo que era profesor de Gabriel: “Niña Angélica; lo tiene al borde de la locura a mi marido con tanta preguntadera. Usted sabe que aquí no hay más trabajo. Gracias al doctor Antonio que le consiguió esa chamba, ajá, y cómo se hace, tenemos que comer; yo le agradezco”. Es que no era para más, no todo el mundo le tiene paciencia a un niño preguntón. <br />Como el “benjamín” de la familia estuvo al amparo de sus hermanos, sobre todo del mayor, Alberto, quien le absolvía de buena gana todas sus dudas académicas y científicas, que de su mente inquieta brotaban como volcán en erupción las preguntas, hasta dormido.<br /> Facilitó su desarrollo intelectual e investigativo, todo ese ambiente familiar, dice uno. No todo el mundo tiene un hermano inteligente y capaz de comprender el entorno y sobre todo, de ser consiente de la responsabilidad de guiar a los menores. Gabriel tuvo esa fortuna inconmensurable. Anote, Prima. El infortunio golpeo de lleno a Gabriel: su padre Godofredo había quedado arruinado por la política, y usted sabe: la bebedera y la mala economía. Lo poco que se lograba en la amarrada riqueza del pueblo se utilizaba para sostener a sus hermanos mayores en las universidades lejanas. Pues la prosperidad había que echarla al “cara o sello”, o se les da estudio y nos quedamos sin nada; o lo contrario viceversa. La maldita hacienda que no se sabía manejar a falta de un desarrollo económico, no permitía la reinversión, ni mucho menos colocar los dineros de las ganancias en fondos de inversión, en la Bolsa de Valores. ¡Como se les ocurre! ¿Para que nos tumben?, y la solidez económica estaba sustentada en tener tierras y ganado. Entonces Gabriel no pudo salir a estudiar a fuera, le tocó quedarse en la “Segunda” que apenas tenía hasta segundo de bachillerato, aunque no era nada, sí era un logro significativo para los pobres ribereños y playoneros. De una mañana a otra, mandan a mi tío a una escuela agropecuaria en Pueblo Bello, en las estribaciones de la Sierra Nevada del lado de Valledupar para que estudie agricultura rudimentaria, como cualquier campesino adelantado. Resignado, hizo dos años. Afortunadamente para él, fue rescatado y enviado a estudiar el quinto de bachillerato al famoso Liceo Celedón de Santa Marta. Y como era de esperarse, se distinguió desde el primer día de clases como el mejor alumno. Al año siguiente, mi padre se lo llevó para Manizales y lo matriculó en el colegio nacional de bachillerato, -Ale ya era veterinario y ya estaba casado con Rosa Helena Gómez Rendón, hija de Luís Eduardo y Eva- y se distinguió el tío Gabriel como el mejor alumno desde el segundo día de clases -mientras se adaptaba a las circunstancias en una tierra completamente desconocida-; y para que vea, Prima, lo que es el liderazgo, el reconocimiento y la actitud mental positiva de este muchacho: fue elegido para representar a Caldas en un congreso de juventudes conservadoras que se realizó ese año de 1947 en Bogotá. Al año siguiente, ya bachiller de honor, se matricula en la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional en la fría ciudad de la changua caliente, Bogotá. Gracias a que su otro hermano, Germán, ya vivía en esa ciudad; pero en medio de muchas vicisitudes económicas. Contaba mi tía Fabiola, esposa de Germán, que no le podían dar más de los diez centavos para que se fuera en el tranvía; jamás tuvo para el tinto, ni mucho menos llevar a una niña al cine. Pero esa dedicación al estudio es ejemplar. Se metió de lleno, con una voluntad férrea, a la disciplina académica que tan sólo se ve en los que progresan. Una Noche la tía Fabiola lo encontró llorando en su pieza: “Que le pasa, mijo” y entre sollozos de vergüenza intelectual confesó la causa del dolor: “Es que temo no poder salir adelante en los estudios” Y la tía política antioqueña supo, afortunadamente, darle el apoyo mental: “Usted si puede. A todos sus hermanos le ha tocado pasar sacrificios, dicen que Alejandro pasó muchos trabajos, y vea, ya está ganando”. Al año siguiente era un estudiante connotado ganándose el aprecio del decano de la Universidad Nacional. Primera vez que un estudiante de los primeros años entraba y salía de la decanatura como si fuera un profesor. Y así terminó su carrera con un promedio en las calificaciones de 4.22, sobre cinco; esfuerzo que le fue reconocido con un premio especial en dinero, dicen mi tía Mercedes que de la Fundación Alejandro Ángel Escobar, de Medellín, a la que recurrí en una ocasión para averiguar, y me dijeron que no sabía nada de esa distinción. Bueno, ya profesional, no consultó el padrino con sus hermanos lo que haría de su vida; y con justa razón: bastante adulto estaba como para pedir conceptos; sobre todo lo esperaba Alberto, quien también era médico de la Universidad de Cartagena.<br />Dio el menor de los Escobar Ballestas el próximo paso trascendental en su vida, y se metió al ejército en un batallón de profesionales en Bogotá. Cuando lo vieron con el uniforme, estaba de Director del hospital de Arbeláez, en Cundinamarca. Y un día, el entonces presidente de la República de Colombia: Gustavo Rojas, de Boyacá, su persona, llamó al decano de la Facultad de Medicina para que le recomendara un facultativo joven para que fuera su médico de cabecera, o su edecán de la salud. Y la respuesta inmediata desconcertó al dictador: “usted lo tiene más cerca que yo: Gabriel Escobar Ballestas ha sido el mejor estudiante que he tenido yo como decano; acaba de ingresar al ejercito como profesional” Y la suerte hizo un giro un poco brusco en la vida del médico, pero recompensado por la consagración, que no es suerte, pues para eso se preparó: y al ver la figura del teniente médico de sanidad, quedó de una vez como el médico del jefe del Estado. Mejor no le podía ir. Tenía entonces 26 años de edad y en uso de su soltería. Le faltaba no más la especialización, la que pensaba hacer en Houston Tx. Rojas le tomó mucho cariño, y sus dotes de manejo de gente decente, su áurea agradable, un atractivo nórdico con sus vistas inteligentes, buena conversación le sirvieron para moverse con soltura en el poder, no para usufructuarlo indebidamente; pero sí podía ayudar a sus paisanos y parientes, ayudaba.<br /> En el mes de febrero de 1957, viaja Rojas a la ciudad de Santa Marta, y con sobrada razón lo acompañó su médico, el teniente Escobar. En ésta ciudad vivía su querida madre, y sus hermanos Alberto, Alejandro, y Lula. Recuerdo ver a mi padrino sentado en un mecedor con un trago de “güisqui” en la mano, su pistola en la axila, su corte militar, sentado frente a su hermano médico, Alberto. Conversaban en casa de éste. Pero lo que escuché me dejó perplejo. “Es que mi general me tiene aburrido; quiere que todos los fines de semana me vaya a jugar ajedrez con él a Melgar” Y agregaba: “Yo lo que quiero es irme pronto a especializar”. No podía yo entender que fuera motivo de fastidio andar con el presidente de una nación; claro: lo fue de manera para nada democrática. Después que fuera leal al régimen centralista, se aceptaba de entrada; y al final; se le buscó su salida: al dictador que rompió con la civilidad en el poder más antigua de Latinoamérica.<br /><br />En ese viaje regresó el edecán de la salud a su sede del Palacio de San Carlos en compañía de su mamá; se la llevó para tenerla mejor en la capital.<br /> A fines del mes de marzo siguiente, el avión presidencial estaba en Montería con el presidente y su comitiva. Era una avioneta grande, y la tripulación necesitó ir a Barranquilla por unos repuestos; oportunidad que aprovechó el edecán médico para que lo dejaran de paso en Plato y en donde lo debían recoger al regreso del mismo día. Como en efecto se cumplió el plan de vuelo. Regresaba así, triunfante, como ningún otro lo había hecho en toda la historia de Plato. El sueño de todo el que se va joven a explorar un mundo desconocido; y desde luego partiendo de una tierra seca que no da muchas oportunidades de progreso; y llegar triunfante gracias al esfuerzo intelectual, era una proeza que llena de orgullo a cualquiera en cualquier parte del globo. La familia no hizo nada para llevarlo a la diestra del todopoderoso militar. Ni se enteraron sus hermanos. Hacía más de diez años que había salido de su pueblo natal. Y el júbilo al verlo llegar en el avión presidencial a uno de sus mejores hijos fue apoteósico, el pueblo se volcó a las calles polvorientas y la noticia se derramó delirante; todos lo querían saludar. Se alegraban hasta los que nunca en su vida lo habían visto. Fue de casa en casa de sus familiares, de sus amigos, de sus vecinos. Cuando pasaron por frente a la casa de la profesora Maria Cote, la comitiva se detuvo, y ella salió hasta la mitad de la calle con un vaso de jugo y con inmenso cariño le dijo a su vecino que vio crecer: “Mira Gabrie, el jugo de guayaba agria, que tanto te gusta” Se lo tomó con ganas, y comentó. “Tía, esto no se ve por allá, gracias, siempre me acuerdo de usted.” Al tiempo que visitaba recibía invitaciones; pero él explicaba que no podía demorar más. “Yo mejor vengo el domingo, yo le presto el avión a mi general y me paso el día con ustedes, por favor no insistan” Y el militar con sus gafas oscuras, sus botas media caña, continuaba con su jovialidad, a todos saludaba con cariño. Hasta que llegó la hora de regresar a Montería. El avión sobrevoló el pueblo en señal avizora y de inmediato fue al campo de aterrizaje que estaba entonces en la periferia de la zona urbana. Se elevó nuevamente la nave, y el pueblo íntegro quedó comentando y repitiendo todos los pasos que dio su paisano que estaba a la diestra del hombre más poderoso de la nación, incluso, el único que le podía tocar las nalgas. Otros lamentando no haberlo visto: “Yo si vi el aparato ese revoloteando por encima de los techos de las casas; pero qué me iba imaginar que era Gabrie; de haberlo sabido, ¡No joda! Me vengo volando, si yo no mas estaba en la Loma del Golero cerrando un negocio. ¡Hombe, que vaina!, pero el domingo lo veré” Le decían Gabrie. Si, le decían Gabrie a mi padrino.<br />Ese domingo, el del retorno, en Plato era de fiesta. El sitio social público selecto era la “Repostería la Rosa”, lugar de reunión de los notables. Y precisamente ese día tendría mayor importancia porque su dueño, Don Cesar Alfaro, hermano de padre de mi tía Maria Alfaro y ella hermana de madre de mi abuelo Godofredo, lo esperaba para un suculento sancocho de las tres carnes. Ya se puede imaginar, Prima, la llenura de ese negocio a las primeras horas de la mañana del 2 de abril. Pero para que vea como se manejaba la suerte económica del departamento, primacha; a ese establecimiento llegó, a esa hora, un empleado del gobierno departamental en comisión con el objeto de realizar un censo agropecuario en el municipio de Plato. El samario funcionario en vez de ir de finca en finca, resolvió tomar los datos en la Repostería. Fue hasta donde don César, se identificó, le pidió el flojo favor y empezó el interrogatorio.<br />– ¬¿Don César, cuantas cabezas de bovinos cree usted que hay en Plato?<br />– Déjeme decirle, aquí lo que hay ganao, pero lo que pasa es que nadie le va decir cuanto ganado tiene. Usted sabe, la gente se cuida.<br />– Si, yo comprendo, pero ajá, cómo se hace, es un calculo aproximado.<br />Don Cesar al verse en tremendo compromiso, no tuvo más alternativa que asesorarse de sus clientes amigos que estaban con las orejas paradas. Uno dijo: “¡Eso nunca se sabrá” y agregó don Cesar:<br />– ¬No se pueden contar una a una, y si se empieza por acá, cuando lleguen a San Angel, ya habrán nacido quien sabe cuantos terneros por acá.<br />Después de una ligera discusión, se llegó al consenso: en Plato hay como sesenta mil cabezas de bovinos.<br />– ¿Y cuantos caballares?, -dijo el funcionario.<br />– Antes que vinieran los gitanos, ¡aquí sí había caballos! –comentó Horacio Saumet Peña.<br />– Verdad que sí, esos gitanos compraron bestias a montones.<br />– En Valledupar hay doce mil. –dijo e l funcionario.<br />– Deje de comparaciones, amigo, que una cosa son ellos y otras nosotros; semos diferentes en todo, más bien póngale un caballo a cada diez cabezas, y ahí van también las mulas.<br />– Esta bien, digamos que seis mil caballares, -anotó y preguntó después- ¿y burrales?<br />Todos soltaron la carcajada franca y burlesca cual rebuzno. Y Juancho Arrásola intervino.<br />– ¿ Para qué quiere el gobierno saber cuántas burras y burros hay?. Por aquí nadie sabe si quiera cuántas reces tiene; sabe el que tiene menos de quinienta vacas, pero para San Angel y el Difícil, si en los playones hay ganado cimarrón, caballos, mulas, burros, que yo creo que lo mejor es que ponga: “bastantes”. Y bueno si es agropecuaria su indagación, falta saber cuantos tigres hay, porque potrero sin tigre, no es potrero. –Todos se sacudieron de la risa. Otro dijo,– ¡Y morrocoyos qué!<br /><br />¬El domingo mismo, en Montería, el 2 de abril de 1957, el piloto titular le cedió el timón al copiloto: un joven antioqueño, y partió nuevamente la nave número uno de la Fuerza Aérea rumbo a la población de Plato, tal como quedó hablado y programado. La ruta era salir en dirección al oriente hasta interceptar el río Magdalena, y luego girar hacia el norte por todo el lecho hasta la tierra que lo vio nacer. Cuando estaba frente a Pinto, seguro se asomó el padrino para ver mejor los playones en donde había pasado parte de su niñez. Faltando tres minutos para hacer contacto en la pista, ya el “brichi crafc” echaba humo por la cola y volaba a poca altura. Trató de elevarse, y fue peor; la nave chocó contra las aguas del río y se sumergió rápidamente. Ya se puede imaginar Prima linda, el desarrollo de los acontecimientos de angustia y dolor de todo un pueblo y sus alrededores. No quedó ningún rastro, el río se los tragó con todo y humo. Al día siguiente encontraron primero la cabeza del piloto, luego el cuerpo más abajo de la población de Real del Obispo; pero el cuerpo del buen estudiante no aparecía por ninguna parte. Un equipo de buzos y una draga llegaron al lugar del siniestro, y a los tres días suspendieron el operativo de búsqueda. Hasta que la acción valiente de Elías el pescador del barrio Culebra quien, de manera voluntaria y osada, se hizo amarrar por la cintura y se tiró en medio del río desde la draga. Al tercer intento, subió a la superficie por estribor y después de tomar aire, dio parte: “Aquí está, de este lado” Y fue cierto, la draga metió el brazo hacia ese lado de las aguas e hizo contacto con el fuselaje. Al moverlo, saltó el cadáver de mi tío rumbo a Barranquilla. Ya se puede imaginar niña, un cadáver de más de tres días en el agua. El pantalón estaba arremangado del lado derecho hasta la rodilla, y le faltaba la bota de ese mismo pie, y se supuso, que estaba preparándose para lanzarse al agua y que el copiloto buscaba acuatizar de emergencia. <br />La reunión en la repostería se disolvió con la noticia. El pueblo entró en un duelo que duró varios años recordando la figura de la promesa perdida, ahogada, como se pierde una ilusión amorosa o como se difuma la esperanza de ser libres.<br />Doce años después, me correspondió sacar sus restos óseos del Cementerio Central de Bogotá, y al verlos, se apreciaba un golpe en la base del cráneo y una fractura en la mano derecha. Pasaron los años y logré leer su hoja de vida en el Archivo del Ejército donde estaba el informe por medio del cual le negaban la salida a especializarse por necesidad del servicio, y también estaba el acta de la autopsia: murió por inmersión. Al parecer, la mano le quedó atrapada con la puerta al hacer contacto con las aguas turbias. Para honrar su memoria, el colegio de Plato fue rebautizado con el nombre de: Colegio Nacional Gabriel Escobar Ballestas, como homenaje a un buen estudiante que murió a los 28 años cuando apenas empezaba su carrera por la vida. Prima, es que la muerte de los jóvenes duele, y si es un prospecto promisorio, y además una persona agradable e inteligente ya se puede imaginar la pena. Su madre, Angélica Ballestas, tan pronto se enteró de la tragedia se arrodilló a pedir la muerte también. “Señor, llévame al lado de mi hijo. Virgen de la Concepción: llévame al lado de mi hijo”. Murió al otro día de saberlo: el 9 de abril.Barrabás Ramónhttp://www.blogger.com/profile/18153138042325254188noreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-6001802459037917617.post-56083780568882317452009-11-13T11:42:00.000-08:002009-11-13T11:43:46.938-08:00EL AHOGADO EN EL RIO MAGDALENAEL AHOGADO EN EL RIO MAGDALENA<br />En los años finales del siglo diecinueve vivía mi tatarabuelo Francisco Javier Escobar Gómez en la población de Plato. Este antioqueño prócer de la Independencia, se casó en Tenerife con Carmen Ordóñez y el matrimonio fijó residencia en Plato, en donde unidos con su compadre Romualdo Ballestas por el sacramento del bautismo y la compañía comercial, hicieron fortuna económica y levantaron una descendencia de ilustres personajes alimentados con cucayo al desayuno: el secreto para la buena memoria. Francisco era un bohemio extrovertido, y como Plato era una simple villa de apenas cuatro mil habitantes en el casco urbano, los negocios de diversión no llenaban las expectativas a los riquitos del pueblo, falla esta que los obligaba a embarcarse en los vapores que surcaban el río grande de la Magdalena en los cuales había orquesta, mujeres, buena comida, juegos de mesa, baños, y por supuesto dormitorios angeados, sumándole el provecho de hacer negocios en cada puerto, bien sea río arriba o río abajo, fiado o al contado, y un recheche cada mes se lo merecían ¿O, no?<br />Un día de esos ayeres viejos, se embarcaron en Zambrano, el pueblo que está frente a Plato subiendo por la albarrada opuesta: Romualdo Ballestas García, Aniceto Alfaro, Francisco de Paula del Toro y Escobar Gómez. El vapor se llamaba “Condenación” de la compañía Stevenson&Tono con sede en Cartagena. Abordo, después de saludar a los amigos pasajeros, pidieron espacio los plateños para jugar un dominó y a las barajas. Se hicieron a estribor muy bien atendidos por cuatro damiselas, quienes pasaban las copas llenas de ron y amenizaban con sus risas la mesa cuadrada. En el centro de la nave una orquesta pequeña alegraba el tedio fluvial y caluroso con mazurcas y pasillos. En las orillas, los caimanes e icoteas tomaban el sol como si fueran turistas en playa de mar. Las garzas, chavarries, el águila arpía, los barraquetes y demás aves de la fauna silvestre, revoloteaban por doquier. Al pasar por las pequeñas aldeas, la bola de humo sobre las aguas corrientes con el ruido del chapuzón de las paletas, saludaba a las gentes con su pito, y quienes con entusiasmo para que el barco se acercara y les comprara la leña, contestaban entusiasmados a los lejos al lado de arrumes muy bien adujados, acompañados los adultos de un perro flaco y un niño barrigón. El resto del paisaje es la espesura de la vegetación y los remolinos del agua turbia coronada con las tarullas y palos viejos rumbo a un mar que los espera para reenviarlos a las playas de amor y arena blanca del mar de las angustias. De pronto, el sábalo salta, y por allá, en la otra orilla, la canoa del mulato mira humillada el poderío de un aparato cuyo pito retumba en la montaña mientras navega imponente. Es el reemplazo de los champanes coloniales. Escobar y Ballestas, contra Del Toro y Alfaro; éstos últimos perdían en el dominó cruzado a la hora de interrumpir para el almuerzo: mote de ñame con queso amasado; jugo de corozo, bagre, patacón, boronía a la tenderete y mucho arroz acompañado de suero espeso. Después del almuerzo siguieron jugando de corrido hasta que llegó la noche. Escobar se levantó de la mesa para ir al baño. Como no regresó, y al saber sus compañeros del tour fluvial que ya estaba bastante alicorado, supusieron que ya se había metido en su camarote a dormir, pues era esa su costumbre cuando ya no podía con su cuerpo y su mente confusa, difusa la vista, y el andar a la deriva esquivando los puntales que sostienen la cubierta que se ven venir.<br />Al otro día, Alfaro, Ballestas y Del Toro, estaban en cubierta tomado café cerrero y preparando la mesa de juego esperando a Escobar. Como éste no salía, tocaron en su camarote, y no hubo conocimiento de vida. Preocupados, llamaron al capitán, quien recibió parte pormenorizada de las circunstancias y éste, sin vacilar en su mando al no recibir respuesta a su llamado, ordenó:<br />– ¡Marinero Juancho: puerta abajo!– gritó militarmente ante la concurrencia que lo admiraba.<br />En el interior encontraron una cama aún tendida y desentendida, encima unas alforjas y un sombrero concha de jobo abandonado a su suerte y ningún rastro del pasajero Escobar. Inmediatamente otro grito se escuchó en cubierta:<br />– ¡Hombre al agua!<br />Todos los pasajeros corrieron a la borda a mirar. Los comentarios y conjeturas pasaban de la popa a la proa enredándose en la línea de crujía importada desde Alemania, la cual le daba más potencia y drama a la magia del Caribe en formación. Dos sombreros femeninos cayeron al agua y después de cotejar los hechos, como la embriaguez, la hora que lo vieron por última vez, y la caimanera en la boca de los caños; la conclusión del mando fue concluyente: “Escobar desapareció” Pues no podía estar con vida, y de inmediato, en el primer correo que debía pasar hacia Plato y con el que se tropezaron a las dos horas de constatada la desaparición, se envió el mensaje a sus familiares, como quedó registrado en la bitácora de abordo copia del correo: “ El pasajero Escobar Gómez Francisco Javier, natural de Plato Magdalena, desapareció en la noche del día de ayer en las aguas del río, probablemente a la altura del puerto de La Gloria. Lamentamos doloroso suceso. Preparen velorio. José Belarmino Matalaspulgas, capitán del vapor Condenación, octubre 5 de 1871”<br />En Plato, Carmen Ordóñez Gómez la esposa de Francisco Javier, tan pronto se enteró de la mala noticia, se encerró a rezar por su alma. Y su hermano, el presbítero Manuel Julián Ordóñez Gómez, quien no se la llevaba bien con el cuñado, inició los preparativos del velorio. La desavenencia se originó entre ellos porque, el cura, era un místico conservador de extremadas y recalcitrantes posturas apologéticas; contrario al radicalismo anticlerical de Francisco; pero al final, el que salió ganando fue el reverendo: ¡Todos los hijos de Escobar resultaron contemplativos conservadores!. Ya se pueden por consiguiente imaginar, la alegría de la sotana preparando el altar en la sala de la solariega casa Escobalera, la primera que se construía con material de ladrillo cocido en la Villa de Plato, la que obtuvo ese título por disposición oficial de Simón Bolívar en 1823.<br />No obstante las conclusiones que llevaron a asegurar que era cadáver aguas abajo, o alimento de los saurios Francisco, por ir el “General Santander” navegando cerca de la orilla y frente a la casa de un pescador, fue visto caer al agua. Chapolo Mejía, se llamaba el hombre que se percató. Chapolo tan pronto vio sumergirse al que se cayó, dijo él muchas veces, que corrió unos veinte metros por el barranco, hacía abajo, seguido de sus perros cazadores y se lanzó a esperar a quien fuera. La suerte de Escobar de quedar enredado en unas raíces de un frondoso Santa Cruz, más la presencia de los perros, lo salvó. No alcanzó ni a tragar agua para pasar los tragos en exceso que había tomado hasta ese momento trágico de su vida. Pero si aprovechó para descargar la vejiga en el agua fresca, como había sido ese su propósito cuando se dirigió a la borda en vez de llegar hasta el orinal de los hombres. Ubicado por los perros, Escobar, Pocholo pudo sacarlo con facilidad del agua, vivo; y menos borracho que cuando cayó.<br />Ya en tierra firme, empapado y sin el menor asomo de haber tomado, excepto el tufo del ron, sacó de su bolsillo dos morrocotas de oro.<br />– Esta para usted, y esta para que compre un bulto de ron o lo que alcance.<br />– Sí, patrón. Esto hay que festejarlo.<br />– No se demore, que tengo frío.<br />– Ya le damos mientras tanto un café, espero no más mientras se quita esa ropa mojada –le dijo la compañera de Chapolo y agregó – ¿don qué? <br />– ¡Escobar!. –Dijo orgulloso y agregó, –si no es por su compañero, ya estuviera muerto, estoy muy agradecido con ustedes. Prepárese, yo me los llevo para que me sirvan en mis negocios allá en Plato.<br />Mientras tanto, Alfaro, Del Toro, y Ballestas, al llegar al primer puerto que seguía al recorrido hasta La Dorada, desembarcaron en espera de otro vapor que los regresara a Plato; donde se rezaba en memoria del difunto Escobar.<br />En el improvisado altar, pero muy florido y solemne quemando bija, el sacerdote de la familia dirigía los rezos para que Escobar, el déspota radical, se quemara en las calderas de los infiernos. Tras de él, su hermana viuda, la inconsolable Carmen Ordóñez de rodillas en un reclinatorio, sola, indicando que no había otra persona en la vida de Francisco que mereciera estar más cerca del oratorio fúnebre. Sus hijos: Francisco Celestino, Manuel Julián, Eufemia, Gabriel, Antonio María, y Jeremías detrás de ella, reclinados, lloraban a su padre en postura de recogimiento propio de los intelectuales estudiados en la capital y en Mompox. La siguiente fila la componían sus hijos naturales, muy niños: Oscar, Esther, y Roberto. Cuando llegó Romualdo Ballestas, el padrino de todos los hijos de Francisco y Carmen, se hizo a un lado, pero sentado en un taburete de caracolí con descansabrazos, ancho de asiento y de espaldar alto. Luego seguían los familiares más cercanos, respetando el protocolo ribereño. A los que no eran de las familias distinguidas, no se les permitía estar en la sala de oración, para ellos había unas bancas en el patio, donde se les brindaba café, panela, y arepuelas zarateñas rellenas de miel de canato. Pero siempre, traficaba una botella de ron furtivo por entre los parroquianos, y el olor a tabaco espantaba otros olores de anquilosada presencia en el ambiente, los cuales no se describen por respeto al difunto que en paz descanse.<br />Chapolo llegó a su casa ya casi de madrugada con dos bultos de ron de caña y un calabazo de “chirrinchi” y acompañado de sus vecinos y parientes. Ya Escobar dormía acostado en una hamaca; pero se despertó brindando por la vida. Lo cogió el medio día siguiente mamando ron, y en la misma hamaca roncó la pea. El golpe de tambor lo despertó en la hora de la oración contemplando entusiasmado un baile de hombres y mujeres portando mechones encendidos alrededor de su hamaca al son de la flauta de millo y las palmas alegres y callosas del trabajo del campo y del río, de la paciencia y el infortunio; ahora, un salvado de las aguas les traía una nueva oportunidad de vivir mejor, empezando con una parranda como nunca la habían tenido.<br />Ya para las nueve noches de rezo, como se ha establecido quien sabe desde cuando en Plato y en todas partes del mundo de los ritos católicos, los preparativos en la cocina de la casa Escobalera ocupaban a más de veinte personas. De las fincas lejanas llegaban amigos y parientes con su cumplido: dígase un puerco, gallinas, bollos, casabe, panela, yuca, huevos o pescado salado, y el popular y abundante queso amasado, más los calabazos de suero. Varios fogones al mismo tiempo recibían la leña seca y el soplo de rigor para oxigenar la olla del peto, el caldero de los chicharrones, la caldereta del café. Otros pelaban las yucas, preparaban la chicha de corozo, mientras en la sala los cánticos lúgubres del reverendo Ordóñez indicaban que al otro día empezaba una nueva vida en la casa del próspero comerciante fallecido. En la cual el cura llevaría las riendas además de la camándula, dado el sumo respeto de sus sobrinos hacia el tutor que les había mostrado el camino de la redención.<br />Cuando Francisco se disponía partir después de tres días de jarana en la casa de Polocho, una comisión de notables de los alrededores lo visitó demorando su partida para su casa, en Plato. Pues era Francisco una figura notable en el Bajo Magdalena. <br />Y así por entre las tiendas, de pueblo en pueblo, contando el mismo cuento, Polocho con su familia acompañaron a su nuevo patrón hasta el Caño de Plato. Al que llegaron en dos canoas a los nueve días de haberlo rescatado de las aguas turbulentas y traicioneras del Magdalena. Ya estaba anocheciendo, y todo el pueblo estaba en la puerta de su casa para acompañar a la familia prestante, y de paso, hacer parte del acontecimiento social que más mueve a los parroquianos: el velorio. En diferentes partes del patio y de la calle se hacen los narradores de cuentos y leyendas. Las historias de amor sacado, del Hojarasquìn del Campo, La Botellita Encantada, La Mujer del Peñón, El Pescador del otro mundo, El Mohán y otras del mundo de los misterios del cero conocimiento y el monte espeso, pero todas ellas relativamente nuevas y prestadas, pues las leyendas ancestrales de los negros y de los indígenas estaban prohibidas por el cura Ordóñez, hasta que se olvidaron completamente por haberse perdido la tradición oral de manera bruta. Mi tatarabuelo, dice nuestra tradición familiar, que esa noche de su regreso, ordenó esperar un poco para llegar hasta su casa hasta que oscureciera completamente. Escondido entre las sombras se fue acercando por el patio de atrás. Dicen que su perro al que bautizó “godo”, lo olfateó y salió a su encuentro; dicen también que solía decir cuando estaba borracho: “En esta casa el único godo es el perro, ¡carajo!”<br />Ya detectado por su mejor amigo, no tuvo más remedio que salir con los brazos en alto gritando como una anima en pena.<br />– ¡HOOOOOOO!!!!!!– gritó mientras corría por entre el corral de las gallinas y la pesebrebrera, la que estaba llena de mulares y caballares, pues a los burros los soltaban a las plazoletas a pastar libremente.<br />Ya se pueden imaginar la algarabía: ladridos, relinchos, gallinas asustadas, y sobre todo el grito de terror de las mujeres de la cocina:<br />– ¡Nos salió don Pacho, nos salió don Pacho!<br />En el patio no quedó nadie en pie. La última en salir fue doña María Torres quien cayó sentada en el caldero de los chicharrones y al ver que don Pacho la fue a ayudar, se desmayó.<br />Cuando mamá Carmen, la tatarabuela, escuchó la algarabía y el correr desbocado de la gente hacia la calle presas del pánico, no dudó en decir: “ Esas son cosas de Pacho” y de inmediato se desbarató la moña frente a un espejo. Francisco la encontró peinándose como si nada hubiese pasado.<br />– Ve a bañarte, que hueles a mico –le dijo mirándolo por el espejo¬¬.<br />– ¡Ave María mija¡, ¿no te alegrás de verme, cariño?<br />– ¡Ay, Pacho!, si no es la primera vez que te pierdes…y si supieras lo que he llorado no estuvieras con tantas payasadas y fartedades. Mira, no ha quedado nadie por aquí. <br />– Está bien, encárgate del baño que vengo cansado y quiero estar contigo para contarte… <br /><br />Al padre Ordóñez lo sacaron embolsado debajo de la cama de la casa de la señora María Cotes y salió para Santa Marta al otro día de madrugada, pero murió en Plato el 6 de mayo de 1886. Y al poco rato empezó en la casa Escobalera una parranda que duró tres días con sus amanecidas; y dicen que por castigo del cura, una plaga de langostas acabó con todas las sementeras de la región de Plato, y en sus playones hubo hambre y penalidades. Pero eso sí, nunca falto del ron.Barrabás Ramónhttp://www.blogger.com/profile/18153138042325254188noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-6001802459037917617.post-54205096740851362182009-11-13T11:28:00.000-08:002009-11-13T11:41:28.961-08:00TRIBUTO DE AMISTADTRIBUTO DE AMISTAD<br />Encontré en la Biblioteca Nacional la presente nota publicada en una revista de Juan Pinto Núñez, de Santa Marta. La que nos muestra el nivel intelectual de los hermanos de mi bisabuelo y su muestra de gratitud ante la desaparición de una señora allegada a sus aprecios. Es el escrito más antiguo que se conoce de los descendientes de Francisco Javier Escobar Gómez, el primer Escobar que llegó a Plato, y sus hijos firman el fúnebre sentimiento. Faltan sus hijas mujeres: Rosita, que falleció cuando tenía cuatro años de edad, y Eufemia, que murió a edad avanzada en la ciudad de Samar. Tampoco firman los hermanos Escobar Fontalvo, Oscar y Esther.<br /><br />TRIBUTO DE AMISTAD<br /><br />"Cuando el dolor y la tristeza se presentan como misioneros de lo Alto, hay que recibirlos con resignación, para que ejerzan en el alma su acción purificadora y saludable.<br />La señora<br />ROMUALDA BALLESTAS<br />Fue siempre para nosotros mujer afable. Cultivó la verdadera amistad con delicadeza positiva y lealtad profunda. Supo obsequiar con solo su cariño, porque no tuvo bienes de fortuna. Con laudable celo conservó la gratitud en su corazón como en un cofre de oro.<br />La paciencia que mostraba en sus continuos sufrimientos físicos era ejemplar.<br />El pesar que nos ha causado su muerte, que recibimos como buena cristiana, guarda equidad con el apoyo cordial que por ella tuvimos todos los de nuestra familia; aprecio que jamás tuvo menguante, y que si llegó a tener variación fue para aumentarse y hacerse más sólido con el curso de los años.<br />Pocas amistades hemos tenido tan firmes como la de nuestra querida y fiel ROMUALDA, y por esto su muerte nos ha impuesto gran duelo, del cual queremos dar público testimonio en esta Sociedad.<br />¡El recuerdo de nuestra difunta amiga no se borrará jamás de nosotros!<br />Plato, Marzo de l893<br /><br />Gabriel Escobar.-Antonio M. Escobar.-Manuel J. Escobar.-Jeremías Escobar"<br /><br /> Gabriel Escobar Ordóñez, quien murió célibe se dice que se encerraba varios días en su habitación y le pasaban la alimentación por debajo de la puerta, al parecer, a apaciguar su depresión o dedicado a la música y a la lectura. Una vez estuvo en Sabanalarga o Sabanagrade de juez, y se rumoraba que había dejado un hijo, pero esto nunca se ha podido rastrear. La partida de defunción dice que murió el 3 de octubre de 1918 de sesenta años de parálisis, en el centro de la población de Plato. Dice el texto; supone uno que de paro cardiaco.<br />Antonio María Escobar Ordóñez, el segundo que aparece firmando la nota de pésame, es el padre de mi tía Carmela y de mi tía Helena, él murió a la edad de 34 años.<br />Manuel Julián, es el padre de los Escobar Gamargo. La rama familiar con más descendencia.<br />Jeremías, es el menor, ya se ha dicho algo de él.Barrabás Ramónhttp://www.blogger.com/profile/18153138042325254188noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-6001802459037917617.post-16134365218604102172009-11-13T11:23:00.000-08:002009-11-13T11:28:44.056-08:00LOS AMIGOS TENERIFANOSLOS AMIGOS TENERIFANOS<br />Así veían a la familia Escobar de Plato los amigos tenerifanos. Artículo publicado en el diario el Siglo de Bogotá. Por Rosendo Miranda Jr.:<br />‘Por una polvorienta carretera que, a partir de Fundación, quiebra en Bosconia y llega a Plato, salí de viaje la semana pasada en busca de un verdadero descanso entre familiares y viejos amigos que forjaron conmigo retozos de niñez y travesuras de infancia. De Plato a Tenerife hay que viajar ahora en “ Chalupas” porque la pasada creciente todo le destruyó. Entre esas cosas que desaparecieron está el viejo sendero que une a Plato y Tenerife, trillado por generaciones que, de una a otra población, íbamos y veníamos a las fiestas patronales de la Concepción y San Luis Beltrán. Godofredo Escobar, descendiente en línea en interrumpida de los más preciados varones de la región, y Virgilio Difilippo, un italo-momposino de parecida estampa a la de don Godofredo, eran los cantores de las misas solemnes de San Luís Beltrán en Tenerife, entre nubes de incienso oloroso y salpicadas de repiques de campana, que también han desaparecido, como el sendero de las querencias, en vórtice de la revolución religiosa de la nueva iglesia de Juan XXIII.<br />Con gran nostalgia se recuerdan esos fenecidos días porque había que ver ese momento litúrgico cuando el sacerdote venerable alzaba la Sagrada Forma en la consagración de la misa, cantada en puro gregoriano, ya que se gestaba la revolución clerical que ahora conmueve al mundo porque don Godofredo y Virgilio Difilippo cantaban en sordina al son del armonio y don Pepe Barros, otro plateño de la “Dulce Vita”, sacaba magia de su flauta a la que acurrucaba su boquita de arcángel y abrazaba con sus manos nerviosas y caballerosas. Eran tres místicos ante el altar de la divinidad.<br />Después de la misa, los tres mosqueteros de la amistad litúrgica, de la sombra casi cardenalicia, se trasladaba al mesón de Mocha Mejía, rasgaban guitarra y tiple, y la flauta encantada de Pepe Barros, entonaba viejas canciones. Trago y buen sancocho de bocachico, versos y la clásica juma en una hamaca hilada a mano, grande como de matrimonio, alrededor de la cual seguían trago los célebres contertulios. Ahora se me ocurre que aquello era como la danza ritual del borracho bueno.<br />Estos fueron, entre otros, los que formaron la generación de oro de la comarca de Plato, Tenerife. Hubo otros. Mimo Peña, ventrudo como un tonel, Luis Enrique Alfaro el más acentuado vate de las riveras magdalenenses; el monito Escobar, que si se le exprimían los sesos debía destilar inteligencia pura y física, porque era asombroso en el pensamiento; Manuel Ortega y Becerra, garafión y valiente; Pachin Paternostro y otros que no alcanzo en el recuerdo. Ya casi todos han sucumbido a la alegre existencia y solo se les recuerda como caballeros del ideal, que forjaron con su bohemio un trozo de la más exuberante existencia humana para deleite de una raza todavía primitiva y en agras.<br />Godofredo Escobar, don Godo, fue presea del decoro y de la inteligencia. Por eso fue exaltado a las altas posiciones en el gobierno del Magdalena: Diputado, prefecto, secretario de hacienda, entre otras. Casó en Plato con Angélica Ballestas, otro tronco fecundo, descendiente del hidalgo español Manuel José Ballestas que en el fuerte de San Sebastián de Tenerife fue el legatario del derecho de asilo en esa América Meridional. Debió ser varón justo y de connotada alcurnia y talento porque ostentó el privilegio de establecer la llamada Casa del Perdón en aquella entonces notable Villa sita a orillas del Magdalena. De la Unión de don Godofredo y Angélica Ballestas se desprendieron Alberto, notable médico higienista; Germán; abogado de la rama laboral; Alejandro (a) El Blanco Alejo, médico veterinario que carga en sus alforjas de viajero el alma campesina; Daniel, que sestea en Plato cultivando el fruto familiar; Carmen, Mercedes y Lula, esta última que en sus años juveniles derramó elegancia y un alud de admiradores frustrados.<br />Godofredo Escobar rindió su jornada vital en esta ciudad que pudo apreciar su prosapia en el buen vivir y en sus ademanes de noble caballero. Sé que hubiera querido, seguramente, desintegrar su cuerpo bajo el amparo eterno de la misma greda que deleitó con su fecundo y alegre periplo vital. Pero aquí, como allá representa, en su yacente sepultura, el andante caballero de superiores ideales.<br />He querido deshojar esta nota recordatoria y post mortem, en memoria de este varón que exprimió el jugo de la vida sin problemas; que rindió culto a la existencia alegre y fue, junto con sus entrañables amigos, forjador del progreso por cuanto en el remolino de su sana bohemia, marcó los hitos culturales de la comarca. Lo hago hoy cuando encuentro que todo ha cambiado y la crisis de los valores en la amada región languidece en una aguda y desenfrenada rebatiña del poder y de intereses sin grandeza.’<br />(Es copia del periódico El Siglo, de fecha sábado 13 de marzo <br />de 1971Barrabás Ramónhttp://www.blogger.com/profile/18153138042325254188noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-6001802459037917617.post-19030062133182998212009-11-13T11:19:00.000-08:002009-11-13T11:23:49.815-08:00SOLI, EL INTREPIDO GUERRERO CHIMILASolí, el intrépido guerrero chimila<br />Por David Escobar Gómez<br />Una mañana salí a montear con mi hermano llamado “Er zaino”de un momento a otro, hubo un silencio absoluto y profundo después de ver a los pájaros salir despavoridos y con su algarabía de terror nos asustamos también, era como si el mundo se hubiera desinflado, no se escuchaba nada, recuerdo y los pelos del cogote se levantan.<br />Con el pabellón de la oreja a la expectativa y en medio de ese mutis, entonces, escuchamos claramente un ronquido del grosor ni el mismo tigre; pero que va, si el rugir del tigre lo conocíamos muy bien, porque en las noches, nos levantaban manadas de tigres rugiendo por entre el monte al mismo tiempo, que tú no sabías si lo tenías adelante o por detrás y por eso digo: nada de tigre. ¡Por nuestros antepasados! que estaba asustado. Y eso que yo era un guerrero de experiencia, pero confieso: estaba a punto y medio de hacer del cuerpo. En esas, con el corazón latiendo con rapidez volvimos a escuchar el pito sordo. En realidad la juventud es atrevida y no mide las consecuencias; en vez de huir nos fuimos a ver lo que era, arrastrados llegamos a un claro del boscaje y lo que fuese repitió su rugido, pero no era de bravura ni fiereza que da la rabia, más bien con tono de enfermo pidiendo ayuda.<br />Nos acercamos más con cuidado de no hacer ruido, que parecía que andábamos como la neblina o el humo, hasta que llegamos al claro y lo vimos: era animal como un venado sin ser venado, de patas ni la danta, no pequeña como la <a style="mso-comment-reference: DE_1; mso-comment-date: 20090429T0947">guartinaja</a><a language="JavaScript" class="msocomanchor" id="_anchor_1" onmouseover="msoCommentShow('_anchor_1','_com_1')" onmouseout="msoCommentHide('_com_1')" href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=6001802459037917617#_msocom_1" name="_msoanchor_1">[DE1]</a> , pero grande como hermana danta que ya dije; pero sin ser ni <a style="mso-comment-reference: DE_2; mso-comment-date: 20090429T0948">tapir</a><a language="JavaScript" class="msocomanchor" id="_anchor_2" onmouseover="msoCommentShow('_anchor_2','_com_2')" onmouseout="msoCommentHide('_com_2')" href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=6001802459037917617#_msocom_2" name="_msoanchor_2">[DE2]</a> ni <a style="mso-comment-reference: DE_3; mso-comment-date: 20090429T0950">zaino</a><a language="JavaScript" class="msocomanchor" id="_anchor_3" onmouseover="msoCommentShow('_anchor_3','_com_3')" onmouseout="msoCommentHide('_com_3')" href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=6001802459037917617#_msocom_3" name="_msoanchor_3">[DE3]</a> grande. Nos acercamos al claro por el lado opuesto al que llegamos, y Yo fui el que se acercó rozando la barriga a la Madre Tierra y llegué a tres brazos de sus patas viendo como con su cola espantaba la plaga, llegué tan cerca, que si hubiera querido darme una patada, ¡ay! que me la hubiese dado por el lado de la frente y, en esa expectativa revuelta con miedo y ganas de <a style="mso-comment-reference: DE_4; mso-comment-date: 20090429T0923">churritar</a><a language="JavaScript" class="msocomanchor" id="_anchor_4" onmouseover="msoCommentShow('_anchor_4','_com_4')" onmouseout="msoCommentHide('_com_4')" href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=6001802459037917617#_msocom_4" name="_msoanchor_4">[DE4]</a> , el animal nos echó de pronto su cagada y corrimos despavoridos hasta llegar extenuados a donde estaba el grupo <a style="mso-comment-reference: DE_5; mso-comment-date: 20090429T0951">Chimila</a><a language="JavaScript" class="msocomanchor" id="_anchor_5" onmouseover="msoCommentShow('_anchor_5','_com_5')" onmouseout="msoCommentHide('_com_5')" href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=6001802459037917617#_msocom_5" name="_msoanchor_5">[DE5]</a> y les contamos lo que habíamos visto con nuestros ojos. Fue la primera vaca que mis ojos vieron, en después, conocí burro, lo mismo que caballo, luego: medio burro, medio caballo; pero nunca mitad vaca, mitad caballo, ni mitad mujer mitad manatí. Si; vi una vez, en el <a style="mso-comment-reference: DE_6; mso-comment-date: 20090429T0924">Caño</a><a language="JavaScript" class="msocomanchor" id="_anchor_6" onmouseover="msoCommentShow('_anchor_6','_com_6')" onmouseout="msoCommentHide('_com_6')" href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=6001802459037917617#_msocom_6" name="_msoanchor_6">[DE6]</a> de las Mujeres de la población de Plato: mitad <a style="mso-comment-reference: DE_7; mso-comment-date: 20090429T0931">hombre</a><a language="JavaScript" class="msocomanchor" id="_anchor_7" onmouseover="msoCommentShow('_anchor_7','_com_7')" onmouseout="msoCommentHide('_com_7')" href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=6001802459037917617#_msocom_7" name="_msoanchor_7">[DE7]</a> mitad caimán, comiendo pan y mamando ron.<br /><br /><br /><a name="_msocom_1"></a><br /><a class="msocomoff" href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=6001802459037917617#_msoanchor_1">[DE1]</a>Roedor anfibio de América de carne apreciada, también llamada guagua<br /><a name="_msocom_2"></a><br /><a class="msocomoff" href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=6001802459037917617#_msoanchor_2">[DE2]</a>La misma danta, del tamaño de un burro<br /><a name="_msocom_3"></a><br /><a class="msocomoff" href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=6001802459037917617#_msoanchor_3">[DE3]</a>Cerdo salvaje más pequeño que el jabalí europeo.<br /><a name="_msocom_4"></a><br /><a class="msocomoff" href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=6001802459037917617#_msoanchor_4">[DE4]</a>Esfínter flojo por el miedo. Una diarrea.<br /><a name="_msocom_5"></a><br /><a class="msocomoff" href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=6001802459037917617#_msoanchor_5">[DE5]</a>Indígenas que no se dejaron someter.<br /><a name="_msocom_6"></a><br /><a class="msocomoff" href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=6001802459037917617#_msoanchor_6">[DE6]</a>Caño: canal de desagûe de las ciénagas.<br /><a name="_msocom_7"></a><br /><a class="msocomoff" href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=6001802459037917617#_msoanchor_7">[DE7]</a>El mito del Hombre caimán de PlatoBarrabás Ramónhttp://www.blogger.com/profile/18153138042325254188noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-6001802459037917617.post-44680026577787913162009-11-13T11:03:00.000-08:002009-11-13T11:05:11.408-08:00EL DIVINOCapitulo I<br /><br />Un saludo a mis lectores. Soy el hijo de un alma egipcia y un padre nórdico fantasma, quienes me bautizaron con el nombre propio de Divino, cuando nací hace muchos años en lo más profundo de lo recóndito de este mundo, en medio de una tempestad de sueños que se estrellaban contra las leyendas como si fuese un enfurecido mar, apenas alumbrado por un lejano faro intermitente.<br />Desde entonces, recorro libre media tierra, pues los espectros del más allá de mis fronteras occidentales no lo permiten. Pero eso no quiere decir que no tengamos alguna relación comunicativa, pues a ellos les agrada ver la vida de nosotros que vivimos tan lejos, y una narración de exótica manera de vivir agrada tanto a ellos como a nosotros los de por acá. Mejor les explico: escribo para que nos lean los que nunca nos han visto, ni tendrán la oportunidad de venir a conocer nuestros paisajes y personajes, que como yo, tienen su doble entre sus mitos y leyendas; que, por convenios no muy claros: ni uno puede ir, ni ellos venir. Así de fácil, mis queridos lectores de todas partes se convierte el trasegar, en una rutina de mi vida que perdura. Para que tengan una idea concreta del contenido, y la estructura de lo narrado, dejando el debido margen para que agreguen sus respectivas obsesiones y objeciones, si es que las tienen, o si no, que se apruebe para que quede constancia en sus recuerdos gratos y brille, en cada una de las conciencias, la luz antineblina. Eso es lo importante.<br />Para contar hay muchas cosas, desde luego que sí. Y contaré tratando de mostrar no más lo que veo, dejando a la conciencia de ustedes el juzgar y el opinar de lo observado por mí. Si quieren, porque tema les doy; y ganas de leer, eso si que no se puede porque es un asunto muy habitual y se debe respetar la inapetencia. Porque no hay cosa más dañina al cerebro, que obligarlo a leer sin el gusto y sin la habilidad de ayudar al narrador; peor, la posición enérgica de que se tiene la verdad de los hechos inventados por otro.<br />Ya en el terreno del mundo de los que viven la vida atada a constituciones y leyes, vamos haber que se ve. Haré un sobrevuelo, no por el bosque sino por este poblado a orillas de este río grande y de buen caudal que, me parece, ese es un asentamiento humano que puede tener algo interesante para ver de cerca y por supuesto cosas que narrarles. Porque de eso se trata.<br />Se ve que las calles no obedecen a ningún trazado en busca del paramento uniforme, más bien parece una desordenada red tirada a la orilla de un caño que desagua en el río que le pasa más abajo. Los techos de las casas son de palma con gorra de latas de cinc en el lomo; otras, muy pocas, de material para pegar ladrillos cocidos. Los árboles están en los patios, algunos de ellos sacan sus ramas a las vía angosta para sombrear y de paso conversar con los vecinos. De los edificios que veo desde arriba, hay uno que sobre sale a la distancia, por la cúpula deduzco que es el templo. Desde las afueras veo dos tanques enormes de metal, al parecer sus emanaciones, se trata de petróleo o sus derivados. Hay un puerto de canoas de todos los tamaños amarradas a un barranco que le pueden decir albarrada o atracadero. Que también es mercado.<br />Desciendo en círculos y ya puedo ver a sus gentes caminar. Por la arena de los senderos peatonales puedo asegurar sin temor a equivocarme, que hace mucho no cae un agota de agua desde las nubes, diferente al rocío de la mañana.<br />Ya se escucha el ladrido de los perros, el canto de las lavanderas al compás de los garrotes con los que sacan violentamente mugre de la ropa costosa, y se escucha el trinar de los pájaros, que entre otras cosas, abundan en especies por estos solares tropicales. Deben ser más de la nueve de la mañana, porque ya me queda difícil ver el sol y es que me molesta; me agrada más andar de noche. Salgo a esta hora por mero compromiso y así poder contar lo que a esta hora se ve.<br />Alcanzo a ver el interior de una habitación que da a un patio que me llamó la atención, me acerqué. “No es posible” me dije con disgusto “haciendo el amor a ésta hora”. ¡Ya! Debe ser una infidelidad, pero no lo puedo asegurar todavía, si es que me quedo en este pueblo. El hombre es blanco tirando a rubio, y ella es morena moviéndose con franqueza sobre la cama de soltera, pues apenas caben. De maldad o picardía: les cerré la ventana con brusquedad; me imagino el susto. Seguí sobrevolando como si nada hubiese visto.<br />Hay una casa que llama mi atención porque es muy diferente a las demás. Es alta, de ventanas grandes con rejas bien hechas, puertas bien labradas por las cuales ningún humano, por muy alto que sea, necesita bajar la cabeza. Pero tiene además unas figuras arabescas de adorno semejante a toldas de Babilonia sobre los marcos a manera de capitel que sobresalen, y en verdad que adornan esos relieves de ribetes a manera de moño arquitectónico. “Aquí hay billete” concluí. Aunque en todas las familias adineradas, –dicen los que saben – pasan por las mismas aventuras, vamos a mostrar si en ésta se cumple, pues en las casas de pobres, ¡vaya que si hay problemas que contar!<br />Para no armar alharaca, asumí ser ave nocturna dormitando desde lo alto de un frondoso árbol llamado: palo silvestre de naranjuelo, y que está en una esquina del patio. Esas frutas deben ser venenosas, porque las aves no las comen. A la sombra de él, en un corral mal hecho con maderas y pencas viejas que rodean la raíz, puedo ver unas tortugas en cautiverio a las que le dicen “morrocoyo” y según las creencias, traen fortuna; pero lo cierto es que la suerte de tenerlas es porque siempre hay comida. Porque de ser irrefutable, no hubiere tanta pobreza como huele desde arriba. La carne de esta animal de la especie de los galápagos, es de un sabor agradable; pero dolorosa su muerte: aún en la olla hervida en que se cocinan todavía tiene contracciones sus músculos. Por esta razón, en tiempos de los bucaneros del Caribe, se comercializaban a buen precio porque podían quitarles partes a las tortugas y no morían, lo que significaba tener carne fresca en los largos recorridos por el mar, a falta de refrigeradores de los que hay hoy.<br />Como les dije, en esta casa hay dinero. Hay un establo para alojar bestias de jinetear y por los arreos, pues confirman el poder económico de la familia. Además, hay un remedo de jardín consistente en varias bacinillas viejas con arbustos ornamentales; ya que la falta de acueducto domiciliario y la misma región árida no permite tener un jardín de lujo como lo intentan tener aquí. Se me había olvidado decirles: en el patio hay una casa de palma que sirve de cocina, es independiente de la casa grande y señorial. De ahí escuché unas voces femeninas que salían. Conversaban y reían.<br />– ¡No van a mandar echá el agua!<br />Escuché que decían desde la calle. Me asomé, y vi un hombre montado en un burro, de unos cincuenta años y vestido con harapos de trabajo.<br />– Es Mardoqueo, <a style="mso-comment-reference: DE_1; mso-comment-date: 20090504T1025">Niña</a><a language="JavaScript" class="msocomanchor" id="_anchor_1" onmouseover="msoCommentShow('_anchor_1','_com_1')" onmouseout="msoCommentHide('_com_1')" href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=6001802459037917617#_msocom_1" name="_msoanchor_1">[DE1]</a> Felipa –informó una joven que salió a ver quién ofrecía los servicios de echar el agua que traían del río.<br />– Ya salgo; dile que me espere –habló una voz de matrona, la de la Niña Felipa. Quien salió regando unas matas mientras se acercaba al portón que da a la callejuela. Es una señora de más de cuarenta años, cuyo cabello suelto y abundante cubre una espalda ancha, y es elegante, como todas las señoras que llaman de <a style="mso-comment-reference: DE_2; mso-comment-date: 20090504T1035">asiento</a><a language="JavaScript" class="msocomanchor" id="_anchor_2" onmouseover="msoCommentShow('_anchor_2','_com_2')" onmouseout="msoCommentHide('_com_2')" href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=6001802459037917617#_msocom_2" name="_msoanchor_2">[DE2]</a> Calza chancletas y viste una bata de levantar para irse a bañar. Es alta y de manos muy finas y bien cuidadas. Llega hasta el portón, mira al hombre con una sonrisa educada para contestar los buenos días y le dice tapándose la boca con una toalla, disimuladamente:<br />– Me trae tres viajes de agua, pero si saca el agua del centro del río; si no, no me traiga nada.<br />– De la misma mitad, Niña Felipa, yo soy serio, y usted sabe.<br />– Ya veré. ¿a cómo el viaje?<br />– Le vale un poco más; usted sabe.<br />– ¡No señor!. Ustedes deben sacar siempre el agua de la parte limpia, déjese de vivezas que Dios castiga.<br />– Bueno, usted es la que manda, ya le traigo los tres viajes y le cobro lo mismo; pero le agradezco me regale un vaso con agua.<br />– ¡Juanabel! Hazme el favor y le traes un vaso de agua a Mardoqueo en el vaso limpio, tú sabes cuál es.<br />El hombre bebe con ganas, devuelve el jarro de peltre a Juanabel, se monta nuevamente y puya el burro. A lo que la señora Felipa ordena hacer con el jarro:<br />– Lávalo con agua hervida de una vez y lo pones al sol, y te vas a ver si Mardoqueo trae el agua del centro del río. Pero que no se de cuenta. O si ves a la nena, la hija de Pedro mi hermano, por los lados del caño, que le eche un ojo. ¡Apúrate!<br />El que se fue primero a ver si Mardoqueo cumplía fui yo. Lo distinguí entre varios aguateros montados en burros y burras, aunque también los había de a pie con sus balanzas en cuyos extremos cuelgan dos grandes calabazos. Unos iban livianos y otros venían cargados de agua. Mardoqueo llegó hasta el puerto, buscó la sombra de un árbol de camajón, amarró su burro, bajó las ánforas vegetales y las depositó en una canoa. En ese lugar de mercadeo público y punto de entrada de salida fluvial, hay gritos esporádicos de vendedores ambulantes como en cualquier parte, hasta donde yo conozco, ofreciendo los productos de la región como anunciando a los lugares para donde han de zarpar las lanchas, las que salen siempre a la hora exacta: “Ya casi, no más falta que se llene” dice el chalupero, que es como se le dice al conductor que maneja las chalupas, naves de poco calado impulsadas por el remo y lata. No sé que se me hizo Mardoqueo. A la que vi fue a Juanabel hablando con un flaco moreno que parece ser su novio que vende mangos; no creo equivocarme, la risa permanente de ella la delata. No tiene más de veinte años la pareja.<br />Buscando a Mardoqueo en el puerto, dejo de ver a Juanabel. Me siento algo frustrado y regreso al árbol de naranjuelo a seguir viendo los quehaceres de esa casa que he mostrado en parte, y que me ha llamado mucho la atención.<br />La señora Felipa está en una ceremonia preparatoria a su baño diario, por lo que veo de ella. Una joven de menor edad le lleva el agua que antes ha puesto a hervir para que le de el sol.<br />– Rosario, llévame el agua esa que ya boy a entrar a bañarme –le dice la señora distinguida y ama de la casa grande señalando la olla grande que está en la mistad del patio.<br />El baño, a un extremo del solar, es una caseta de tablas de un poco más de un metro cuadrado, cuyo techo metálico está protegido del viento con una piedra de buen tamaño en cada esquina. En su interior, hay un banquito de piedra en donde se sienta la señora para su rito que dura una hora. Primero se cerciora por entre las rendijas que no haya mirones, mira hacia arriba, me ve y me hace mala cara, y queda apenas con una bata ligera. Parece que nunca queda desnuda. Ahora canta una canción patriótica popular con la que conmemoraron la independencia de España. Digo yo por la letra que escucho. Lo cierto es que canta bonito y con dulzura.<br />–¡Niña Felipa, no hay sal! –grita bonachonamente la cocinera en jefe, María Toro, desde la cocina.<br />– Cuando venga Juanabel, la mando para que le pida al señor Aristóbulo los dos centavos y compre una libra. ¿No ha llegado?<br />– ¡Ya llegué, Niña Felipa!<br />– ¿Te fijaste bien si es agua del centro del río?<br />– Si señora, para allá salió en una canoa, yo lo ví.<br />– Bueno, ve y pídele a don Aristóbulo para la sal. Debe estar por los lados de la Alcaldía, o donde don Pacho. Tú sabes ya dónde buscarlo, ve mijita.<br />Este detalle me impresionó, ¿será un símbolo para demostrar que es el que mantiene la casa y haya que hacer ese ceremonial cada vez que falte el alimento básico?; pero veré, veré. No pudo afirmar nada.<br />En esas estaba, cuando salió al patio un niño de aproximadamente cinco años, su cabello es blanco y liso, delgado de cuerpo y se agachó a jugar con la tierra. Quise estar cerca y me volví palomo, pues hay un pie de cría de más de treinta, y es de la europea, así que me acerqué al menor. Desenterraba una lombriz de tierra desde su posición en cuclillas. La observaba detenidamente, tanto que parecía un científico anciano; de pronto, mirando hacia la caseta de baño gritó:<br />– Mami, ¿las lombrices pican?<br />En ese momento entraba Mardoqueo con el agua por el portón y le contestó al niño, que se llamaba Angel.<br />– Si pican pero en el borde del culo, nene.<br />– ¡Mardoqueo! ¡hazme el favor y respetas! Esta es una casa decente –dijo con furia doña Felipa desde el baño y agregó –no faltaba más, ni mi marido es capas de una vulgaridad para que venga usted con esas groserías con el niño. ¡No señor!<br />– Ay, niña Felipa, si es verdad…<br />– ¡Ya! Déje el agua en las tinajas y viene a la nochecita por la plata.<br />– Niña Felipa, don Aristóbulo dejó para el agua los tres centavos, están en la repisa del comedor.<br />– Bueno, Rosario, dáselos y que no vuela más nunca. Y te lavas las manos con jabón de bola.<br />La señora salió a vestirse a su aposento muy privado, donde hay un escaparate lleno de ropa femenina. Al lado, en una mesa de ceiba cubierta con un mantel de blanco curtido por el tiempo, hay una especie de altar con muchas estampas, candelabros, flores y por supuesto un crucifijo en la mitad rodeado de imágenes de yeso de vírgenes y santos. Al fondo, otro escaparate. Una cama nupcial, dos mecedores viejos, un baúl rústico de viaje y otro de abolengo. Una hamaca guindada de una argolla, cae pegada a la pared de un extremo, y enrollada sobre sí misma en espera de su uso tropical. Hay una escupidera de plata. Hay en el ambiente un aroma de tabaco de mujer, revuelto con perfumes, parafina y orines de murciélago. Hay fotos de dos bellas jóvenes, de las que supe, estudian en la ciudad de Robledo en un colegio de monjas. Claro, no estaba equivocado, en esta casa sí hay billete, les repito; porque mandar a estudiar a dos niñas a un colegio de monjas católicas, es porque hay con qué pagar. Ellas se llaman: Lucrecia, la mayor, y Bonifacia, y el que les sigue Romualdo Segundo estudia en la capital del país en el mejor colegio de bachillerato. En la capital provincial estudia José, dos años menor que Romualdo. En Barranquilla, está estudiando Darío Federico, también dos años menor en el orden que los estoy presentando. Luego siguen Alvaro y Rosa, que estudian en la escuela de la señora Marina Renal, pues apenas están en los estudios primarios. Y el último es Angel que aún no ha salido a estudiar a ninguna parte; pero por lo que veo, estudia más que todos. Su mamá le enseña las oraciones, y lo que quiere saber, lo pregunta sin ninguna clase de prevención. Por esa razón y no por otra más me interesé en quedarme en esa casa, porque para mí ha sido también punto de aprendizaje. ¡Porque ese niño lo pregunta todo! Puedo ser que un Divino de naturaleza, como lo soy yo y la gente crea que me las sé todas; pero eso era antes que se dominaba todo el saber de los humanos, y lo que no se sabía se inventaba con algún subterfugio místico. Ya eso pasó a otro nivel del conocimiento, para que lo vayan sabiendo sino lo saben. ¡No se preocupen! Vamos a aprender entre todos en la medida que se pueda; y si no puedo ayudarlos; ese no es mi compromiso fundamental: simplemente quiero mostrar una manera de vivir de una comunidad caribeña, en medio de las dos grandes guerras mundiales, y por lo que he visto hasta ahora, parece que apenas están a principios de siglo, pues el atraso se vive, se siente la ignorancia está presente.<br /><br /><br /><br /><br /><br /><br /><a name="_msocom_1"></a><br /><a class="msocomoff" href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=6001802459037917617#_msoanchor_1">[DE1]</a>Niña: término cariñoso y de respeto para las señoras ams de casa.<br /><a name="_msocom_2"></a><br /><a class="msocomoff" href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=6001802459037917617#_msoanchor_2">[DE2]</a>Dama de asiento: señora que no trabaja dada su posición social.Barrabás Ramónhttp://www.blogger.com/profile/18153138042325254188noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-6001802459037917617.post-19654265637269257092009-11-13T08:57:00.000-08:002009-11-13T09:00:52.474-08:00A LOS AMIGOS DE INTERCUENTOSamar, abril 9 de 2009<br /><br />Amigos de Intercuento.<br /><br />Reciban mi cordial y alegre saludo con la presente nota.<br />¡Ah!, noche aquella, a la luz de las luminarias literarias, que caminaba por las calles de mi conciencia, y por callejuelas estrechas de mi voluntad armado con mi pluma como lanza en ristre por lo que pudiera suceder.<br />Les digo amigos del taller de Intercuentos, que hube de pasar, pasado el quiebre de las doce, por ése lugar de trabajo. Como vi en el interior una luz encendida, pensé que alguno de ustedes estaba allí, o varios armando la red para salir a pescar palabras o argumentos, a lo bien temprano. Como la puerta estaba apenas abierta me dije: entro y saludo para seguir mi camino.<br />Cuando pasé el umbral de los prólogos, además de la sorpresa de no ver a nadie, me asusté al escuchar un lejano coro de lamentos. Inmediatamente se prendieron las alarmas de control y miré detenidamente a mi alrededor, porque puede suceder que haya sido profanado el lugar; pero al ver todo en el mismo lugar deduje que fue un descuido del último en salir que no cerró con el debido cuidado. Volví a escuchar los lamentos, y no me dio miedo, más bien confusión y pensé “a no ser, que sea política de la escuela narrativa dejar las puertas abiertas y no me haya enterado de la normatividad del lugar de trabajo. Pues los nuevos somos así: entramos desorientados, asustados, produciendo suciedades; aunque en la vida de los seres vivos hay el llamado desperdicio biológico, en nosotros, en nuestro particular mundo, también existe el desperdicio narrativo. No todas las semillas, todos los óvulos, mejor dicho: todas las células reproductivas llegar a Ser, algo en la vida. Lo masculino narra, y lo femenino lee, se encuentran amorosamente y editan la obra, que si está bien criada como educada, pasa como Pedro por su casa a la posteridad, o al deleite pasajero de la ama de casa, o a los tenebrosos anaqueles de la inadvertencia”.<br />Cuando me di cuenta que no había nadie, caminé por todos los espacios los que, como ustedes bien saben, los hay en un orden meticuloso, como otros en un completo de desorden de metáforas y oraciones regadas por todas partes. El llanto lastimero no era otra cosa que alguien había dejado destapada la tinaja que contiene llantos del siglo diecisiete. La tapé y seguí observando el reguero de palabras y verbos regados. Descubrí, con asombro, que las palabras malas les pegan a las candorosas; que hay palabras que sufren por el olvido absoluto; y lo más grave, me enteré que en el sótano había una orgía con una música estrepitosa, pues al parecer alguien dejó una caja de viagra a la vista de todos, y al mirar por una rendija, vi como perseguían a una bella e inocente margarita, dos grandes moscardones.<br />En ese instante, escuché que llamaban a la puerta. Corrí a atender, pues el que toca, no es de la casa, deduje. Era un personaje que me habló como si me conociera: “¿No necesitan personajes aquí para desempeñar algún pape, señor?l”. “No señora, aquí, hasta donde yo sé, todos los artesanos traen sus personajes” le dije. “Es que a mi me crearon con tres senos”. “Entonces, –le hablé así- debe mejor hablar con su autor, o si lo desea, someterse aquí a un cambio extremo de su físico, y a una mutación sicológica de su carácter; aquí hay expertos que la dejan como nueva”<br /><br />Con una expresión de frustración me ha dicho esa extraña mujer al escucharme: “Definitiva y francamente, yo soy de esos seres con poderes sobrenaturales que solamente existimos en las mentes de quienes nos necesitan”. Tomó su escoba, y se elevó, volteo para despedirse, con tan mala suerte, que tocó al mismo tiempo los cables de, alta imaginación y corriente alterna que llegan al trasformador del taller. Inmediatamente hubo una explosión y el fluido se suspendió.<br /><br /><br />Volví al sótano. Así como no puedo leer todos los cuentos que deambulan por el taller en paños menores, toqué insistentemente y no me abrieron los que alegremente se divertían. Salí, muy impresionado y decepcionado. Al otro día, encontraron en la calle el cadáver de una lechuza.<br /><br />David Escobar GómezBarrabás Ramónhttp://www.blogger.com/profile/18153138042325254188noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-6001802459037917617.post-75700629014523138192009-11-13T08:55:00.000-08:002009-11-13T08:57:52.351-08:00EUFEMIAEUFEMIA <br />Dedicado a mi amigo Alejandro Saravia.<br />Por: David Escobar Gómez<br />Hace muchos años, antes de que el mundo conociera la televisión, vivía en una aldea ganadera a la orilla de un río de aguas mansas, una familia propietaria de un buen lote de ganado. Tal cantidad, suficiente para ser considerados como los más ricos de la región, la misma que les permitía tener cuatro hijos estudiando en la ciudad más cercana a setecientos kilómetros de distancia. Cuatro hombres, atléticos e inteligentes muy sanos de cuerpo y mente, eran la esperanza de la comarca. Se esperaba que ellos tuvieran la facilidad de transformar la economía pastoril que los mantenía apartados de los grandes inventos de la Humanidad. Había una hija, la cuarta en el orden de nacimiento, llamada Eufemia, quien no consideraban merecedora de estudiar por dos razones: una, que no era costumbre darles educación a las mujeres, y segunda razón, porque la pobre era extremadamente fea. No obstante, sus padres estaban en la lista municipal de las personas con buen porte y distinción. No se explicaban, entonces, cuál fue el ancestro que había determinado que Eufemia tuviera un cuerpo desproporcionado y ningún rastro físico atractivo.<br />A pesar de la fealdad de Eufemia, su padre la consentía y le daba mucho cariño; la madre le tenía lástima y los hermanos ni la registraban.<br />Cuando su padre se sentaba en el porche de la casa en su mecedora, cuando ordenaba a sus trabajadores que le pasaran el ganado escotero por frente a su casa, era normal verlo con su hija sentada sobre sus piernas y un vaso de ron en la mano, hablándole con cariño:<br />– Hija, tú puedes ser fea, pero ese ganado es tuyo, y habrá quien te valore.<br />En el mismo sitio, cuando quedaba sola, su madre la sentaba en un mecedor más pequeño y le ponía un antifaz para que los niños de la escuela que pasaban todos los días no se burlaran de ella.<br />Al pasar los años, la niña fea fue creciendo desmejorándose más, pero al mismo tiempo, cada día cantaba con una dulzura tal, que hasta las mismas vacas se detenían a escucharla. Canto que se opacaba cuando llegaban sus hermanos de la universidad, quienes borrachos, armaban parrandas estrepitosas y las que casi siempre terminaban en insultos. Lapso en el cual la hermana solitaria inundada en su misma tristeza dejaba de cantar y, sin que nadie lo hubiera notado, dejaba de llover en la región y coincidió además con la irrupción de una guerra civil que duró novecientos noventa y nueve días, en la que murieron dos de sus hermanos. Murió el padre, sus otros dos hermanos se casaron y se fueron de la casa. Entonces, Eufemia quedó con su madre en la casa solariega cantándoles indiscriminadamente a todos los seres, en especial a las pocas vacas que quedaban y a cuanto ser vivo podían escuchar las bellas melodías de su preciosa expresión, y, como siempre, al otro día llegaba la lluvia y las flores silvestres agradecían. Una tarde de diciembre, mientras cantaba Eufemia, vio que dos jinetes montados en inquietos corceles se detuvieron a escucharla. Eran padre e hijo, ganaderos de otra región que estaban comprando ganado, y al escuchar cantar a Eufemia, quedaron anonadados. Eufemia apenada, dejó de cantar y entró a su habitación donde lloró otra vez su desgracia. Dejó de llorar al oír que llamaban a la puerta y salió aún con las lágrimas que le salían en dos direcciones diferentes.<br />– ¿Qué se les ofrece, señores?<br />– La escuchamos cantar, y queremos saber si usted tiene marido –habló el padre.<br />– No. ¿Por qué?<br />– Porque siendo yo ciego de nacimiento, estoy seguro que seré el hombre más feliz del mundo si usted acepta ser mi esposa, estimada dama –dijo el joven.<br />– Apenas sé que es un hombre que no puede ver; si viera, con seguridad cambiaría de parecer, caballero.<br />El joven no contestó. Se acercó a su cabalgadura y tomando su violín, con las cuerdas que vibraron de amor, le dedicó una bella melodía que escuchó una vez interpretar a unos campesinos de los Alpes.<br />Al otro día, en medio de un torrencial aguacero, el ciego sacó a Eufemia de su casa para llevársela para siempre. Sin embargo, a la semana siguiente, al mediodía, el cielo pareció nublarse sin escucharse el canto llamador de la preciosa voz y una nube de langostas cubrió los pastos y las cementeras.<br />Y así Eufemia, se convirtió en la esposa de un gran violinista, con el que se fue a vivir a Nueva York con la esperanza de dejar a sus descendientes en mejor pasto. Dejó de llover y la sequía en la región ancestral trajo el hambre y la desolación.<br /> FIN<br /><br />Samar, marzo de 2009Barrabás Ramónhttp://www.blogger.com/profile/18153138042325254188noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-6001802459037917617.post-50002226272585573142009-11-13T08:47:00.000-08:002009-11-13T08:55:05.681-08:00LA GENERALALA GENERALA<br />Por David Escobar Gómez<br /> El veterano de guerras civiles, coronel Jeremías Escobar Ordóñez, se levantó una mañana de su hamaca y se puso a caminar por el patio de su casa junto al mar, después de haberse tomado un taza de café sin endulzar, hasta detenerse en el callejón que sirve de cámara de aire y división con la casa del vecino. No estaba muerto, estaba quieto, suspendido en el pensamiento.<br />Permanecía inmóvil el geronte con las manos metidas en los bolsillos de la bata raída que fue morada, de pie, como un maniquí y con la mirada fija en unas matas de capacho recién regadas que no pasaban de sesenta centímetros.<br />Desgarbado, canoso menos en la nuca, flaco con el culo chupado y las piernas abiertas, rasgos ciertos y precisos que indicaban que le había llegada la vejez de conformidad. Ese presente de quietud pensante, posiblemente, tiene que ver con sus andanzas por los burdeles del Caribe, o con las batallas por la independencia del litoral. Parecía, por su rara calma, que se hubiera quedado enredado en el tiempo sin poder hacer nada para seguir viviendo. Pero está viendo y pensando al mismo tiempo, ¿qué?. Tal vez recordando una parada militar, o esperando firmes la hora de la verdad como buen soldado de la insurrección. Al menos antes, cuando estaba en iguales circunstancias meditadas, solía exclamar algo alusivo para concluir y regresar en sí, como una ocasión que dijo: “el amor hace al ser un violento o un pendejo”<br /><br />Quizá mira un sapo grande que se la pasa por ahí, supuso su octava esposa Matilde desde la cocina donde lo tenía en la mira en ese momento, recostada en un taburete al horcón de la cocina; pero concluyó con puya: a éste como que se le pegó el zoom.<br />Matilde dejó la taza de café en una mesa y se levantó a cambiarles al agua a los pájaros, los que colgados en sus jaulas, protegían de fantasmas la casa que hacía de cocina ahora, porque años atrás, servía de armería y con sus cantos incitaban a la guerra. Cuando le dio la vuelta a la casa, de jaula en jaula, la esbelta morena con cabellos caoba a la cintura vio, que su compañero continuaba en la misma posición de silencio y recordó cuando conoció al coronel. Estaban en el baile de cumpleaños de Casimiro Porencima, y él le preguntó si era señorita y ella le contestó: “Ningún hombre, coronel, a puesto la mano en donde no más ha llegado la mía enjabonada” Desde ese día han vivido juntos. En esas cavilaciones estaba, cuando vio que había girado su cabeza no más y la miraba fijamente con esos ojos azules que pese a amarlo, aún la asustaban, pues es una mirada fría y penetrante encuadrada en un rostro rojizo arrugado salpicado de escaras y cruzado por un blanco bigote espeso que se afinaba constantemente. Como en este momento lo hacía con las yemas del índice y el pulgar de la mano derecha.<br /> Ya han pasado dos años de estar viviendo en grata unión.<br /> Matilde se entretiene viendo una bata de baño de levantarse raída, descolorida, y unas piernas escuálidas bastantes blancas que terminan en unos huesudos pies metidos en unas cansadas babuchas apachurradas. Unas burbujas de pesar le subieron por la garganta y al explotar, le bajó un líquido acre receloso. Al fondo, en dirección al mar, cuando Matilde ve pasar una fragata sin rumbo fijo que vuela sin delatar su intención, siente entonces una corriente en el entrepellejo de la cabeza que, viniendo de la cerviz, le recorre por el pegue de los occipitales y se posa entre ceja y ceja; la misma sensación de ira que se le presenta cuando quiere saber alguna cosa de las anteriores esposas del hombre al que le ofreció su virginidad esa noche inolvidable.<br />Un gallinazo llegó y se posó en el esqueleto de un árbol callejero que murió como nació: enterrado en la calle, junto al portón. En ese momento, un perro aulló de manera lastimera.<br />Las dos miradas se encuentran en la estricta mitad de la distancia conyugal y del destino, por donde una trinitaria adorna la mañana con colores blancos y rojos, entreverados. Y como en un duelo, cuando ambos jugadores de la vida se alistan a no dejarse matar, posiblemente, o dejarse por no tener el valor de eliminarse, esperan.<br />Matilde, después de largo rato, al no poder sostener esa fría mirada y por tener muchas cosas que hacer, se le acercó y Jeremías no se inmutó. Seguía mirando en la misma dirección como si Matilde no existiera, o si todavía estuviera sentada en el taburete. Tenía la mirada puesta en el pasado. Los dedos de la mano derecha del cansado combatiente continuaban rozando los pelos testigos de muchas pasiones. Cuando dejó de aullar el perro, Matilde, sin querer iniciar un duelo amoroso lanzó al aire una pregunta que dio exactamente en el blanco del tormento:<br /><br />– ¿Qué te pasa, Jeremías? –le dijo preocupada. Consulta que le llegó a Jeremías en toda la mitad del recuerdo porque no era la primera vez que la escuchaba de ella y como si estuviera viéndola hace veinte años desnuda sobre la cama destendida, inicio la respuesta en una voz apenas perceptible pero grave:<br />– Mejor es que te vayas y no vuelvas nunca –le contestó con rencor, pero aún con la mirada perdida en lontananza.<br />– ¿Por qué razón? –le reprochó la mujer acercándose lentamente.<br />– ¡Porque el bigote me huele a tigre –le dijo alzando la voz y terminó mirándola con odio para rematar su advertencia- y yo mismo me tengo miedo!.<br />– ¡Entonces el que se va eres tú, viejo hijo de puta! –le dijo ella decidida y sacando un revolver debajo de sus enaguas se lo descargó integro en el cuerpo de héroe rencoroso.<br />– Así paga la mujer mentirosa que le perdoné la vida –las últimas palabras las pronunció con la cabeza en medio de los capachos y se quedó quieto para siempre.<br />– Seguro te contó el sapo de Casimiro que estuvo hasta tarde hablando contigo anoche; ¡pero sí, era virgen como lo soy todavía!: me decían: Matilde “la chiquitera”–habló y accionó por última vez la manzana del arma apuntándole a la espalda, pero se escuchó el añorado “Clik”. No hubo necesidad de rematarlo y agregó:– yo te dije que era una mujer meticulosa.<br /> FINBarrabás Ramónhttp://www.blogger.com/profile/18153138042325254188noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-6001802459037917617.post-42934211803292891952009-11-13T08:45:00.000-08:002009-11-13T08:47:54.813-08:00ABEL BALLESTASABEL BALLESTAS<br />Por David Escobar Gómez<br /> Abel Ballestas, es el hijo de Romualdo Ballestas, un prestigioso ganadero y dirigente político de la población Plato, a quien el poder le permite mandarlo a la capital a estudiar.<br />Es tan alto su nivel social en el que se desenvuelve, que se enamoró locamente de la hija de un señor que llegó a ser presidente, Marco Fidel Suárez. Motivo que lo obligó a ir a su natal villa por la Fe de Bautismo para arreglar matrimonio con la dama de alcurnia.<br />No se sabe con certeza que pasó, pero Abel se enamoró ciegamente de una joven de menor condición y no regresó jamás a la gran ciudad. Su padre murió y lo que dejó en herencia, todo se lo bebió.<br />Arruinado, y de muy poca voluntad o que no se pudo adaptar a vivir de otra manera, no le quedó más que vivir de su intelectualidad. Componía versos y dictaba clases de castellano. A veces, por compasión, lo nombraban en la alcaldía en un cargo bajo. También se le veía cruzar el río para ir al pueblo vecino de Zambrano a hacer escrituras y cartas de amor, y casi siempre, lo que ganaba lo gastaba en ron.<br />Un día de esos, en Zambrano, se pasó de tragos y quedose dormido en un andén. Unos jóvenes, borrachos también, jugando con su honor, le derramaron clara de huevo en las nalgas parar que cuando se despertara creyera que había sido violado.<br />Más triste quedó Abel. Cual bestia herida arrastró su pena hasta llegar a su casa y quedó sumido en una gran depresión.<br />Sus amigos se enteraron de todo lo sucedido y fueron a animarlo para decirle lo que en verdad había acontecido, eso sí, ron de por medio, y lo lograron. Abel mejoró su estado de ánimo, pero a su rencor le puso letra, y compuso el siguiente verso:<br /><br />ELEGIA A ZAMBRANO<br />Zambrano pueblo maldito,<br />pueblo vil y asqueroso,<br />paupérrimo y perezoso<br />que del mapa estas proscripto<br /><br />Por qué, por qué tan ufano<br />por dos casitas de teja<br />porque vendes ropa vieja<br />¿Te crees ricacho Zambrano?<br /><br />Acaso porque vapores<br />llegan a tu triste puerto<br />y a camino te ha abierto<br />ante tus pueblos mayores<br /><br />Porque Rojas sea sacristán<br />y Alarcón sea rezandero<br />te crees pueblo puñetero<br />¿Que tus hijos progresarán?<br /><br />Confórmate con tu suerte<br />y ya no aspires a más<br />porque tú siempre serás<br />pueblo vil, asqueroso e inerte.<br />Abel Ballestas 1945<br />Esta poesía causó mucho revuelo en los dos pueblos desde cada orilla de los acontecimientos, desde luego: humillación y risa.<br />Fue tal la indignación de los zambraneros, que la primera vez que fue a ese pueblo después de la afrenta simulada, lo arrestaron por haberse atrevido a tan ofensiva rima.<br />. Cuando en Plato se enteraron, una comisión de plateños abogó por él, y por supuesto lo sacaron del cadalso.<br /> Abel, hombre humilde y sencillo, es llevado en hombros por la calle principal de su pueblo natal en un recibimiento apoteósico de restauración o desagravio. Quien sabe cuantas poesías quedaron olvidadas para orgullo de los plateños; porque de Abel, del pobre profesor Abelito, no más quedó en el recuerdo su venganza poética del que pudo ser el yerno del Ejecutivo, y no la víctima de la infamia y la degustación alcohólica.Barrabás Ramónhttp://www.blogger.com/profile/18153138042325254188noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-6001802459037917617.post-64329874351304757252009-11-13T08:42:00.000-08:002009-11-13T08:45:45.684-08:00ADIOS LUZ, QUE TE GUARDE EL CIELO- EUFEMIAADIOS LUZ, QUE TE GUARDE EL CIELO<br />Un alarido de terror de un hombre torturado por una pesadilla, pasadas las doce de la noche, despertó a Florylana y sus vecinos del barrio La Paz. No era la primera vez que a su marido Cólor Majagua, un hombre de cincuenta años, lo despertaba ese mismo sueño que como una rémora enquistada en sus recuerdos de sangre y droga, lo alborotaba cada vez con más frecuencia su tranquilidad aparente. Florylana, a pesar de la continuidad, ya sistemática y horario definido, se alteraba como si fuera la primera vez que la sacudía convencida que iba quedar involucrada por ese sueño malvado de alguna manera, del que nada tenía que ver y sumisa cual oveja, obediente y leal, la mujer prendía a esa hora de la noche la luz del cirio, especialmente adquirido para alumbrar esos despertares de sobresalto y angustia sostenida por el temor; y con aquella dulzura que rayaba en el llanto seco, le dijo esta vez: “¿Soñaste con el patrón?”, a lo que contestó temeroso él: “Si, mija, con el primo Pablo.” Entonces casi llorando agregó la mujer: “Tienes que hacer algo, porque nos va enloquecer desde donde esté. Mándele decir varias misas, te estoy diciendo hace días” y pensaba: “lo va a volver loco”. Contestó: “Por ahí no es la cosa. Yo sé donde está, mujer, no insistas que está en el Purgatorio, porque me habla desde un lugar donde la candela apenas le llega a la cintura. Y eso no es de misas. ¡Dizque lo saque, me dice siempre!”.<br />Florylana le provocó decirle que su primo estuvo en vida acostumbrado hacer con su riqueza lo que le daba la real gana, hasta cambiar la Constitución nacional. Pero que ya muerto la situación era distinta, más bien debía someterse al rito de los muertos; pero se contuvo en decirlo y agregó para sí: “Ese fue un hombre muy perverso y a éste lo va a enloquecer”. Cólor fue testaferro de Pablo, y el mismo que le consignaba en sus cuentas de los bancos de los paraísos fiscales.<br />Sentado sobre la cama, aún respirando exaltado por la violencia del repentino despertar, Cólor temía seguir durmiendo. Estaba seguro que su pariente había quedado rondando y le exigiría, con su característica arrogancia, que lo liberara del tormento. Cuando empezaron a pasar las primeras motocicletas, al amanecer, el sueño bueno lo arropó y lo acompañó hasta que Florylana le despertó con el aroma de un café. Se levantó luego con la viva agonía del encargo dispuesto a enfrentar lo que no había querido. Salió para donde su jefe inmediato Dulibrondo, quien es el Secretario General del Primer Ministro y además de haber sido parte de la organización de Pablo, los unía un parentesco de sangre “O” negativa. Cólor estaba convencido, que al hablarle a Dulibrondo de su problema que lo estaba enfermando, perdería el control de su reciedumbre; pero se equivocó. Narró con todos los arreos y campanitas, con los gritos y el crujir de la leña infernal que había escuchado desde que empezó el llamado de salvación de esa alma, hace dos<br /><br /><br /><br /><br />meses. Pero más le sorprendieron las palabras de su corpulento y gordo jefe, el que como intelectual puro, saboreando las palabras, ensalzándolas con ese tono magistral y acento preciso pero muy nasal, le ha dicho fríamente sin mover no más la lengua: “Con profundo sentimiento de solidaridad, admiración y aprecio, te digo: lo hecho, hecho está, primo. Los barrotes de tus equivocaciones te tienen enjaulado.” Extrañado, preguntó Cólor: “¿Pero, por qué a mí?”<br />“Hombre, que te has dejado llevar por el temor, y eso te cierra todas las puertas de la razón, y te sumergirá más hasta que te lleve. Las lágrimas no te dejan ver con claridad el camino de la luz redentora. Te autorizo para que convoques a todas esas personas que se lucraron con nosotros. Y como veo que no entiendes, piensa entonces en toda la gente que se benefició con el proceder de Pablo. Estamos en este mundo para servir al prójimo. Sabes muy bien quiénes son, y los que te falten te los acomodo al margen; pero libérate, te aconsejo.”<br />Cuando Cólor preguntó que si era para mandarle decir misas, se arrepintió. “ ¡No, hombre, déjate de maricadas! Ahora hay otros mecanismos más expeditos y más modernos. Uno que está cerca del poder supremo, de la tecnología aprende mucho. Con ese dinero armaremos la estrategia para sacar esa alma de las llamas, y lo que quede; ¡ven a nuestras arcas, ven no tardes tanto!”<br />“ Ah, se va a valer de los cardenales amigos, ya entiendo.” Palabras de Cólor que se quedaron en el aire, porque Dulibrondo, desde el otro lado del escritorio, apenas lo miró de reojo con disgusto mientras sacaba un habano de un cajón y lo encendió. Luego lo miró fijamente para decirle al secuaz y pariente:“No, hombre, por esa vía no se logra lo que queremos, además piden mucho. Por ahora, el paso a seguir es lograr una buena suma de dinero, porque lo que vamos emprender vale un potosí. Precisamente, esos cardenales están allá por Pablo y serán los primeros que deben meterse la mano a la sotana púrpura. ¿Tú sabes con cuánto colabora la fanaticada alemana al Vaticano y con qué le pagaron éstos?. Cólor no atendió las preguntas inesperadas, ni estaba en condición de llevar un diálogo normal; al contrario, la confusión lo hizo violento.<br />“¡Por qué a mi no más!” Gritó de repente. Inmediatamente reaccionó el Secretario: “¡Desagradecido! ¡Lárgate!” Y agregó tratando de sacar su arma : “ ¡No me hables así!”<br />Inmediatamente Cólor se levantó de la butaca y salió casi al trote, ahora, con ganas de llorar.<br />Cuando iba llegando a la portería, un guardia le ordenó regresar. Trayecto que le sirvió a Cólor para reflexionar: “Verdad que Pablo me ayudó mucho, que el gobierno me haya quitado todo, es problema mío”. En el momento que entraba nuevamente a la amplia oficina, una camarera servía dos tazas de café y la voz nasal resonó nuevamente: “Siéntate, en realidad comprendo tu ofuscación. Tómate el café antes que se enfríe, que la mañana está helada”. Mientras degustaba<br /><br /><br /><br /><br /> la bebida y como buen académico, explicó lo concerniente a la máxima captación de dinero necesaria para lograr sacar a Pablo de su cautiverio, y entre muchos argumentos y estrategias, le quedó en la mente a Cólor: “Entre más ancha sea la base, más alto será la punta de la pirámide. Porque, mi querido Cólor, has de saber, que los principales, o fundamentales mejor, materiales con los que los faraones construyeron sus pirámides, fueron la Fe, y la Ambición”<br />Cólor salió del edificio estrenando yo, el de ahora, optimista, resuelto, lo primero que hizo fue sentarse en un Café a repasar lo escuchado y para conversar con su nuevo yo como si fuera un amigo nuevo, y en voz alta repitieron: “Ya te dí la solución. Entretente con lo que te digo, que eso tranquiliza a Pablo en donde se encuentre. Y si te habla nuevamente, trata de ver lo más que puedas, porque con seguridad nos ha de servir todos esos datos. Claro, que si duermes con un GPT, seguro te da las coordenadas exactas” –<br />Cólor se consiguió el aparato y empezó el operativo de recaudo entre todas las personas que se habían enriquecido con el negocio sucio de Pablo, y a los que habían logrado sacar del presidio después de haber cometido infinidad de delitos en compañía. Cada semana, Dulibrondo recibía gruesas sumas de dinero, pero se incrementaron más, cuando llamó a los 10 primeros contribuyentes y les devolvió tres veces lo depositado, además, la frase promocional: “No olviden, tres por uno, que todos tenemos que morir, y bueno es tener amigos como Pablo allá. Han tomado una decisión inteligente para asegurar la felicidad perpetua. Reinviertan”.<br /> No obstante la buena captación, no satisfacía la demanda del contratista que exigía cuatro fortunas para sacar el alma de Pablo del purgatorio, y porque el estudio de suelos, en la clandestinidad, encarecían la labor trascendental, y porque además, parecía estar más abajo.<br />Cólor, en realidad ahora dormía mejor. Todas las noches se acostaba con el aparato de medición encima de su mesa de noche, un lapicero y una libreta de apuntes.<br />Una madrugada, mientras dormía, Cólor empezó a sentir el calor sofocante de las llamas danzando, el rechinar explosivo de la leña y el lamento de las almas en la intranquilidad calurosa. La voz de Pablo acompañada con su rostro de maldad, se repetía como tantas noches anteriores, y como si ya supiera, le dictó éste las coordenadas desde donde estaba sufriendo, que coincidieron por donde estaban haciendo el estudio de suelos. Esta vez Cólor no gritó de miedo ni de cobardía, despertó alegre y anotó las cantidades. Florylana, al verlo en esa actitud tan distinta, se persignó convencida que su marido ya se había vuelto loco: “…se lo llevó en vida”, dedujo. Tal vez si la hubiere convencido su esposo del plan, no hubiera llamado al manicomio esa mañana en el que quedo recluido como otro “ido” más.<br /><br /><br /><br />Dulibrondo, tan pronto se enteró, usó sus influencias para sacar a su vasallo del hospital siquiátrico, aprovechando el poder de penetrar en las instituciones del régimen y en los corazones ambiciosos. La recriminación a Cólor por el contratiempo no podía quedar en el aire, y le ha dicho el jefe: “En la lucha por la superación, así sea en el intento, debes mostrar fidelidad a tu mujer, no olvides que abogamos por la excelencia en el más allá, y ellas son nuestra mejor compañía con la gracia y el amor aquí en la tierra”. Cólor, en una acto de contrición, en asocio de su nuevo yo redentor excelente, continuó con el plan con mucho entusiasmo, y por supuesto involucró a Florylana.<br /> Así las cosas, la compañía Lessep&Akenaton, recibió una cantidad de billetes euros y de libras esterlinas; que a pesar de la cantidad exagerada, resultó menos de la esperada. Debido a dos razones: una, debería quedar un buen porcentaje en las cuentas particulares de los organizadores, precisamente, en las de Dulibrondo Arredondo&Cólor Majagua. La otra, que llevar el alma de Pablo al lugar donde quedaría, costaba lo mismo que la extracción, incluyendo el soborno, lógico.<br /> El representante legal de la compañía perforadora, mister Capotello, al ver que el dinero que solicitaba era insuficiente, resolvió convertirse en socio, y para atraer más capitales, éste señor se comprometió llevar mensajes y traer pruebas de permanencia en el Purgatorio.<br /> Con las firmas de los representantes de cada una de las partes, un viernes de verano a las doce de la noche, después de firmada el Acta de Inicio de Obra, se dio comienzo a la perforación del pozo jamás intentado por el hombre con toda su tecnología; conducto que bajaría al centro de la tierra y por donde rescatarían una alma secuestrada por Sotanás. Gracias al triple propósito<br />del Plan: un rescate humanitario, rendimiento financiero, y una vida eterna sin pesadillas, como lo habían imaginado los faraones para llegar con sus dádivas ante Osiris en la otra vida. La esencia del egoísmo místico occidental, o la ilusión que movió la economía del antiguo Egipto.<br />El alma saldrá del purgatorio en la cápsula, luego en el plan, entraría en una cámara menos<br />ardiente de adaptación térmica por dos horas. Tiempo prudente, en el cual trescientos treinta y tres mil consignatarios ilusos entonarán himnos de resonancia bienaventurada, para que se les cumpla el sueño de la gracia mística multiplicadora y se le tribute al alma rescatada las honras fúnebres antes de enviarla por medio de una cinta rígida de carbono y tela de araña, la que como tubo sideral se elevará hacia el espacio, y ha de llevar el alma de Pablo al Cielo, después de pasar por todas las nebulosas planetarias.<br />FIN<br /><br /><br /><br /><br /><br />EUFEMIA <br />Dedicado a mi amigo Alejandro Saravia.<br />Hace muchos años, antes de que el mundo conociera la televisión, vivía en una aldea ganadera a la orilla de un río de aguas mansas, una familia propietaria de un buen lote de ganado. Tal cantidad, suficiente para ser considerados como los más ricos de la región holgura económica que les permitía tener cuatro hijos estudiando en la ciudad más cercana a setecientos kilómetros de distancia. Cuatro hombres, atléticos e inteligentes muy sanos de cuerpo y mente, eran la esperanza de la comarca; pues se esperaba que ellos tuvieran la facilidad de transformar la economía pastoril que los mantenía apartados de los grandes inventos de la Humanidad. Había una hija, la cuarta en el orden de nacimiento, llamada Eufemia, a quien no merecía sacarla a estudiar por dos razones: una, que no era costumbre darles educación a las mujeres, y segunda razón, porque la pobre era extremadamente fea; no obstante, sus padres estar en la lista municipal de las personas con buen porte y distinción. No se explicaban, entonces, cuál fue el ancestro que había determinado que Eufemia tuviera un cuerpo desproporcionado y sin ningún rastro físico atractivo.<br />A pesar de la fealdad de Eufemia, su padre la consentía y le daba mucho cariño; la madre le tenía lástima y los hermanos ni la determinaban.<br />Cuando su padre se sentaba en el porche de la casa en su mecedora, cuando ordenaba a sus trabajadores que le pasaran el ganado escotero por frente a su casa, era normal verlo con su hija en las piernas y un vaso de ron en la mano, y decirle con mucho cariño:<br />– Hija, tú puedes ser fea, pero ese ganado es tuyo, y habrá quien te lo crea.<br />En el mismo sitio, cuando quedaba sola, su madre la sentaba en un mecedor más pequeño y le ponía un antifaz para que los niños de la escuela que pasaban todos los días no se burlaran de ella.<br />Al pasar los años, la niña fea fue creciendo con su defecto; pero al mismo tiempo, cantaba cada día con una dulzura tal, que hasta las mismas vacas se detenían a escucharla. Canto que se opacaba cuando llegaban sus hermanos de la universidad, quienes borrachos, armaban parrandas estrepitosas y las que casi siempre terminaban en insultos. Lapso en el cual la hermana solitaria inundada en su misma tristeza dejaba de cantar y, sin que nadie lo hubiera notado, dejaba de llover en la región y coincidió además con la irrupción de una guerra civil que duró novecientos noventa y nueve días, en la que murieron dos de sus hermanos.<br /> Murió el padre, sus otros dos hermanos se casaron y se fueron de la casa; entonces, Eufemia<br /><br /><br /><br /><br /><br />quedó con su madre en la casa solariega cantándoles indiscriminadamente a todos los seres, en especial a las pocas vacas que quedaban y a cuanto ser vivo podían escuchar las bellas melodías de su preciosa expresión, y, como siempre, al otro día llegaba la lluvia y las flores silvestres agradecían. Una tarde de un diciembre, mientras cantaba Eufemia, vio que dos jinetes montados en inquietos corceles se detuvieron a escucharla. Eran padre e hijo, ganaderos de otra región que estaban comprando ganado, y al escuchar cantar a Eufemia, quedaron anonadados. Eufemia apenada, dejó de cantar y se entró a su habitación y lloró otra vez su desgracia. Dejó de llorar al oír que llamaban en la puerta y salió aún con las lágrimas que le salían en dos direcciones diferentes.<br />– ¿Qué se les ofrece, señores?<br />– La escuchamos cantar, y queremos saber si usted tiene marido –habló el padre.<br />– No. ¿Por qué?<br />– Porque siendo yo ciego de nacimiento, estoy seguro que seré el hombre más feliz del mundo si usted acepta ser mi esposa, estimada dama –dijo el joven.<br />– Apenas sé que es un hombre que no puede ver; si viera, con seguridad cambiaría de parecer, caballero.<br />El joven no contestó. Se acercó a su cabalgadura y tomando su violín en sus brazos, y con las cuerdas que vibraron de amor, le dedicó una bella melodía que escuchó una vez interpretar a unos campesinos de los Alpes.<br />Al otro día, en medio de un torrencial aguacero, sacó el ciego a Eufemia de su casa para llevársela para siempre. Sin embargo, a la semana siguiente, a medio día, el cielo pareció nublarse sin que hubiese el canto llamador de la preciosa voz; una nube de langostas cubrió los pastos y las cementeras.<br />Eufemia, entonces, así, se convirtió en la esposa de un gran violinista, y al irse con su marido a vivir a Nueva York con la esperanza de dejar a sus descendientes en mejor pasto, dejó de llover y la sequía en la región ancestral trajo el hambre y la desolación.Barrabás Ramónhttp://www.blogger.com/profile/18153138042325254188noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-6001802459037917617.post-26768241404739663792009-11-13T08:40:00.000-08:002009-11-13T08:42:01.736-08:00El ASTILLERO INFANTILEl astillero infantil<br />Dedicado a mi amiga y profesora Noemí da Cunha<br />Por David Escobar Gómez<br />Dos niños vecinos, Kico y Pacho, de cuatro y cinco años, respectivamente, juegan frente a sus casas de un barrio de la llamada clase media de una ciudad, donde un día matan tres, y en el otro también. Sin contar a los secuestrados.<br />Kico es el que siempre toma la iniciativa de lo se juega y de lo que se hace. Pacho, ya acostumbrado, respeta; porque un año de experiencia de lo vivido, significa mucho en la vida de los niños.<br />En esta oportunidad, de una mañana de sábado decembrino, juegan las dos criaturas con el avión de plástico que el tío Tano le regaló a Pacho de navidad. Kico toma el juguete en sus manos, lo analiza con detenimiento y sugiere con una seguridad de derrotero imperial, de la flota naval más grande jamás vista por la humanidad entera y sus alrededores.<br />–Pacho, –dice –mejor lo hacemos barco. Yo sé cómo se hacen, mi abuelo me enseñó, ¿vale?<br /> – ¡Bueno! –contesta Pacho con entusiasmo inocente, y le pasa una piedra que le ha señalado su amigo y en segundos, el avión queda convertido en trozos diminutos de color rojo encendido, pero dividido.<br />Kico trata de unir los pedazos con barro, sin que logre su cometido en el astillero de la nada. No hay forma que, la línea de crujía, aquella que debe atravesar la popa y la proa, pase por las cuadernas sin pena ni gloria. Pacho, cual vigía de sotavento, está atento a la maniobra de anclaje de las piezas que han de conformar la nave soñada, la misma que ha de surcar por los siete mares, y treinta y tres ciénagas de lodo con aroma de salitre, y en el charco de la esquina. Aquella debe ser la mampara, esa la cubierta, pásame aquella, porque esa no sirve, no ves que debe tener velas para que el viento la empuje por estribor, ¿No te das cuenta?. Son estas voces los sonidos que llegan al apostadero de la marina en medio de la acera de la casa de Pacho, como si fueran vientos marinos, los que sumados a los gritos del contramaestre, dan vida a la frase de la poetisa Meyra del Mar: “ De tanto quererte, mar, mi corazón se ha vuelto marinero” Recuerda el Comodoro, quien con el parche en el ojo derecho imparte órdenes a babor, y las gaviotas en los mástiles, por puro respeto no más, alzan vuelo, pero para cambiar de palo. La marinería, a bordo de un bajel, espera cuchillos en boca la señal de abordaje. ¡Sandokán, Sandokán! Pirata de gran valor. Bucaneros sin patria. ¡Oh! Tigre de Malasia, ven a nuestras almas, ven, no tardes tanto, que los que vamos a morir, no queremos.<br />Pacho, se prepara para comunicar que están a la deriva escorados a estribor y concluye como ingeniero naval de millares de millas náuticas trazadas no más:<br /> – Es plástico quebradizo,– advierte, y su segundo a bordo, osa decir:<br />– Capitán, creo que usted no va poder armar una nao, ni nada que se parezca a una nave.<br />–¡Guardiamarina Pacho! ¿Cómo se atreve a dudar de un lobo de mar como lo soy yo? ¡respete!, nunca llegará a primer oficial si sigue de incrédulo; páseme más bien ese palo de paleta para que sirva de timón y la tapa de esa cerveza, de propela y deje de llorar que usted no es una mujercita.<br />En plena tormenta, cuando el trinquete no queda en la proa, el contrafoque recibe ayuda de la gavia mayor y Kico ordena arriar y zarpar después de levar anclas; pero la marinería se ha amotinado y llorando a moco henchido, en un coro de lamento náufrago, Neptuno apenas mira de soslayo desde las abisales oscuridades al escuchar la intrepidez de volver realidad los sueños.<br />–Dañaste mi avión! –llora desgarrado en su dolor el propietario de la nave voladora que no estaba asegurada por nada del atrevido mundo infantil. Pero el astuto capitán, sacó su brújula, la sobrepuso encima de una rosa marchita, se persignó, y ha dicho las mismas palabras mágicas con las que Colón calmó a la tripulación aquella noche de inquietos luceros y mar enrarecido al ver sus carabelas a la deriva de un desconocido lugar salpicado de islas.<br />–¡Los hombres no lloran!, Pacho.<br />–¡Yo no estoy llorando, es que tengo rabia!<br />–Cierra la boca, para que veas que no puedes llorar –díjole Kico sin verle los mocos que le salen en solidaridad a unirse con las lágrimas que profusamente invaden el bello rostro del menor. El suspiro entrecortado, cesó; porque no hay cosa más segura en la vida de los navegantes que se salvan; pues es muy cierto, que después de la tormenta viene la calma. Y como una balsa salvadora, el capitán ordenó a la tripulación abandonar el barco y al quedar solo, dijo sobre la cubierta y frente al timón, como si fuera el almirante eunuco de la armada China, y a todo pulmón:<br />–¡Sálvese quien pueda! Y vas a ver que mi abuelo si lo arma –aseguró Kico, mientras recogía los pedazos de avión y partió rumbo a un buen puerto: la habitación del abuelo; con los planos en su cabeza intrépida.<br />A los cinco minutos de haber pasado el incidente naval, Kico, cual náufrago a salvo, está en la ventana de la habitación de su madre, la que da a la calle y desde allí mira, como si estuviera en el faro de Alejandría, precisamente, a la casa de Pacho que está al frente. Observa los pedazos diminutos del avión siniestrado esparcidos en varios kilómetros a la redonda; en ese instante, comienza un acontecimiento que no se le borraría de la mente nunca en su vida. La mamá de Pacho sale a la calle y desde allí grita con inmensa dulzura mística:<br /> – ¡Pórtense bien, que yo voy a rezar por ustedes a San Ambrosio! – les dice a Pacho y a su pequeña hermana menor Palita, y estos contestan desde adentro con la ternura que perdura en la mente de los que los conocieron.<br />Kico, desde la ventana donde se encuentra, ve a Pacho y Palita jugar con un cirio, y con la imagen enmarcada en un cuadro de vidrio de un santo, en una habitación que da a la calle.<br />Ese, es su puesto preferido; desde ahí, como un vigía imaginario, catalejo en mano, Kico permanece mucho tiempo explorando el horizonte; porque además de mirar cuanto pasa y relatar con una imaginación que ya no sorprende a su madre, la costurera, que está a un lado pegada a su máquina de coser, se acompañan.<br />–Mami, hoy no han pasado las carrozas de los enanos de Gulliver –le dice Kico a la costurera que no ve nunca hacia la calle para no distraerse en sus quehaceres. A veces, para estar a tono con su pequeño y único tesoro, emite una entonación gutural amorosa en respuesta vaga y afirmativa. Kico, entonces, como siempre, continúa dando riendo a suelta a su imaginación.<br />–Pacho y Palita se meten debajo de la cama con el cirio encendido. Mami, las llamas prenden el cubre lecho, yo los estoy viendo, mami. Los angelitos revolotean en medio del humo.<br />Kico insiste, pero la mamá no le cree, pero como le huele a quemado, le dice:<br />–Ve, y pregúntale a la abuela si tiene algo en el fogón, que huele a quemado.<br />–¡Abuela! Mandó a decir mi mamá que si no tiene nada en el fogón, que huele a quemado.<br />–¡Le he dicho que no entre así cuando estoy rezando! ¡Arrodíllese! Rece conmigo.<br />–A mi abuelo no le gusta.<br />–¡Arrodíllese!<br />–A mi mamá tampoco.<br />–¡Pero a mí sí, niño!<br />–Tengo que hacer las tareas de la escuela, abuela.<br />–Entonces váyase y no me moleste, que el que se va a quemar en los infiernos es usted.<br />Cuando va llegando Kico a la habitación de su querida madre, se escucha el canto de la sirena que ha llegado encima de una máquina de bomberos, como el mascarón de proa pidiendo auxilio. La madre se asoma, y la columna de humo no le permite ver nada. Las campanas repican en la ermita de San Ambrosio, y parece que las de los bomberos contestaran. “Aquí estamos, ya llegamos, no nos demoramos”. Salen a la calle, abuela, abuelo, madre e hijo, y ya es muy tarde. Los niños mueren incinerados. La madre termina su existencia en un hospital siquiátrico diciendo: “Se quemaron mis angelitos”<br />FINBarrabás Ramónhttp://www.blogger.com/profile/18153138042325254188noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-6001802459037917617.post-1687965471292598942009-11-13T08:29:00.000-08:002009-11-13T08:38:55.673-08:00Tranquilidad, viene de trancaTranquilidad ,viene de tranca.<br />Por David Escobar Gómez<br />Un agente viajero de treinta años llamado Juan Chatripan, se alojó en la posada Rendón de un pueblo arruinado, San Angel, conocido por las crías de cerdos y turpiales. Cada tres meses visitaba las farmacias con sus productos farmacéuticos para animales. Casta Lucía, es la posadera de setenta años y vive con su hijo soltero Damián María, de cincuenta, el portero nocturno que se ayuda como carretillero en la estación del ferrocarril. Un día, Juan terminó la labor, almorzó, y subió a la alcoba para recostarse un rato y durmió con tanta fuerza, que pasó de largo y se despertó a media noche. La habitación la compartía con una vieja imagen de una virgen de aspecto desagradable. No estaba seguro, si estaba soñado o que en realidad ese bulto se le estaba acercando cuando escuchó con mucha claridad una voz siniestra: “Mamá, no me puedo dormir” Se erizó expectante. La respuesta femenina de doña Casta, del otro lado del tabique rústico lo tranquilizó. “¿Por qué será, hijo?” “Mamá, las ideas no me dejan dormir” contestó. “Grave es la vigilia sin la entretención del pensamiento”. Damían repostó: “Es que no sé bien que me pasa: si no duermo por las ideas que me rondan, o porque como no duermo pienso en ellas” “Tu padre, cuando no podía conciliar el sueño, se levantaba y escribía algo” a lo que el hijo dijo con disgusto: “¡Ah! Yo no sé escribir bien.” “Porque no quisiste aprender, pues educación no se te negó” y él con rencor dijo: “Seguro, que de haber estudiado, no estuviera cargando bultos en la estación” “Hijo, te rogaba, te suplicábamos pero tú eras muy terco, resolviste no ir más a la escuela.” “¡Mamá, me hubiera dado con un palo, pero no ha debido dejarme bruto!” Interrumpió con un grito altanero el carretillero. “Dejarme dormir, ya me tienes aburrida” “¡Pero mamá! ¿Dónde dejo las ideas que me atormentan?” “La mente resuelve sus preocupaciones ­–sentenció Casta –, si quiere, de un solo tajo, y se duerme, llega la tranquilidad y lo resuelve todo” Volvió el silencio. Luego a Juan lo despertó un golpe seco, en seguida otros; pero no se inmutó. Se quedó dormido. Después salió madrugado sin avisar. Al pasar en el tren regreso a su sede, pasó por la pensión en el momento que sacaban un ataúd..Barrabás Ramónhttp://www.blogger.com/profile/18153138042325254188noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-6001802459037917617.post-62580265874527180872009-11-13T08:27:00.000-08:002009-11-13T08:29:33.511-08:00BOTELLA DE LECHE"BOTELLA DE LECHE"<br />Por David Escobar Gómez/ 42-044<br />Hasta principios de la década de los años sesenta del siglo pasado, la leche tratada se expendía en botellas por casi medio mundo y entre nosotros, en las principales ciudades. Había entonces un oficio muy popular: el lechero, el lechero mañanero que dejaba el producto lácteo en las puertas de las casas o de los apartamentos, quienes eran obligados a vestir de blanco, y dicen, que más de una vez fueron invitados a entrar a dejar la leche en mejor parte.<br />Pasados los años, después de ver tanta leche derramada o expulsada por el puño agresivo, recuerdo con la nostalgia caribe, cuando a los cadetes y oficiales la gente de la civil nos gritaba “botellita de leche”, y uno por guardar el decoro, se hacía la imagen que era más bien peto, pero no faltaban las ganas de contestar con un insulto mayor. Pero si era una bella niña de pasados quince abriles, era un pretexto para acercarse y poder decirle: bella dama, no soy botella de leche, pero si tengo una botella de cuero, que si usted tiene a bien degustar su contenido a pico, este humilde cadete gustoso la pondría en sus bellos labios.<br />En la cosmopolita ciudad de Alejandría, hace más de tres mil años, llegaban al puerto embarcaciones de diferentes nacionalidades, y como es sabido por todos los marinos del mundo, la capacidad de agua abordo, es apenas un pretexto para no bañarse los que de la montaña vienen, aunque los contrarios dicen, es costumbre de calentanos. Sea como fuere, esa poca disponibilidad de tan preciado líquido, por lo cual el aseo no se podía exigir a la tripulación en general, pues éste atraía consigo enfermedades como piojos, ladillas, y por supuesto los malos olores. Por tales razones, los oficiales de las embarcaciones pasaban trabajo cuando se acercaban a los prostíbulos en donde “bailan tan feo”, decía mi tía Susana, para practicar la muy noble y sabrosa “marinería”; trabajo, porque las pulcras egipcias los odiaban sucios. Los egipcios de la antigüedad tienen fama de ser además de vanidosos, pulidos en el aseo, y verlos siempre sin pelos en la cabeza es una de las características de su imagen de hombre limpios; y por supuesto las mujeres fragancia de extracto de la flor de loto, el cardamomo para el buen aliento, los aceites y esencias para hacer de los ambientes lugares agradables; para que llegue un asqueroso y oloroso marino a perturbar el buen ambiente. No, no se les atendía en los mejores clubes sociales así pagaran con contante y sonante moneda. Entonces ante esa costumbre de no atenderlos que se estaba generalizando en todo el Mediterráneo, un antepasado del enfermero Pinto, llamado si no estoy mal, Anometo, para poder entrar a sus prácticas reproductoras virtuales y ser bien visto, se vestía todo de blanco para demostrar que era un marinero limpio y aseado. Al ver sus compañeros que tenía éxito con las doncellas y damiselas, o ceferinos, porque ajá…casos se han visto, no dudaron en igualar a Anometo. Desde entonces, y hasta nuestros días, todos los marinos de las armadas de todo el mundo visten de blanco: ¿entendiste botellita de leche?<br />Para la Corredera, con aprecio, pero si no me manden mi carta, no habrá más despacho.<br />"TE VAS, ESCOBAR"<br />Cuando la guerra con el Perú, la Armada se hizo presente, como es natural, en el frente de batalla con sus dos naves, pero lo que yo quiero recordar o mostrar, es que el capellán que acompañaba a la tropa era mi tío abuelo el cartagenero RAFAEL ESCOBAR STEVENSON, y que este no era un cura común y corriente, no señores, era un eudista que se fue a especializar como doctor en Teología a la Universidad Gregoriana de Roma, en donde tuvo toda la libertad para investigar sus inquietudes. Cuando regresó a Colombia con su doctorado estaba muy joven, porque había sido ordenado a los 23 años de edad, excepción que se hizo dada su inteligencia – el único Escobar bruto es el que les escribe esto- ya que debería tener 25 y para que vean el porqué de ese límite mínimo de edad, tenía su lógica razón. Cuando regresó enfermo de tuberculosis, lo asistieron en su cama en la Parroquia de las Angustias en Bogotá unos protestantes vecinos, quienes además de darle la changua y lavarle la ropa, alborotaron su rebeldía y terminaron publicándole un libro en contra de la Iglesia, Historia de un cautivo irredento, ¡Para que fue eso! Se armó una polvareda en Cartagena de una magnitud de .30 en la escala política sectaria que tanto daño nos ha hecho. Los liberales brincaban de alegría porque el prólogo lo escribió un fogoso liberal: Romero Aguirre. No era para menos. Uno de los mejores ejemplares de la godarria Escobar de la Costa se abría en abierta y valerosa oposición en contra de la Iglesia. Actitud insurrecta que le escondieron a su progenitor, el doctor Francisco Celestino Escobar, quien había sido rector de la Universidad de Cartagena, Secretario de Gobierno departamental, entre otros cargos importantes.<br />El escándalo llegó a la Nunciatura y no demoraron en mandarle a decir “Te vas, Escobar” le dijeron los jefes eudistas y agregaron “ Pero no solo te vas de la comunidad, sino que te excomulgamos hasta la quinta generación, demonio, sabandija inmunda”. El tío se sintió libre. Ya no pertenecía a ninguna religión organizada y se puso a buscar trabajo que, como se sabe, lo único que pueden hacer un exsacerdote es dictar clases con sus conocimientos humanísticos o lingüísticos. Y así buscó trabajo en Santa Marta, pero nunca se imaginó que le fueran a cerrar las puertas en todas partes. La constitución de entonces y el Concordato vigente, establecían en ese entonces que, al que le quitaren los derechos sacerdotales, también perdían los derechos civiles. Mejor dicho, no era un ciudadano que podían meter en la nómina oficial. Desesperado, enfermo, acosado por la familia, no tuvo más que arrepentirse.<br />Sus tías Tono hablaron ante las autoridades eclesiásticas y llevaron cuanto ejemplar pudieron y lograron levantarle la cruel sanción. Más nunca se volvió a saber de la vida del Padre Rafael. Pasados más de treinta años, un día, mi tía Merce, sobrina del doctor reverendo, iba en un bus urbano en Bogotá escuchando la charla de dos señoras que hablaban del cautivo irredento con nombre propio y detalles de acercamiento; ella no dudó en meter la cucharada, y sí, se trataba del mismo ensotanado, quien había fallecido en 1945 en una casa del corregimiento de Florida del municipio de Cachipay, olvidado de todos. Una buena señora lo acogió en su morada al enfermo canónigo hasta que murió en sus brazos y le dio solemne sepultura. A la entrada de la iglesia del cementerio hay una tumba elegante a las que no le falta nunca flores frescas, y la lápida dice: Doctor Presbítero Rafael Escobar Stevenson 1945, al lado hay una tumba pequeñita. Su gato murió el mismo día. Así se supo en la familia los últimos días de ese personaje incomprendido y rebelde años después, pero que vistió el uniforme naval con decoro.<br />"BOTELLA DE LECHE"<br />Por David Escobar Gómez/ 42-044<br />Hasta principios de la década de los años sesenta del siglo pasado, la leche tratada se expendía en botellas por casi medio mundo y entre nosotros, en las principales ciudades. Había entonces un oficio muy popular: el lechero, el lechero mañanero que dejaba el producto lácteo en las puertas de las casas o de los apartamentos, quienes eran obligados a vestir de blanco, y dicen, que más de una vez fueron invitados a entrar a dejar la leche en mejor parte.<br />Pasados los años, después de ver tanta leche derramada o expulsada por el puño agresivo, recuerdo con la nostalgia caribe, cuando a los cadetes y oficiales la gente de la civil nos gritaba “botellita de leche”, y uno por guardar el decoro, se hacía la imagen que era más bien peto, pero no faltaban las ganas de contestar con un insulto mayor. Pero si era una bella niña de pasados quince abriles, era un pretexto para acercarse y poder decirle: bella dama, no soy botella de leche, pero si tengo una botella de cuero, que si usted tiene a bien degustar su contenido a pico, este humilde cadete gustoso la pondría en sus bellos labios.<br />En la cosmopolita ciudad de Alejandría, hace más de tres mil años, llegaban al puerto embarcaciones de diferentes nacionalidades, y como es sabido por todos los marinos del mundo, la capacidad de agua abordo, es apenas un pretexto para no bañarse los que de la montaña vienen, aunque los contrarios dicen, es costumbre de calentanos. Sea como fuere, esa poca disponibilidad de tan preciado líquido, por lo cual el aseo no se podía exigir a la tripulación en general, pues éste atraía consigo enfermedades como piojos, ladillas, y por supuesto los malos olores. Por tales razones, los oficiales de las embarcaciones pasaban trabajo cuando se acercaban a los prostíbulos en donde “bailan tan feo”, decía mi tía Susana, para practicar la muy noble y sabrosa “marinería”; trabajo, porque las pulcras egipcias los odiaban sucios. Los egipcios de la antigüedad tienen fama de ser además de vanidosos, pulidos en el aseo, y verlos siempre sin pelos en la cabeza es una de las características de su imagen de hombre limpios; y por supuesto las mujeres fragancia de extracto de la flor de loto, el cardamomo para el buen aliento, los aceites y esencias para hacer de los ambientes lugares agradables; para que llegue un asqueroso y oloroso marino a perturbar el buen ambiente. No, no se les atendía en los mejores clubes sociales así pagaran con contante y sonante moneda. Entonces ante esa costumbre de no atenderlos que se estaba generalizando en todo el Mediterráneo, un antepasado del enfermero Pinto, llamado si no estoy mal, Anometo, para poder entrar a sus prácticas reproductoras virtuales y ser bien visto, se vestía todo de blanco para demostrar que era un marinero limpio y aseado. Al ver sus compañeros que tenía éxito con las doncellas y damiselas, o ceferinos, porque ajá…casos se han visto, no dudaron en igualar a Anometo. Desde entonces, y hasta nuestros días, todos los marinos de las armadas de todo el mundo visten de blanco: ¿entendiste botellita de leche?<br />Para la Corredera, con aprecio, pero si no me manden mi carta, no habrá más despacho.<br />"TE VAS, ESCOBAR"<br />Cuando la guerra con el Perú, la Armada se hizo presente, como es natural, en el frente de batalla con sus dos naves, pero lo que yo quiero recordar o mostrar, es que el capellán que acompañaba a la tropa era mi tío abuelo el cartagenero RAFAEL ESCOBAR STEVENSON, y que este no era un cura común y corriente, no señores, era un eudista que se fue a especializar como doctor en Teología a la Universidad Gregoriana de Roma, en donde tuvo toda la libertad para investigar sus inquietudes. Cuando regresó a Colombia con su doctorado estaba muy joven, porque había sido ordenado a los 23 años de edad, excepción que se hizo dada su inteligencia – el único Escobar bruto es el que les escribe esto- ya que debería tener 25 y para que vean el porqué de ese límite mínimo de edad, tenía su lógica razón. Cuando regresó enfermo de tuberculosis, lo asistieron en su cama en la Parroquia de las Angustias en Bogotá unos protestantes vecinos, quienes además de darle la changua y lavarle la ropa, alborotaron su rebeldía y terminaron publicándole un libro en contra de la Iglesia, Historia de un cautivo irredento, ¡Para que fue eso! Se armó una polvareda en Cartagena de una magnitud de .30 en la escala política sectaria que tanto daño nos ha hecho. Los liberales brincaban de alegría porque el prólogo lo escribió un fogoso liberal: Romero Aguirre. No era para menos. Uno de los mejores ejemplares de la godarria Escobar de la Costa se abría en abierta y valerosa oposición en contra de la Iglesia. Actitud insurrecta que le escondieron a su progenitor, el doctor Francisco Celestino Escobar, quien había sido rector de la Universidad de Cartagena, Secretario de Gobierno departamental, entre otros cargos importantes.<br />El escándalo llegó a la Nunciatura y no demoraron en mandarle a decir “Te vas, Escobar” le dijeron los jefes eudistas y agregaron “ Pero no solo te vas de la comunidad, sino que te excomulgamos hasta la quinta generación, demonio, sabandija inmunda”. El tío se sintió libre. Ya no pertenecía a ninguna religión organizada y se puso a buscar trabajo que, como se sabe, lo único que pueden hacer un exsacerdote es dictar clases con sus conocimientos humanísticos o lingüísticos. Y así buscó trabajo en Santa Marta, pero nunca se imaginó que le fueran a cerrar las puertas en todas partes. La constitución de entonces y el Concordato vigente, establecían en ese entonces que, al que le quitaren los derechos sacerdotales, también perdían los derechos civiles. Mejor dicho, no era un ciudadano que podían meter en la nómina oficial. Desesperado, enfermo, acosado por la familia, no tuvo más que arrepentirse.<br />Sus tías Tono hablaron ante las autoridades eclesiásticas y llevaron cuanto ejemplar pudieron y lograron levantarle la cruel sanción. Más nunca se volvió a saber de la vida del Padre Rafael. Pasados más de treinta años, un día, mi tía Merce, sobrina del doctor reverendo, iba en un bus urbano en Bogotá escuchando la charla de dos señoras que hablaban del cautivo irredento con nombre propio y detalles de acercamiento; ella no dudó en meter la cucharada, y sí, se trataba del mismo ensotanado, quien había fallecido en 1945 en una casa del corregimiento de Florida del municipio de Cachipay, olvidado de todos. Una buena señora lo acogió en su morada al enfermo canónigo hasta que murió en sus brazos y le dio solemne sepultura. A la entrada de la iglesia del cementerio hay una tumba elegante a las que no le falta nunca flores frescas, y la lápida dice: Doctor Presbítero Rafael Escobar Stevenson 1945, al lado hay una tumba pequeñita. Su gato murió el mismo día. Así se supo en la familia los últimos días de ese personaje incomprendido y rebelde años después, pero que vistió el uniforme naval con decoro.Barrabás Ramónhttp://www.blogger.com/profile/18153138042325254188noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-6001802459037917617.post-80882475850522490272009-11-13T07:02:00.000-08:002009-11-13T07:23:40.061-08:00UN DIA DE CARNAVALEL PRIMER DIA DE CARNAVAL EN GALONSINTAPA<br />Por David Escobar Gómez<br />Dedicado al nacimiento de Sofía Escobar Campos<br /><br />Hablar mal de una población, cuando se recuerda, casi siempre obedece a un incidente desagradable que le haya ocurrido a uno; y por eso ni su nombre se quiera mencionar. Pero a mi no me fue mal en Galonsintapa, simplemente fui a averiguar por una finquita donde pudiera pasar mis últimos años de vida. Porque me dijeron que las había a buen precio y se ajustan a mis gustos, pero me encontré con una escena horrible.<br />Por aquellas coincidencias del azar con la vida real, me correspondió estar en el preludio de una inesperada tragedia que no me atrevo a describir en todos sus detalles por lo espantosa que fue. No obstante, es imposible apartar de mi mente esos hechos y considero que debo tratar de narrar, no tanto por dármelas de escritor –reconozco que me falta o me faltará mucho- sino más bien en homenaje a las víctimas y para resaltar las inclemencias del abandono de una región que no tiene autonomía para intentar, al menos, trazar su derrotero.<br />Lo sucedido, digo yo, hubiese podido ocurrir en otro poblado igualmente distante del ecuador, y en una longitud meridiana occidental, cuyos números coordenados, no es que nos digan mucho su localización sin estar viendo un mapa; más bien señalo, que ese poblado, en sus prácticas culturales y con respecto a la civilización, gira en un pequeño circulo alrededor del cero conocimiento. Quizás, la expresión adecuada como identificador para algunos, sea: perdido en medio de la manigua tropical, o moridero de ilusiones básicas insatisfechas con todo y empaque corporal. Como otros que están en igualdad de condiciones, unidos por el desconsuelo, separados por la política y las creencias.<br />Es necesario aclarar, que era la primera vez que iba a Galonsintapa. Pero por conocer a otros pueblos en igualdad de circunstancias socioeconómicas y geográficas, como de abandono estatal, ya me lo imaginaba: techos de palma, paredes de madera, calles destapadas, perros y burros por las calles. Y no me equivoqué, allí estaba la plaza con la iglesia a un costado, los almacenes de cacharros, las cantinas, y la gente con su vestimenta distintiva y con sus respectivos sombreros. Lo mismo que por allá, por mi tierra grata, pensé y agregué, al que tengo que aprender a querer.<br /><br />Me alojé en la casa, a una cuadra de la plaza, de una señora que alquilaba piezas; pues el servicio de hotel o pensión nunca se ha prestado. Casi siempre los habitantes brindan su casa para hospedaje a los forasteros, y esa hospitalidad los halaga sobre manera, porque no llegan muchos foráneos durante el año. Ahí, en esa pieza, guindé mi hamaca. Evité decir el motivo de mi estadía, porque con seguridad se alborotaban las expectativas de vender, y por supuesto suben los precios fuera de lo económicamente razonables. Me limité a pasar como un simple y desconocido o “fuereño”, como dicen, para poder llegar con libertad al tamaño de mis posibilidades que me dejaron los ahorros de mis últimos años. Tal vez encuentre a un propietario con apremios, o tener la libertad de ver y optar por la que me guste. No más para tener cuatro vacas, un caballo, mi huerta, facilitarles la vida a los pájaros sin tenerlos en cautiverio y sobre todo, un espacio para leer y escribir, viviendo en paz con mi querida Josefina, la que con seguridad sembrará flores.<br />Doña Irma Lola, que así se llama la señora dueña, me entregó la llave de la habitación al tiempo que me preguntaba los motivos de mi visita. Aparentemente, una pregunta simple; pero como anoté antes, contestarla significaba que todo el pueblo se enterara del objetivo que me llevó allí, pues el rumor viaja a más de tres kilómetros por hora, y cuando uno quiere identificarse con alguien a las tres cuadras del recorrido, ya saben a lo que va uno, pues es una de las características de los pueblos alejados y atrasados, donde la amistad es la plaga más grande que los ata y desata. “A mamar ron, doña” se me ocurrió decirle por aquello de que se acercaban los carnavales.<br /> Era un jueves cuando salí a recoger información alusiva a lo que iba, y al sábado siguiente, era el primer día de carnaval. Las calles del pueblo estaban medio desiertas. Los campesinos andaban unos, en sus burros trotones, y los comerciantes, parados en las puertas de sus negocios, me miraban con detenimiento bastante descarado; parecía más bien un juzgamiento abierto en el que el jurado esconde el veredicto. Las vendedoras de pescado y frutas de la región, se respetaban el turno del pregón; que entre otras cosas, entonaban con tanta pasión, que perdían la intención comercial al elevar con sus gritos en altas tonadas para luego suspenderse en el aire, como si vendieran el canto no más. No las podré olvidar nunca en lo que me queda de vida, porque me dolió mucho ver por la noche del día trágico, en medio de lamentos; mangos, y corozos regados por toda la plaza, y más de una caldereta pangada abandonada.<br />Precisamente, por aproximarse las farsas, los dirigentes del pueblo habían resuelto pedirle al alcalde que hiciera algo para que la carne que consumirían en esos días de fiesta, bajara de precio.<br /> Ese era el principal motivo de conversación con el cual se encontraba uno, ya sea en las tiendas o en el atrio del templo. Fue tan importante, que la noticia había trascendido a una dimensión que, el director del periódico capitalino, Amor Patrio, le pareció que era interesante contar a sus lectores que en un pueblo habían presionado a su alcalde a que les consiguiera carne a un precio tal, que evitara que los intermediarios se lucraran más de lo normal y envió a uno de sus reporteros a cubrir la noticia. Periodista con el que trabé una amistad pasajera al compartir la posada, Francisco Losada, pero le gustaba que le llamara Pacho. Hombrecito para fumar éste, ¡no seamos tan viciosos!; yo creo, sin desearle mal, que ya debe haber dejado de fumar para siempre. Recuerdo de él, esa insistencia por estar bien peinado, y claro, todo el día se la pasaba repartiendo piropos y me decía el muy mujeriego: “Hay que tirar el anzuelo, compa, que algo pica”.<br />Pacho empezó sus averiguaciones preguntando por los principales personajes en la historia del pueblo. Y me contaba, en que todos coincidían, en que la persona más importante que había nacido en ese pueblo y que había llegado a ocupar un cargo importante, era don Luís Carlos Páez Escobar, Sacristán Mayor de la catedral de Nuestra Virgen de la Inmaculada Concepción, en la capital de la provincia en el siglo inmediatamente anterior, quien ocupó el cargo por cincuenta y tres años, y era muy colaborador con sus paisanos cuando acudían al despacho parroquial, y por supuesto murió en olor de santidad. Otro personaje era Juan Ordóñez Jiménez, quien además de poeta, fue juez en un pueblo llamado Sabana de San Angel.<br />Le ayudé a Pacho recolectando información, pues es un tema que siempre me ha agradado, y que de todas maneras lo haría así él no estuviera en Galonsintapa. Después de estos dos personajes recordados y venerados, les seguían: Reinaldo Marteron quien fue cabo de policía, y condecorado por su valentía en la lucha contra el crimen desordenado; pero nunca regresó a su pueblo natal. La maestra María Alfaro Peñaloza, que dedicó toda su vida a enseñar a varias generaciones. Entre los políticos se destacó don Boyás Duyuca, diputado en dos oportunidades y suplemente a la Cámara de Representantes por tres meses. Lógico que a las personas que les preguntaba por personajes importantes, muy entusiastas nombraban a sus ancestros, pero averiguando bien, no eran mas que insignes tomadores de cerveza o mamadores de ron, y que eran importantes por haber tenido más de siete mujeres al mismo tiempo.<br />La investigación encontró, que Galonsintapa fue fundado en el año 1823 por una señora – Amalia Vaca del Toro- que construyó su casa al lado de un lloradero, y cuya agua vendía, precisamente, con la medida de un galón sin tapa, y quien dejó al momento de morir, cien nietos, y veinte biznietos descendientes de sus quince hijos que tuvo con un número igual de maridos pasajeros. De ahí, que la tradición oral del municipio reza: “ En Galonsintapa nadie aguanta un examen de abuela.”<br /><br /> Una de las conclusiones a las que llegamos el viernes por la tarde con Pacho, mientras nos tomábamos unas cervezas en la plaza, después de haber recorrido a caballo por los alrededores del poblado, los dos; fue que la mujer que más se había destacado en los estudios,-últimamente- era María Teresa Caldera, a quien habían enviado a estudiar a la capital con muchos esfuerzos, y según la mayoría de los entrevistados, la causante de la tragedia, o el comienzo de la insólita noticia, como para no adelantarme a los acontecimientos fatídicos. La niña empezó a estudiar Ciencias Políticas. En una de sus vacaciones, después del tercer año de carrera, llegó con el cuento de la plusvalía y la explotación del hombre por el hombre, y que la religión era la causante de todos los males de la Humanidad: que si bien al principio sirvió la religión para inducir a cierto orden social, a la larga sólo sirvió a los predicadores y a los que estaban en el poder. Les decía la activista, entre otras cosas que alimentaban la rebeldía, y a quien no pudimos entrevistar.<br /><br />Por lo demás, Galonsintapa es un pueblo tranquilo que vivía en su paz en asocio, muy cerrado por cierto, con el entorno rústico. La actividad económica se basa en la agricultura de pan coger, en la alfarería y en la pesca artesanal de la ciénaga. La diversión de los hombres es el consumo de bebidas alcohólicas, el juego de billar, de dominó, y la cacería de fauna silvestre, a la que le dan plomo sin ninguna clase de compasión ni control. Cuando llegó la violencia partidista, se recreaban en patrullajes en los alrededores del los pueblos vecinos matando contrarios sin asco alguno. Últimamente, se divierten azuzándoles los perros a los desplazados que deambulan por los caminos con sus hijos, para alejarlos. Estás prácticas las hacían, porque estaban convencidos que la fe que profesaban los blindaba de cualquier castigo, al estar ungidos y preservados de pecado, cualquiera que fuese, según afirmaba el cura que llegaba no más cada quince días, si el camino lo permitía.<br /> Las mujeres se divertían hablando y fumando tabaco encalillado, de menor calibre que el tabaco para hombres. Y todas esperaban la llegada de los carnavales para ir a bailar al salón disfrazadas de mona. Que consistía en unos capuchones de la cabeza a los pies cubiertas que las dejaba inidentificables. Entonces, hablando en falsete, se daban el lujo de bailar amacizadas con el hombre que les diera la gana. Algunas señoras, se disfrazaban no mas para sacar a bailar a sus esposos y evitar así que se los quitara alguna soltera veterana. Nadie podía tratar de quitarle el antifaz a su pareja, lo más seguro era que se ganaba un linchamiento. Era un juego de baile que todos respetaban en ese pueblo de inquietas mujeres, donde se le rinde especial tributo a la danza cuerpo a cuerpo girando alrededor de una baldosa.<br /><br />Me entusiasme tanto por saber la historia del pueblo, que suspendí mi exploración rural, porque además, los carnavales cambian las costumbres y nadie quiere comprometerse en algo que los aparte del gozo carnestoléntico y morrocotudo.<br />Logramos establecer, al tratar de armar los antecedentes a la desventura, que una mañana, tomaban café tres amigos en la casa de Fermín Acuña. Con éste estaba Julio Curiel y Alejo Blanco. Influenciados por las insinuaciones de María Teresa Caldera, y por ser personas de cierta reputación y vocería en el pueblo, sus iniciativas cívicas eran acogidas.<br />El tema ese día, estaba centrado en los precios de la carne de res, y la gran diferencia del precio del ganado en pié que le pagaban a los ganaderos, comparado con el valor que daba el consumidor. Cuya diferencia les parecía muy grande. Tanta era la diferencia, o el precio tan elevado, que el consumo había bajado a cifras que rayaban en la hambruna. Y todo empezó por el comentario de Fermín:<br />– Hoy tampoco hubo carne, no mataron. ¡Qué vaina!<br />– Así es, y el cerdo se agotó rápido, cuando quise comprar donde Agapito, ya no quedaba sino las tripas –añadió Julio Curiel.<br />– Están matando una vez a la semana,– dijo Alejo y agregó – además, vacas viejas; no sé hasta donde vamos a llegar, porque: pescao, pescao, pescao…¡todos los días!...eso cansa.<br />– Y como dice María Teresa, sin autoridad que nos defienda, pues el centralismo nos tiene olvidados –repuso Fermín con marcado resquemor.<br />Los tres amigos estuvieron de acuerdo en que debían ir al despacho del señor alcalde para que hiciera algo, porque otro motivo era que se acercaban los carnavales y querían comer bastante carne y sobre todo, a buen precio, y que no les robaran tanto.<br />El señor alcalde es siempre un individuo venido de las montañas andinas del interior del país e impuesto por el centralismo, donde arguyen en la ciudad capital del Estado, que no son capaces de gobernarse por sí mismos. Si hay dictadura en el Poder, les mandan un sargento vice primero de alcalde. El de ahora, y el que se convirtió en el principal personaje del episodio que estoy narrando, es un civil que se llamaba, porque no se le volvió a ver por Galonsintapa: Mario Camargo Urréa, pero por tener los cachetes tan pronunciados, le decían “Buche de agua”.<br />Al despacho de la alcaldía no fueron solamente los tres amigos. Me contaron que era casi una manifestación de más de cincuenta personas las que vociferaban en la puerta del ayuntamiento. Y la introducción, sin mediar palabra alguna fue un peñón que, lanzado desde la muchedumbre, golpeó en una de las dos hojas de la puerta, la que estaba cerrada. Y desde luego no faltaron los improperios vulgares y el consabido “Buche de agua, tu hija es mal polvo” y “Abajo el centralismo”<br />–¡Así no se piden las vainas, coño! –gritó Fermín enfurecido. No tanto para calmar los ánimos, sino para que lo escuchara el alcalde, evitando le abriera pliego de cargos en su contra, como las vez que lo acusó de haber propiciado que tiraran piedras durante toda la noche en la casa donde vivía el señor Camargo con su familia, y ya lo tenía advertido.<br />– Entremos –les dijo a sus amigos Fermín, y a los acompañantes, les volvió a gritar –: ¡Sean decente en las peticiones, carajo!<br />Cuando entraron al despacho, el señor Camargo tenía la puerta de la ventana que da a un patio central, abierta, y dispuesto a salir en polvorosa, pues ya habían linchado a un alcalde, aunque habían pasado sesenta años, ese suceso, era quizás, la hazaña libertaria más importante de la historia de Galonsintapa. Porque cuando se libraron las batallas por la independencia de los españoles en el resto del territorio sometido, estaban tan inmersos en la montaña, que ni cuenta se dieron. Claro, apenas eran siete familias de blancos pobres que habían huido de los atropellos de los encomenderos de la ciudad de Samar, y la ventaja del agua pura los atrajo.<br /><br />– ¿A qué se debe esa algarabía, don Fermín, otra vez usted…?<br />– ¡Cálmese, don Mario, cójala suave!<br />– ¡Cómo quiere que asuma una actitud “de cójala suave”!... ¿no está viendo? –dijo con tono irritado y con cierta burla agregó: – pues en realidad hay motivos suficientes para estar preocupado ¿no le parece?<br />Calmados los ánimos, aparentemente, en el interior, como en la calle, lo único que quedó claro fue la petición de que quería carne el pueblo y al mismo precio como se lo pagan a los ganaderos. Camargo estaba muy preocupado, pues los gritos exaltados que escuchó de la gente no daban para otra cosa. Más que para salvar su pellejo, deduzco, dijo que saldría ese mismo día para lograr la petición. No obstante, su determinación al final de esa reunión, trató te hacerles ver que los canales de distribución de todas maneras conlleva un costo marginal que tiene que asumir el final consumidor. “Nos importa un culo”, fue la respuesta de Julio Curiel, a la que se solidarizaron todos los presentes, y Camargo resolvió, entre indignado y asustado, acabar con la reunión diciendo:<br />–Ya mismo salgo para la capital para atender la justa petición. Verdad que nos estamos alimentando mal. Tendrán carne al precio del ganado en pié, se los aseguro.<br />– ¡Si, porque si no hace nada por el pueblo, quemamos esta mierda! –gritó un hombre mestizo que estaba asomado por la ventana del despacho y quien no más tenía un diente.<br /><br />Hasta ahí, se puede decir, sin ninguna duda, que es la primera parte de lo ocurrido.<br /><br />Pude constatar, que en realidad sí habían solicitado obtener carne al precio de mil trescientos pesos por kilo, y de manera en cierta forma altanera, “como acostumbramos”, me aclaró un señor que vendía loterías y que murió el fatídico día. Tal como lo he descrito. “Vimos salir al <a style="mso-comment-reference: DE_1; mso-comment-date: 20091020T0940">cachaco</a><a language="JavaScript" class="msocomanchor" id="_anchor_1" onmouseover="msoCommentShow('_anchor_1','_com_1')" onmouseout="msoCommentHide('_com_1')" href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=6001802459037917617#_msocom_1" name="_msoanchor_1">[DE1]</a> con su familia, al poco rato de la reunión, y no nos imaginamos nada malo”, me confesó el peluquero, que se salvó, porque se estaba poniendo su disfraz preferido de tigre, y para que no lo identificaran, había salido de madrugada para cambiarse entre el monte.<br />Tres días antes de llegar el señor alcalde con la carne pedida, recibió su secretario, Guillermo Hernández la petición de su jefe de la cantidad demandada, en kilos: “Sírvase contestarme cantidad kilos pagar producto”. La junta no se hizo esperar por respuesta; a los diez minutos informaban a Mario Camargo por la vía del telégrafo: “Pueblo dispuesto comprar 600 kilos carne res PUNTO. Atentamente GUILLERMO HERNANDEZ Secretario despacho municipal” Es el texto del telegrama que le encontraron en el bolsillo al secretario, con su respectiva respuesta, porque de los archivos de la Alcaldía, no quedó nada.<br />La respuesta que llegó a los diez minutos de Mario Camargo desde la capital decía: “favor exigir suma 780.000 pesos corriente y contante contra entrega PUNTO. Mañana sigo esa con producto PUNTO ”<br />Como es de suponerse, la alegría que produjo la noticia, ese viernes, adelantó los carnavales.<br />El sábado de carnaval, por la mañana en la plaza de pueblo, estaban las cuarenta y dos personas que habían recolectado la suma solicitada. Por supuesto que la plaza se llenó, incluso, con los que habían amanecido festejando. La banda de música de Pelayo tocaba la famosa canción de la Pollera colorada, alternando con El Caimán que se va para Barranquilla. Ya había disfrazados y ambiente carnestoléntico en el sin par poblado de Galonsintapa. Ya armaban las casetas de bebidas, ruletas y fritangas alrededor de la plaza principal.<br /><br />Los parlantes de los amplificadores competían a toda capacidad de su volumen esparciendo música del trópico, mientras los grupos de conjuntos vallenatos aprovechaban cualquier bajón del voltaje para que sus acordeones y el repicar de sus tambores anunciaran su presencia en esa plaza adornada de colgaduras multicolores y publicidad de rones y cervezas de lejanas regiones.<br />Los disfraces, unos simples, otros fastidiosos, como los que se untan de negro todo el cuerpo como si fueran cazadores caníbales, los que con sus lanzas y expresiones violentas haciéndose pasar por guerreros bantúes o qué se yo, ni ellos tampoco, acosan a los transeúntes para que les den dinero. En resumidas cuentas, el carnaval es extroversión y diversión desenfrenada durante tres días, en sus justas proporciones al borde del monte espeso y de una ciénaga rodeada de manglares, en medio de la timidez del hambre que se hace la desentendida, o decreta un cese…<br />Una comparsa que llamó mucho mi atención, fue la del tigre y el gallego. Un hombre se disfraza de tigre, pero lo importante de la costumbre, es que nadie debe saber su verdadera identidad al ir tapado con una careta de felino americano y su cuerpo con una especie de overol amarillo, confeccionado con lona y en el más completo secreto. En cambio, el gallego, que hace de cazador, no cubre su rostro, simplemente viste un viejo vestido entero, calzonarias, botas, y lleva una corbata y sombrero de copa. Y se supone que lo cazó vivo; pero se tercia una escopeta hechiza. Los chiquillos o los muchachotes hacen parte del juego de carnaval del tigre, porque intervienen libremente tratando de agarrarle la cola a la supuesta fiera. Entonces, el gallego le avisa a su cautiva presa jalándole del lazo que lo sujeta por el cuello y ésta sale a perseguir al que esté más cerca, y les da sus buenos manotazos como se dejen. Este, escuché decir, “este si es tigre bravo”. La multitud festeja emocionada, entre más fiero sea el felino, el frenesí estremece, como en efecto lo pude comprobar al ver a un muchacho caer al suelo por la gaznatada recibida después de veloz carrera. Luego el disfraz entra a una casa de familia donde, después supe, vivía la novia del que hacía de tigre. Es costumbre dejar entrar a la comparsa a las principales casas para que sirva de escenario, pues el carnaval es indivisible y un agradable jolgorio en el que participan todos, quieran o no. En el momento en que el sube un peldaño de la puerta de la casa el tigre, un pelao logra agarrarle con firmeza la cola, jalón que la desprende de las costuras de la tela y queda expopado, es decir, con la popa a la intemperie el desconocido, pues el calor y el grueso de la lona que hace de piel, más la careta, los que se disfrazan van sin ropa interior, no más con el atuendo amarillo con manchas pintadas. Las risas irrumpieron y el exitoso pelafustán, pide propina; y se la dan con gusto.¡Qué alegría! “Este año si van a estar buenos los carnavales”, murmuraban por las calles. Pero en el interior de la vivienda, ya el tigre no ruge con la misma fuerza, se recuesta a la pared para tratar de tapar su desnudez en busca de la salida. Me imagino la vergüenza del juez, porque supe que era un joven, bastante rubio, que hacía poco había llegado trasladado del Interior del país y quería impresionar a una de las cuatro doncellas de la familia de las Díaz. Logró la calle el tigre, pero ya suelto del lazo, tratando de taparse las blancas nalgas con las manos, corrió desesperado calle arriba mientras la gente le gritaba: “Tigre manso, chácara colorada”<br /><br />Es menester aclarar, que entre Fermín, el personero, y Guillo, recolectaron, lista en mano, el valor de los 600 kilos que el pueblo estaba muy dispuesto a dar, pues estaban pagando, por kilo, ocho mil pesos por carne de segunda, y ahora pagarían apenas mil trescientos pesos por carne de primera.<br />Caminábamos por el atrio de la iglesia contentos de ver a la gente, tan contenta, que estábamos buscando la manera de empezar a divertirnos también; cuando a lo lejos, se vio una nube de polvo que ascendía hacia el cielo en motas de arrebol, el júbilo fue indescriptible. Lo que esperaban, venía.<br /> Una tambora irrumpió con la fuerza de los mandingas retumbando con sus bajos percusores la soleada plaza, sonidos de repique a ritmo de mapalé que no más se escuchan en esos lados del Caribe. Brincaron los bailadores con sus contorsiones al ritmo de su ancestral tierra africana. La pólvora explota en los aires enviada en cohetes de vara de caña. Pero las “recamaras” producen unas explosiones ensordecedoras; son unos pequeños cañones, los que jamás había visto en otra parte. Al otro extremo de la plaza, frente a la alcaldía, una orquesta “papayera”, de viento y platillo, da el sabor caribeño interpretando un merengue, luego un porro. ¡Se prendió la fiesta!<br />Sí, era un furgón lo que venía, y sí era el señor alcalde que llegaba con la comida nutriente. Había cumplido con su promesa. Comerían carne barata por primera vez en la historia. Un borracho grito: “El que no llora no mama” Se felicitaban y repartían ron a todo el que allí estaba.<br /><br />El furgón se detuvo a un costado de la plaza, después de haber maniobrado de tal manera, que la culata del vehiculo quedó mirando hacia el centro, y la trompa del camión dispuesta a salir sin problemas.<br />Cuando el burgomaestre se bajó del vehiculo, en medio de los aplausos, curiosamente, éste se movía en bamboleos extraños, más en el vagón. Pero todo pasó tan rápido, que no dio tiempo a verificaciones.<br />– Hernández, ¿tiene la plata que le dije?<br />– Si, don Mario, cuente…–dijo entregándole el fajo de billetes ante la multitud y ante los cuarenta y dos compradores.<br />Don Mario contó en dos oportunidades; en el primer conteo, al terminar de contar, miró fijamente al secretario, como si faltara. Guillermo se puso pálido. Le vino el alma al cuerpo cuando a la segunda contada, don Mario guardó los billetes en su carriel.<br />Don Mario se dirigió a Fermín con estas palabras que quedaron gravadas en el marco de la plaza:<br />– Ahí está, don Fermín Acuña, la carne para que la reparta, suave, como le gusta a usted. Cuidado se va dejar tumbar.<br />Inmediatamente, hecha la advertencia, y de manera inesperada, volvió a subirse donde se había desmontado y después de mirar con odio a los presentes, le dijo al chofer:<br />– Entrégueles la carne a estos hijueputas y nos vamos enseguida!<br /><br />Como en efecto cumplió la orden el conductor. Quien abrió la puerta del vagón de aluminio y corrió inmediatamente a montarse en el vehiculo que en ningún momento apagó su motor. Al tiempo que saltó a la arena un toro de lidia de 600 kilos de peso y empezó a lanzar por los aires a todo el que se topaba entre sus astas.<br />El polvo del trasporte al salir raudo con todo y ruido, desapareció con todo y alcalde, mientras aumentaba el grito de terror en Galonsintapa. Lo que sigue, por respeto a las víctimas, no se narra. Por este motivo terrorífico, opté por irme a vivir a la orilla del mar, no a esperar con tranquilidad a que esa región obtenga alguna vez autonomía política; sino a esperar sin estorbar a nadie el día más importante, el del miti-miti: mitad vida y mitad muerte. Sin tener la certeza de saber qué es mejor: morir ensartado con voltereta por los aires al compás de la música en combo colectivo, - porque ésta no se detuvo sino cuando ya el animal había salido en dirección a los playones- o dejar de existir en una playa desierta, olvidado y triste, cual naufrago de intentos de redención.<br /><br />FIN<br />Samar, octubre 20 de 2009<br /><a name="_msocom_1"></a><br /> <a class="msocomoff" href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=6001802459037917617#_msoanchor_1">[DE1]</a>Cachaco, término despectivo del caribeño a las personas que viven en la zona andina del interior de ColombiaBarrabás Ramónhttp://www.blogger.com/profile/18153138042325254188noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-6001802459037917617.post-82473445684166488952009-11-13T06:33:00.000-08:002009-11-13T06:34:27.007-08:00ALMACEN LA CACHAZAAlmacén La Cachaza<br />Por David Escobar Gómez<br /><br />Tres años sin verse siquiera de lejos, y ahora repentinamente, aparece Juan caminando como arrastrando un pesado pasado. Tomás, en vez de alegrarse por ver a su amigo de infancia, le llamó la atención la cruz que llevaba sobre sus hombros el que fuera siempre un alegre y deportivo compañero de parrandas, que por cuestiones del destino o por la intrincada red urbana habían quedado fuera del camino.<br />– ¡Ajá cuadro! ¿Qué estás haciendo ahora?<br />Y Juan le contesta apesadumbrado.<br />– Hombre, Tomás, ahora, vengo de donde mi tía que se acaba de pasar a vivir por aquí…pero…ya llevo dos años sin trabajo, hermano.<br />– ¡No joda! ¿Y cómo haces?<br />– Si no es por mi mujer, mi tía y mi hermana, yo no se que sería de mí. ¿Tú no me puedes ayudar?<br />– Bueno, no se me ocurre nada en este momento. Pero dime mas o menos a qué estas aspirando, de pronto yo conozco más que tú…que se yo.<br />– ¿Tú conoces al turco Jorge Palaut, el que tiene un almacén en la plaza del mercado, “ La cachaza” que vende ropa y telas?<br />– Bueno, amigo así de mucha confianza, no; pero, dime, ¿tú quieres trabajar con él.?<br />– Aunque tengo mejor perfil, tú que me conoces, como están las cosas podría trabajar en ese almacén, si me recomiendas. Yo te agradezco.<br />– Bueno, no faltaba más. Yo te conozco desde pelao, y a tu familia; con mucho gusto hablo con el viejo Palaut, yo lo conocí en el Club de Leones. No joda, ojalá te nombre. Mañana nos vemos aquí otra vez. Chao, nos vemos.<br />– Nos vemos, hermano, te agradezco lo que puedas hacer por mi –dijo Juancho arropado en su tristeza con la cabeza gacha.<br />Al otro día, en el mismo lugar, se encuentran el par de amigos.<br />– ¡No joda, cuadro! Tú si eres de buenas. El viejo me dijo que fueras, yo le hablé bien de ti. Ojala te de el puesto; es de ayudante, ajá, pero por algo se empieza.<br />– Yo no tengo inconveniente en empezar de ayudante, no te preocupes.<br />– Bueno, visítalo; y no me vayas a quedar mal.<br />– ¡Como se te ocurre!<br />A la semana siguiente se encontraron los dos amigos en la misma esquina un domingo por la tarde.<br />– ¡Aja viejo Juancho! Me imagino que estás trabajando, porque ya no te veo deambulando ni con esa cara de tragedia.<br />– Sí, mi hermano, gracias a ti.<br />– ¿Qué te toca hacer?<br />– Bueno, ahora estoy en la bodega ordenando la mercancía y llevándola a los estantes. Tú sabes, y la barrida…<br />– Por algo se empieza, y vas a ver que te va a ir bien.<br />– Pues eso creo, le he caído bien al viejo, y tengo muchas ganas de progresar.<br />– Te dejo, Juan, mi mujer me está esperando. Suerte.<br />– Hasta luego y gracias, te estaba esperando para agradecerte, el domingo te invito a unas cervezas.<br />– No te preocupes.<br />– Ve que vienes. Chao.<br />A la semana siguiente, el domingo en la tarde, los dos amigos se encuentran, entran a la tienda más cercana y chupan vidrio que da gusto.<br />– ¿Cómo va ese trabajo en el almacén?<br />– Ya me ascendió don Jorge.<br />– ¡No te lo puedo creer!<br />– Así como lo estoy diciendo. Ya soy vendedor de mostrador.<br />– ¡No joda! Que buena noticia me has dado, Te felicito.<br />– Si, el viejo me tiene una confianza única, y ve que yo le pongo mucho entusiasmo a mi trabajo; tú me conoces.<br />Pasan un mes desde el anterior encuentro y vuelven a la misma tienda otro domingo por la tarde el par de amigos.<br />– Te veo bien, Juan, cuéntame, cómo va todo.<br />– Hermano, mucho mejor.<br />– ¿No me digas que te ascendieron nuevamente?<br />– Bueno, gano lo mismo, pero ahora soy el que hago los pedidos. Y eso es una distinción que me enaltece.<br />– Juan, cuanto me alegra, cuadro. Tu mujer debe estar muy contenta.<br />– Pues… sí –contesta desinteresadamente el vendedor.<br />Pasan dos meses, y se vuelven a encontrar.<br />Ajá, ¿ Y cómo va ese almacén? amigo.<br /><br />–Tú sabes, que yo se desempeñarme en mis trabajos. Siempre aplico mis principios de la planeación estratégica, y en cuestiones administrativas y sobre todo de ventas, pues le puedo dar clases a cualquiera. Las relaciones con Jorge están más bien que nunca.<br />– ¿Te mejoró?<br />– Bueno, digamos que yo le mejoré sus ingresos. Las ventas han aumentado desde que yo manejo la caja y las cuentas corrientes, pago proveedores y tengo autoridad sobre los demás empleados.<br />– ¡Que vaina buena, Juancho! ¿Tú mujer debe estar muy contenta?<br />– No sé, pues ahora tengo una amiga que sabe comprenderme.<br />– ¿Dejaste a María?<br />– Nos dejamos. Es que cuando uno tiene responsabilidades empresariales, la mujer debe ser conciente que al subir uno de nivel, pues las cosas son otras, tú me comprendes.<br />– Entonces el que debe estar contento es el viejo Jorge.<br />– Sí, hemos llegado a un buen momento en las relaciones, tanto comerciales como personales. Pues aunque yo sea una persona que me se comportar en la buena mesa como en la buena conversa, creo poder ser un ejecutivo exitoso, no más era necesario que me dieran una oportunidad de demostrarlo. Y te dejo, mi amiga me está esperando para llevarla al teatro. Nos vemos un día de estos para hacerte una buena invitación en el Club del Comercio.<br />– ¿Cómo? club…<br />– Sí, Jorge me pasó una acción, no ves que ya somos socios en el almacén.<br />A los diez meses de esa última conversación en la calle, Juan iba en su carro y le pitó a su amigo que estaba en la esquina de los encuentros.<br />–¡Vamos, móntate!<br />– No joda, cuadro, cómo has progresado, tremendo carro. El progreso sigue.<br />– Si, Jorge me tomó tanto confianza como cariño, y yo di lo mejor que tenía de mí y le trabajé de buena gana, tú sabes como soy yo cuando me entrego a un trabajo. Las cosas iban cada día mejor, y no te había contado, mi amiga con la que vivo ahora, pues es la hija de Jorge. Pero él no sabe nada y ella nada tiene que ver en el negocio<br />– ¿Cómo así que iban, se molestó porque le está acomodando las entretelas a su hija?<br />– No, por ahí no es la cosa. Te comento porque me preguntaste por María y ya te dije: nos dejamos.<br />– Entonces…<br />– Sí, me ofreció ser su socio y yo acepté, come te dije. Ajá, si uno cree en la gente. El movimiento del almacén nos daba buenas utilidades. Y lo que tenía que suceder sucedió ayer, y lo he lamentado mucho.<br />– ¿Qué pasó, cuadro?<br />Juan no contestó inmediatamente. Tragó saliva y como si algo se hubiera atrancado en su garganta, casi a punto de llorar, confesó:<br />– Me tocó botar a Jorge, el desgraciado turco me estaba robando –dijo con los ojos llenos de lágrimas.<br />FIN<br />Samar, 2009-04-01Barrabás Ramónhttp://www.blogger.com/profile/18153138042325254188noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-6001802459037917617.post-15765806699363494002009-11-13T06:24:00.000-08:002009-11-13T06:26:22.923-08:00de david al caribeEstamos en preparacion de mi nuevo blogBarrabás Ramónhttp://www.blogger.com/profile/18153138042325254188noreply@blogger.com0